Cervera, año 1260. Hace 764 años. El comerciante Salomó ben Adret, de la comunidad judía local, adquiría una casa en la judería de Barcelona y trasladaba allí su residencia y su actividad. Con el transcurso del tiempo, Salomó se convertiría en la personalidad más relevante de la potente comunidad judía de Barcelona: sería su rabino (un equivalente al cargo de alcalde-juez), sería banquero de la Corona y sería embajador de la cancillería de Barcelona en la misión de rescate de Eymeric d'Usall, el último templario, cautivo de los musulmanes. Su descendencia viviría en Barcelona, más allá del pogromo y destrucción de la judería (1391), y se pierde en la nebulosa del tiempo, como la de la inmensa mayoría de los judíos catalanes medievales, en el momento en que, para evitar la persecución y la expulsión, se bautizan y adquieren un apellido cristiano.
Los apellidos judeoconversos catalanes
Después del Decreto de la Alhambra, promulgado por los Reyes Católicos (1492), los apellidos netamente judíos desaparecen totalmente del paisaje antroponímico catalán. En Catalunya, en el País Valencià y en Mallorca, las comunidades judeoconversas (la mayoría del antiguo mundo judío medieval) adquirirían apellidos cristianos que no tenían ninguna relación con su anterior identidad. Por ejemplo, los banqueros judeoaragoneses Ginillo, se bautizan, emigran a València y se convierten en Santàngel. Lluís de Santàngel (València, ? – 1498) sería tesorero real, banquero personal de Fernando el Católico y financiero del primer viaje colombino. O los armadores judeovalencianos Ben Ha-Levy se bautizan y se convierten en De Torres. Lluís de Torres (València, ? – 1493) formaría parte de la tripulación del primer viaje colombino, y sería el primer importador europeo de tabaco.
El falso mito del origen judío de los apellidos profesionales
Este fenómeno general solo conoce la excepción de la comunidad judeoconversa mallorquina, los llamados xuetes, que siguieron transmitiendo buena parte de sus apellidos originarios, por ejemplo, Tarongí. Ahora bien, lo que aquí nos ocupa es la existencia o no de un patrón en aquel proceso de adaptación. Y lo que tenemos que decir, en primer lugar, es que aquella hipótesis, ampliamente difundida, que asocia los apellidos profesionales a un origen judío es un falso mito. Los Ferrer, Fuster, Carreter, Forner o Pagès no son de origen judío. Cuando menos, no lo son por construcción de su apellido. Los judíos catalanes y valencianos que se convirtieron al cristianismo (1391-1492) tomaron el apellido de su padrino de bautizo, un cristiano viejo que podía ser un pariente, un cliente o un vecino con el cual tenían una estrecha relación de confianza.
Los apellidos moriscos
La comunidad morisca catalana, indígenas arabizados e islamizados durante la dominación musulmana de los valles bajos del Segre y del Ebro (714-1149), siguió un patrón similar al de la comunidad judeocatalana. Mucho antes de la promulgación del decreto de expulsión, firmado por el rey hispánico Felipe III (1609), ya habían iniciado el camino hacia la adaptación. En los fogajes de 1497 de las veguerías de Lleida y de Tortosa, todavía aparecen, entre otros, los hogares moriscos Abàs, Alfaquí, Cuc o Dozoradi. Pero en los cabreos fiscales de finales del siglo XVI —con o sin bautizo por en medio— aquellos apellidos reveladoramente moriscos han sido sustituidos, por ejemplo, por Bunyol, Bru, Codony, Llop, Moré, Papasseit, Pubill o Socarrat, fruto de la transformación de un mote (derivado de una naturaleza social o de una característica física) en un apellido.
La masía y el apellido
La mujer medieval catalana, en el momento en que se casaba, perdía el apellido del padre y, automáticamente, adquiría el del marido. Pero la élite campesina (el eslabón intermedio entre los barones feudales y el campesinado desclasado) había conservado la ancestral cultura de la casa asociada a la familia. La masía se convierte en la columna vertebral del sistema social y económico y proyecta el nombre a la familia, y no a la inversa. Muchos apellidos primigenios derivan de este fenómeno (por ejemplo, Masblanc, Masdeu o Masjoan). Ahora bien, la importancia de mantener el eje, nombre de la masía: apellido del enfiteuta, impulsaría una curiosa innovación jurídica. Si el enfiteuta (no el propietario, sino el que ostentaba el dominio útil) solo tenía hijas y la heredera de la masía se casaba con un segundón (un hombre de condición económica inferior), el apellido que se transmitiría era el de la heredera.
Los apellidos feminizados
Esta ley era extraordinariamente relevante, porque el corpus legal medieval catalán estaba plenamente inspirado en el derecho romano, que era radicalmente patriarcal. Y con el transcurso del tiempo todavía tomaría una derivada más curiosa. La Catalunya del siglo XVI es un país de viudas a causa del fenómeno del bandolerismo (el 25% del total de muertes son de naturaleza violenta). Los rectores parroquiales recolocaban a las viudas sin recursos (les arreglaban un matrimonio para evitar la miseria y la muerte de aquella familia). Pero las que tenían recursos económicos y patrimoniales salían adelante en solitario, y los rectores —los redactores de los libros parroquiales, el equivalente al actual Registro Civil— feminizaban el apellido del difunto y lo "transmitían" a los hijos. De esta manera aparecen, por ejemplo, los apellidos Rotja (femenino de Roig) o Ponsa (femenino de Pons).
Los apellidos aragoneses y navarros
Durante la conquista del País Valencià (1232-1305) se produjo un colosal movimiento de repoblación. Los datos de los Libros de Reparto (siglo XIII) revelan que el 66% de esta colonización fue catalana. Pero el 33% restante formado, básicamente, por aragoneses y navarros, no pasaría desapercibido y dejaría testimonio de su existencia a través de los apellidos. Los aragoneses y los navarros del siglo XIII ya habían adquirido la solución castellana que incorporaba el sufijo -ez (que significaba "hijo de") al final de un nombre de pila convertido en apellido. Y por ejemplo, los valencianos apellidados Pérez (hijo de Pedro), López (hijo de Lope), Sánchez (hijo de Sancho) o Fernández (hijo de Fernando) transformarían el sufijo -ez en -is, para adaptarlo al léxico catalán, y entonces aparecerían los apellidos Peris, Llopis, Sanxis o Ferrandis.
Los apellidos italianos
La Barcelona bajomedieval (siglos XIII a XV) era un gran centro internacional de negocios que se articulaba en torno a la institución del Consulado de Mar y del edificio de la Casa de la Llotja. Y eso generaría una corriente de intercambios comerciales y humanos entre la capital catalana y las repúblicas mercantiles de la península italiana. Algunos de estos armadores-comerciantes arraigaron en la ciudad y nos dejaron el testimonio de su existencia, no tanto a través de sus apellidos originarios, sino a través de la fórmula del "cognomen" romano (un apodo relacionado con la actividad o con el origen de la familia). De esta manera, aparecen apellidos gentilicios como Llombart o Llompart (originario de la Lombardía), Genovès, Milà o Toscà, o profesionales como Banquer (la forma catalana tradicional de este oficio era "tauler").