Este año hace 1300 que los árabes completaron la conquista de los actuales territorios de Catalunya y del Languedoc. Era el año 716 y la invasión árabe produjo una rotura del hilo de la historia. Tàrraco (Tarragona), Barcino (Barcelona), y Emporion (Empúries) –las grandes ciudades del territorio– que habían resistido con dificultades los siglos difíciles de la dominación visigótica, se hundieron definitivamente. Poco antes de la llegada de los árabes, Tarragona y Empúries fueron completamente abandonadas. Y Barcelona se convirtió en una aldea de 1.000 habitantes. Durante aquellos años se produjo una emigración masiva. Hacia los Pirineos y hacia el imperio de los francos, embrión de Francia. Más por razones sociológicas, que no ideológicas o religiosas.
El país vacío
Durante la centuria del 700 el territorio comprendido entre los Pirineos y el Ebro quedó prácticamente despoblado. Era tierra de frontera. O tierra de nadie. En aquellos años las fronteras podían tener kilómetros y kilómetros de amplitud. Y si bien es cierto que los árabes –en su empuje inicial– llegaron hasta Poitiers (en el centro de la actual Francia), la estrepitosa derrota que les infringió el ejercito franco de Carlos Martel, los hizo retroceder y buscar abrigo saltando –de nuevo– los Pirineos y el Ebro. Allí hicieron florecer dos ciudades –las viejas Dertusa (Tortosa) e Ilerda (Lleida) que llamarían Turtusha y Lareda respectivamente– y que serían durante siglos el faro que señalaba el inicio –hacia el sur– de los dominios de la media luna.
Mientras eso pasaba los francos se repantigaron en los Pirineos. Vigilantes y atentos. Carlomagno –el nieto de Martel– que aparte de ser un megalómano tenía una obsesión enfermiza por encuadrar personas y territorios, los organizó en pequeñas unidades administrativas y militares. El origen de los condados catalanes. Y como quién no quiere la cosa y sin hacer ruido, aquellos primeros catalanes que no sabían aún que lo eran, se fueron deslizando por la línea de la costa hasta llegar a medio camino entre los Pirineos y el Ebro. El año 785 era recuperada Gerunda, que se pasaría a llamar Girona. Y el año 801, Barcino que pasaría a llamarse Barcelona. Al nombre de ambas les añadieron la partícula "ona"; que quería decir rehecha. Una moda occitana que, con el tiempo, se extendería.
Los primeros pasos
Aquellos pioneros no se hacían llamar catalanes. De hecho este gentilicio no aparece hasta 200 años más tarde. Los árabes situados al sur del Ebro los llamaban "francos", para diferenciarlos de los vascos –que llamaban "wascos"–, o de los asturianos –que llamaban "godos", en referencia a los visigodos–. En aquellos años los aragoneses estaban en la órbita de Pamplona, y los castellanos y los gallegos en la ovetense. Los árabes peninsulares no se complicaban y con tres definiciones –para referirse a los cristianos peninsulares– ya tenían bastante. Lo que sí sabían aquellos pioneros era al conde al que se debían. Primera autoridad política y militar de su territorio. Barcelona, Girona, Empúries, Besalú, Rosselló, Cerdanya, Urgell y Pallars. Y enmedio, un país yermo y deshabitado.
Desde un buen comienzo los condes de Barcelona revelaron una condición de liderazgo. Cosas del Cap i Casal. Y con una laboriosa política de alianzas y matrimonios en tres o cuatro generaciones ya tenían el control sobre la mayoría de las casas condales de la futura Catalunya. Entonces todavía dependían del imperio franco pero se gobernaban con una gran autonomía con respecto al poder central. Hasta el punto que decidían –unilateralmente– las políticas de paz con los árabes o la ocupación de nuevas tierras de la frontera. Guifré el Pilós, el mítico conde de las cuatro barras de sangre repobló y organizó Osona y el valle del Llobregat. Guifré no murió con los dedos ensangrentados, pero puso la primera piedra de la futura Catalunya.
El titubeo
En el extremo occidental Urgell y Pallars gravitaban hacia el conglomerado que lideraba Barcelona. Pero lo hacían a su manera. Tenían una historia diferente. Durante los siglos de dominación romana habían estado poco latinizados. Y durante la invasión árabe no habían hecho el camino de Francia. Se habían refugiado en las zonas más inaccesibles de los Pirineos. Y eso quería decir que persistían modelos ancestrales de raíz tribal. El matriarcado, la propiedad comunal, y una lengua –un latín vulgar– prácticamente idéntica a la de Llívia, Ripoll o Besalú –la lengua catalana primitiva–, pero con unas características fonéticas muy marcadas por influencia de su lengua ancestral no ahogada del todo: el proto-euskera. El origen de la división dialectal del catalán.
A finales de la centuria del 900 el poder central franco se había diluido. Aquel viejo dicho segun el cual el abuelo crea el patrimonio, el hijo lo conserva y el nieto lo dilapida, aplicada a la corte carolingia. La Corte de Aquisgrán –la capital del imperio franco– se había convertido en un nido de intrigas y de traiciones. Y los descendientes de Carlomagno estaban más ocupados en la lucha por el poder que en la defensa de las fronteras del imperio. Un detalle que no pasó desapercibido en Córdoba –la capital del emirato andalusí que ya se había independizado de Damasco–. Almanzor lanzó una ofensiva brutal sobre Barcelona y Girona que quedaron arrasadas. Las élites del territorio –condes, vizcondes, barones– no recibieron la ayuda del amo, y decepcionadas le volvieron la espalda.
El paso firme
Poco después de la campaña de Almanzor los condes de Barcelona –y su corte de vizcondes y barones– fueron a buscar la alianza militar de otra superpotencia. Se sentían legitimados para hacerlo. Era, de facto, una proclamación de independencia. Unilateral. Y se fueron a Roma. Entonces el pontífice romano era, también, un poderoso monarca con un temible ejército. Y le hicieron juramento de vasallaje. Barcelona –y los condados catalanes en su orbita– se convertían en un estado independiente bajo la protección del pontificado. Las condiciones pactadas fueron que los barceloneses activarían la guerra contra los musulmanes. Que recibirían ayuda militar de Roma. Y que recibirían la bandera de los estados que estaban bajo protección vaticana: fondo amarillo y barras rojas.
En el umbral del año 1000 los Pirineos –y el Languedoc– estaban superpoblados. Y la gente escapaba de la miseria adentrándose en tierra de nadie. Anticipándose a las empresas militares comprometidas con Roma. Creando pueblos y cultivos estables. La singularidad del proceso reconquistador catalán. Aquellos establecimientos crearon unas redes de intercambio y de solidaridades que impulsaron el surgimiento de una identidad propia, sustentada en una lengua común y unos intereses comunes. Y los casales de Barcelona y de Urgell –motores de la expansión territorial– cuando los alcanzaban los dotaban de una infraestructura defensiva. Un castillo. Una torre. En aquellos días, aquellos pioneros ya no fueron "francos". Fueron "castlans". Se convirtieron en catalanes. Hace mil años.