Oscar Jané i Checa (Barcelona, 1974), doctor en Historia Moderna, profesor de la UAB, vicedecano de Asuntos Académicos de Estudios de Grado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UAB. Director de la revista de cultura Mirmanda, que estudia y divulga temas locales de filosofía e historia de la sociedad catalana transfronteriza (Rosselló, Empordà, Conflent, Vallespir, Cerdanya...). Investigador y escritor. Especialista en el siglo XVII catalán y en el estudio sobre fronteras de la época. Ha publicado varios libros ―en catalán y en francés― sobre la relación política, diplomática, militar y cultural entre Catalunya y Francia durante la etapa de la Guerra de Separación de 1640-1652, del Tratado de los Pirineos de 1659 que mutiló Catalunya, o del periodo entre los conflictos de separación y de sucesión (1652-1701).
Profesor, el año 1659, después de veinticuatro años de guerra, las monarquías hispánica y francesa pactan un desplazamiento de la frontera. Nos han dicho siempre que Francia buscaba unos límites naturales, y que exigió situar la frontera en el límite de los Pirineos. ¿Eso es así?
No. Esta ideología fronteriza no existía. Es una creación de Pere de Marca ―uno de los representantes franceses― como argumentario de la negociación. En aquellas negociaciones de paz, que empiezan como mínimo tres años antes ―el 1656―, la monarquía francesa ambiciona ganar territorios, pero su objetivo prioritario es incorporar a sus dominios los Países Bajos hispánicos (la actual Bélgica). Por la cancillería francesa, la Catalunya ultrapirenaica era un objetivo secundario.
Si priorizaban los Países Bajos, ¿qué pasó que se acabaron quedando la Catalunya Nord?
Los Países Bajos eran más ricos y más poblados que la Catalunya Nord y, por lo tanto, tenían más capacidad de generación de recursos y, en consecuencia, más potencial de extracción de tributos. Eso, en aquellas negociaciones, lo sabía todo el mundo; y la cancillería hispánica se negó en rotundo a ceder el dominio de aquel territorio.
Y cedió la Catalunya Nord...
Sí, pero aunque los representantes hispánicos expresan su preocupación por el desarrollo de aquellas negociaciones, la cancillería hispánica tenía muy claro que aquella cesión no se perpetuaría en el tiempo. Que tarde o temprano recuperarían el territorio por la vía militar. Para entender esta postura, tenemos que tener en cuenta una cosa muy importante: en aquel momento, la monarquía hispánica todavía ostentaba el liderazgo militar europeo.
Un error de cálculo colosal...
Sí. Sobre todo teniendo en cuenta que se les avisó de que recuperar el Rosselló no sería fácil, porque las clases dirigentes catalanas de la época de la Guerra de Separación (1640-1652/59) ya no estaban en Barcelona, sino en Perpinyà. Y el Rosselló se mantenía como la parte de Catalunya que la monarquía hispánica no había conseguido reocupar. La clase dirigente catalana de la guerra, durante las negociaciones, están en territorio en la órbita francesa, y trabajan por la causa de Luis XIV.
¿La cesión de la Catalunya Nord nos explica que la monarquía hispánica, a pesar de todo, había perdido aquella guerra?
No, no es así. La Guerra de Separación (1640-1652/59) era una guerra dentro de la guerra hispanofrancesa (1635-1659), que, al mismo tiempo, era una guerra dentro de la guerra continental de los Treinta Años (1618-1648). Aquellos conflictos habían desgastado a todos los contendientes; y todos estaban necesitados de pactar una paz. El Tratado de los Pirineos implicaba la cesión de la Catalunya Nord a Luis XIV; pero, a cambio, Felipe IV se aseguraba el dominio de una serie de territorios europeos, sobre todo situados al límite entre los Países Bajos hispánicos y Francia, que París ambicionaba desde el inicio de aquellos conflictos.
¿Es decir, que los franceses aceptan la Catalunya Nord como un "segundo plato"?
Sí y no. Los franceses priorizaban los Países Bajos, pero, inicialmente, no pusieron mala cara cuando les ofrecieron la Catalunya Nord. Tenemos que pensar que, el 1641 ―al inicio de la Guerra de Separación (1640-1652/59)―, la Generalitat había nombrado conde de Barcelona Luis XIII de Francia. Y que en 1643, su hijo y sucesor Lluís XIV había heredado este título. La monarquía francesa no había ganado la guerra de Catalunya, pero tampoco había renunciado al proyecto de incorporar la totalidad de Catalunya en la órbita de París.
