20 de enero del 2016. Parlament de Catalunya. Mireia Boya, aranesa, tomaba posesión de su acta de diputada por la CUP. Esta formación la nombraba portavoz del grupo parlamentario, y la flamante diputada anunciaba que todas sus intervenciones en el hemiciclo serían en lengua occitana. Acto seguido se desató el aullido de la caverna: la red se inundó de insultos a la diputada y a la lengua occitana. La atávica catalanofobia se multiplicaba. Esta vez, con un perverso retoño de nuevo cuño –como mínimo en el Estado español–: la occitanofobia. La suma de la ignorancia supina y de la miseria cultural. El occitano es la lengua propia de los araneses. Es lengua oficial en la Val d'Aran desde 1990 y en el conjunto de Catalunya desde el 2010, el único país del mundo que le reconoce esta naturaleza. Aran es el único territorio del Estado español que tiene reconocido el derecho a la autodeterminación. El acto de Mireia Boya quería hacer justicia a una lengua perseguida secularmente por los estados español y francés. La de 3 millones de personas. Desde los Alpes italianos hasta el Atlántico francés y desde el puerto de la Bonaigua hasta el valle del Loira. Una lengua milenaria que relata la historia de la nación aranesa.
El origen remoto
Las deportaciones no las inventó Stalin. Los romanos ya las practicaban con frecuencia. Sobre todo, con las naciones vencidas. En la Galia encontraron una resistencia formidable que –contemporáneamente– inspiró Uderzo en las aventuras de Astérix y Obélix. Hace 2.000 años las legiones romanas –en su brutal empresa conquistadora– ya habían devastado la cara norte de los Pirineos. El paso siguiente fue urbanizar a aquellos incómodos bárbaros. Estabularlos –como rebaños de ganado– en ciudades de nueva planta fundadas a propósito. A poca distancia de la Val d'Aran los hijos de la loba capitolina crearon Lugdunum Convenarum –el actual Sant Bertran de Comenge–. Un monstruo urbano de 30.000 habitantes –similar al volumen de Tarraco– que reunía a los restos de aquello que ellos denominaron la Novempopulania (las nueve naciones protovascas del valle del Garona), con el añadido de unos cuantos galos del norte –de la actual Bélgica– especialmente revoltosos, que, según la curiosa justicia romana, se habían ganado con creces una deportación más trabajada.
¿Desde cuándo los araneses son araneses?
Desde hace un tiempo ha surgido una hipótesis que pretende probar que los Pirineos centrales –el valle alto del Garona– fueron el solar primigenio del pueblo vasco. Una nación que resistió con tenacidad la romanización cultural y que –paradójicamente–, cuando se sintió liberada del yugo imperial, inició una formidable emigración hacia el territorio de Euskal Herria. Con independencia del éxito de esta hipótesis –que ha generado un fuerte debate– lo que es cierto es que el occitano es una lengua románica. Si bien también es cierto que el gascón –la variante dialectal de la que forma parte el aranés– conserva muchos vasquismos que revelan una base claramente vasca. Pero el origen del país de Aran –de su lengua, de su cultura– está directamente relacionado con el derrumbe del monstruo urbano, Lugdunum Convenarum, el gran establo. La ruralización de la sociedad –el abandono de las ciudades– fue un fenómeno general asociado a la crisis romana. Incremento de impuestos y ausencia de orden público. Gente que huía en el campo en busca de paz y de seguridad. El inicio de la historia aranesa.
¿Cómo nace la comunidad nacional aranesa?