Pero situar la nueva frontera en el límite de los Pirineos, desde un punto de vista estratégico, no facilitaba el proyecto francés...
Efectivamente. Los franceses intentaron situar la nueva frontera dentro de la península Ibérica. Su propuesta era trazar la nueva frontera en el sur de Cadaqués y de Roses. Para los franceses, el Rosselló y el Empordà eran la misma cosa: una unidad geográfica formada por dos llanuras que se complementaban... Y de hecho, lo consiguieron. No exactamente allí, pero en la continuación de la negociación del tratado ―del año 1660―, los franceses incorporaron la cabecera del Segre (la Alta Cerdanya), que es territorio geográficamente peninsular, y quedó únicamente el enclave de Llívia en manos de los hispánicos.
¿Es cierto que en la cancillería de Madrid había instalada una cultura punitiva contra Catalunya que explicaría el fracaso diplomático hispánico?
Sí había una cultura punitiva, pero hay otros elementos que también explican el resultado de aquella negociación. Los franceses ganaron aquella batalla diplomática por la gran diferencia de calidad de los negociadores. Mientras que la legación francesa estaba formada por negociadores muy hábiles y ambiciosos, la legación hispánica estaba formada por gente que, en la mayoría de los casos, no tenía ninguna relación con el mundo de la diplomacia. Además, la legación hispánica, que era destacada en París o en la isla de los Faisanes (en el País Vasco), a diferencia de la francesa, no tenía ninguna autonomía de decisión: lo tenían que pedir todo por escrito a Madrid... y eso les restó mucha efectividad.
¿Se puede considerar que la monarquía francesa ganó en los despachos lo que no había podido ganar en los campos de batalla?
En gran parte, sí. Las fuentes documentales nos revelan que Mazzarino ―el ministro plenipotenciario francés― estaba gratamente sorprendido con el desarrollo de las negociaciones. Y eso se explica porque la legación francesa contaba con todos los recursos posibles, como los catalanes, que conocían muy bien el territorio que estaba en disputa. En cambio, la legación hispánica no tenía nadie del territorio, simplemente porque la cancillería de Madrid no confiaba en los catalanes, ni siquiera con los que se habían jugado la vida y el patrimonio por la causa de Felipe IV. Tan sólo contaron, esporádicamente, con aquella parte de la alta nobleza del país que había secundado la causa hispánica.
¿Quiénes eran estos catalanes que "trabajaron" para el proyecto de Mazzarino?
Eran aquellas clases dirigentes catalanas de la época de la Guerra de Separación que mencionaba antes y que, en aquel momento, estaban en Perpinyà. Son el primer exilio catalán de la historia: un colectivo de unas mil quinientas personas que se marchan cuando las tropas hispánicas están completando la ocupación del Principado (1652), y que, por su grado de implicación personal con el partido catalán profrancés, no se pueden acoger al perdón general que dicta Felipe IV (1653).
¿En qué condiciones Francia acoge este exilio?
En unas buenas condiciones. De hecho, pasa una cosa muy curiosa. La clase nobiliaria rosellonesa, tradicionalmente antifrancesa, se exilia en el Principado y Felipe IV los obsequia con las propiedades confiscadas a los que no se han acogido al perdón general. Y a la clase dirigente catalana que se exilia en el Rosselló, Luis XIV los obsequia con las propiedades confiscadas a la nobleza rosellonesa antifrancesa que ha hecho el camino hacia el sur. Se puede decir que es como una especie de cambio de cromos.
¿Qué papel tiene este exilio en la vida política del Rosselló separado del Principado?
Muy relevante. Acto seguido a la firma del Tratado de los Pirineos (1659), la monarquía francesa otorga a la Catalunya Nord el estatus de "provincia reputada extranjera" y la llama provincia del Rosselló. Este estatus se le concedía a los territorios que se incorporaban a la órbita política y militar francesa, como territorios semiindependientes, y que conservaban sus instituciones de gobierno. El Consejo Soberano del Rosselló, creado a propósito, se proveyó con elementos de este exilio.