Pasó un tiempo que Aran fue, muy probablemente, un verdadero paraíso. Las fuentes documentales son incapaces de revelar la existencia de un señor feudal que ejerciera –con la brutalidad que les caracterizaba– su dominio de vasallaje. Aparentemente el país estuvo liberado de estos pequeños –o grandes– psicópatas durante dos o tres siglos. El espacio de tiempo que comprende las centurias entre el 500 y el 800. Y esta particularidad sugiere un paisaje –casi idílico– formado por pequeñas comunidades –de uno o dos centenares de habitantes– que explotaban los recursos en régimen de propiedad comunal. La recuperación de los valores y las solidaridades ancestrales de raíz tribal. Un mundo económicamente muy igualitario y jerárquicamente muy horizontal. Aquellas comunidades se organizaban políticamente de forma tradicional: un consejo formado por los cabezas de casa –los cabezas de familia– que delegaban en un potentis –un potentado– que los representaba al consejo general del valle, el órgano de decisiones políticas. El precedente más remoto del actual Conselh Generau, un sistema que recuerda al modelo del roble de Guernica.
¿Cuándo se inicia la relación entre Aran y Catalunya?
Si hay una cosa que es cierta, es que no hay nada que dure eternamente. Ni lo bueno, ni lo malo. La revolución feudal del año 1000 –que va nació en Francia y se esparció por toda Europa– también afectó a la Val d'Aran. La amenaza llegó desde Sant Bertran –la antigua Lugdunum–, que entonces era cabeza de una diócesis de obispos avariciosos que habían convertido la misión evangelizadora en una máquina insaciable de extracción de tributos y de captación de beneficios. Los potentis reaccionaron reforzando su posición: depredación de bienes comunales (pastos, rebaños) y blindaje de su función representativa (creación de una oligarquía local). La república se resquebrajaba. Como en todos los rincones de Europa. Y con este currículo saltaron los Pirineos y se fueron a rendir pleitesía al conde de Ribagorça, un enemigo irreconciliable de los obispos de Sant Bertran y de sus protectores, los condes independientes de Tolosa. Este giro inesperado –sobre todo contra las barreras naturales– marcaría el inicio de una relación política –y económica– que se ha prolongado hasta la actualidad.
¿Cómo se han relacionado históricamente Aran y Catalunya?
Cabe decir que el conde ribagorzano que acogió a los araneses (los enemigos de mis enemigos son mis amigos; o, menos por menos igual a más) era el rey de Aragón. Nunca sabremos si detrás de la decisión aragonesa hubo una reflexión previa de tipo filosófico o matemático. Pero sí que sabemos que Aran se vincula definitivamente a Catalunya a través de la figura de Ramon Bereguer IV, el conde independiente de Barcelona que se casó con la hija y heredera del rey aragonés. Más adelante –durante las centurias de 1300 y de 1400– las instituciones aranesas –que quiere decir las oligarquías– iniciaron un tránsito progresivo que las situó en la órbita de las instituciones del Principat. El hecho económico –la madre del cordero en todas las grandes decisiones nacionales– pesó decisivamente. Se trazaron cañadas que condujeron a los grandes rebaños de ganado aranés hacia las llanuras de Lleida y hacia la costa de Tarragona. Los pastos de invierno. Y la ciudad de Barcelona (el consumo de carne y de lana) se convertía en el principal cliente de las oligarquías ganaderas aranesas.
¿Y en la actualidad?
Aran ya no es una potencia ganadera. Con el estado del bienestar la economía aranesa transitó de la economía cárnica a la turística. Y, de paso, dio la vuelta al sentido del trayecto. Actualmente los rebaños –no los de ganado– hacen el trayecto a la inversa. El turismo de masas se ha convertido en la marca de identidad del territorio, poniendo en riesgo un equilibrio medioambiental y, también, cultural y lingüístico muy sensible que exige una revisión del modelo. A la Val d’Aran, el occitano lo entiende el 90% de la población, y el 66% lo sabe hablar. En cambio, el uso social de la lengua –en beneficio del catalán y sobre todo del castellano– ha disminuido considerablemente en relación a la última etapa histórica de prohibición y de persecución (la dictadura franquista): sólo el 33% lo utiliza sistemáticamente. Unas cifras que no son fantásticas pero que son infinitamente superiores al resto de territorios del dominio lingüístico occitano y que le dan a Aran un protagonismo destacado –un carácter propio y nacional– que lo convierte en punta de lanza del movimiento cultural occitano. El auténtico valor de futuro.