Entonces, para el exilio catalán, ¿el Rosselló es la matriz de un proyecto que quiere recuperar la totalidad de Catalunya?
Sí. Para el exilio catalán y para la cancillería de París. Y eso, explica también, la importantísima participación de este exilio en la legación francesa que, con anterioridad, había negociado el Tratado de los Pirineos.
¿Quiénes son los elementos más destacados de este exilio?
Uno de los más destacados es Ramon Trobat, que forma parte de la generación más joven de aquel exilio. Pero se convertirá en un personaje muy destacado. Era muy bien considerado en París: se ganó la confianza de Le Tellier de Louvois, el poderosísimo ministro de Guerra de Luis XIV, y fue el único intendente de la monarquía francesa que ejercería su autoridad en su propio país. Además, después de la guerra, conservó importantísimos contactos con la oposición clandestina antihispánica a Catalunya, a través ―entre otros― de los contactos de su esposa, la vicense Caterina Codolosa.
¿Cuál era, exactamente, el proyecto político de Trobat y su entorno para Catalunya?
De Ramon Trobat sabemos, por la documentación que generó, que era una persona profundamente antihispánica. No conocemos las razones concretas de este posicionamiento ideológico, pero sí que sabemos que en su pensamiento, para decirlo de una manera gráfica, Versalles representaba la luz y el color, claramente contrapuestos al claroscuro de El Escorial. Trobat se convirtió en uno de los catalanes con más poder de la segunda mitad del siglo XVII.
¿Pero cómo imaginaban el encaje de Catalunya en este luminoso universo francés?
Como un estado semiindependiente gravitando en la órbita política y militar de Francia. Aquello que habían pactado las instituciones catalanas y la monarquía francesa al inicio de la Guerra de Separación.
¿No era un proyecto muy arriesgado, considerando que los Borbones franceses eran el paradigma del absolutismo totalmente opuesto al pactismo secular catalán?
Sí. Los Borbones franceses son los que, en aquel momento, han llevado más lejos el régimen absolutista, que está erosionando el sistema pactista en Francia. Pero los Habsburgo hispánicos también pretenden lo mismo en las Españas. Y, ante la posibilidad de que Catalunya quede disuelta por la voracidad absolutista de los Borbones franceses o de los Habsburgo hispánicos, Trobat llega a proclamar "antes con Francia que con España".
¿Eso quería decir que, en el peor de los casos, preferían que Catalunya fuera devorada por una bestia joven y bien maquillada, antes de que por una bestia vieja y sucia?
Es lo que comentaba antes, la seducción que sentían por toda aquella modernidad que se fabricaba en Versalles. Es la luz y el color contra el blanco-y-negro.
¿Qué representa para la sociedad catalana de la época la pérdida del Rosselló?
Es una tragedia para Catalunya. En aquel momento Perpinyà es la segunda ciudad del país, y rivaliza comercialmente con Barcelona. Aquella pérdida significó la desaparición del segundo mercado comercial y del segundo motor económico del país; y comprometería severamente la recuperación económica del Principado durante la posguerra. Eso, en aquellas negociaciones de los Pirineos, también lo sabía todo el mundo, pero todo indica que a Felipe IV la situación de precariedad en que quedaba Catalunya le venía muy bien. Era otro triunfo que completaba las victorias militar y política.
¿Y, más concretamente, qué representó para los norcatalanes?
Una alteración de los circuitos comerciales tradicionales que arruinó el país. Los franceses cerraron la frontera con el Principado. Un ejemplo muy claro lo tenemos con la sal, que era un elemento importantísimo para la conservación de los alimentos. Los franceses prohibieron a los roselloneses comprar la sal a sus proveedores tradicionales del Principado, y los obligaron a adquirirla a monopolistas del Languedoc. Eso provocó un aumento brutal de los precios y de la fiscalidad, porque la monarquía francesa aplicaba una gabela (un impuesto) muy onerosa sobre la sal. Tanto es así que cuando los roselloneses se referían a la etapa anterior al Tratado de los Pirineos, lo llamaban "la época antes de la gabela de la sal".
Hay un aspecto de aquel tratado que muchas veces se pasa por alto ―por lo menos, para los historiadores españoles―, pero que tiene mucha importancia: las Constituciones de Catalunya prohibían la alienación de una parte del territorio catalán sin la autorización de las instituciones catalanas. Pero, en cambio, Felipe IV, que había jurado estas Constituciones, lo hizo...
Sí, es un acto de autoritarismo, de afirmación de su poder. Felipe IV, cuando viola las Constituciones de Catalunya, está enviando un mensaje a las clases dirigentes del país y al conjunto de la sociedad catalana. Les está diciendo que los catalanes han perdido la Guerra de Separación y, por lo tanto, aquel pacto secular que regulaba la relación entre Catalunya y la monarquía, es decir, entre el país y el poder central, ha quedado en un segundo plano. Que, a partir del hecho, quien decide en cuestiones de importancia es el rey, y que el rey no necesita la autorización de las instituciones catalanas para disponer de Catalunya.
Por lo tanto, ¿también hay un componente de castigo, verdad?
Hay un clarísimo componente de castigo. Eso es evidente. Pero, también, es una actitud autoritaria, propia de quien ha ganado la guerra, que ya tenía un precedente inmediato. Después de la derrota militar catalana, Felipe IV no liquidó las instituciones del país. Pero las monitorizó: se atribuyó la facultad de decidir quién podía optar a ser electo y quién no a las instituciones catalanas. Es decir, practicó una depuración politicoideológica, que sería la derrota política de Catalunya. Con el Tratado de los Pirineos se consuma la derrota económica.
¿Cómo reaccionan las nuevas clases dirigentes catalanas impuestas por Felipe IV cuando se enteran de que ha mutilado Catalunya?
Se enfadan. Y se decepcionan. Se sienten traicionados por Felipe IV y por la cancillería hispánica. Pero, sin embargo, lo asumen y, por ejemplo, colaboran en la organización de las fiestas que Felipe IV ordena que se celebren, también a Catalunya, para conmemorar la Paz de los Pirineos.
¿Se llegaron a arrepentir de su apoyo a Felipe IV?
No. Se resignaron... de momento.
¿Los franceses se llegaron a arrepentir de no haber forzado la máquina diplomática para conseguir los Países Bajos en ningún sitio de la Catalunya Nord?
Poco después de la firma del tratado, sí. La resistencia norcatalana, que no era prohispánica sino que era antifiscal, fue un gran quebradero de cabeza para Luis XIV. Y durante la década de 1670, cuando los norcatalanes se rebelan repetidamente contra el poder francés, París desata una represión brutal y a la vez propone varias veces a Madrid intercambiar los Países Bajos por la Catalunya Nord. Pero la cancillería de Madrid se niega en rotundo. En cambio, no sabremos nunca ―pero lo podemos imaginar― qué habría pasado si, un siglo más tarde, los británicos hubieran propuesto a Madrid devolver Gibraltar a cambio de algún otro territorio.
Profesor, para acabar, ¿cuánto tiempo sostuvieron los franceses el proyecto de incorporar la totalidad de Catalunya desde el Rosselló?
A pesar de la resistencia rosellonesa, durante toda la segunda mitad del siglo XVII. En la Guerra de los Nueve Años (1688-1697), los franceses invadieron Catalunya y en 1697 entraron en Barcelona. Vendôme ―el jefe militar francés― renovó el juramento de las Constituciones de Catalunya en nombre de Luis XIV de Francia, que hasta entonces nunca había renunciado al título de conde de Barcelona. Poco después se firmó el armisticio, y los franceses se retiraron. Y todavía poco después (1701), Felipe de Borbón, nieto de Luis XIV, era coronado rey de las Españas como Felipe V. A partir de aquel momento, para Francia, la monarquía hispánica ya no es el enemigo a abatir. Luis XIV ya no necesita una plataforma territorial aliada dentro de la península Ibérica; y abandona los catalanes, pero sin renunciar a la Catalunya Nord.
¿Y qué pasa con el exilio catalán?
Sabemos que Ramon Trobat entra con Vendôme en Barcelona durante la efímera ocupación de 1697; y que en aquel momento ve culminado su largo proyecto ―su viejo sueño, se podría decir― que había esperado casi cuarenta años. Para Trobat, que en aquel momento ya era un hombre viejo de setenta años, sería una especie de "ya soy aquí" que no tendría continuidad.