Fue algo así como darse un chapuzón de agua helada en una tarde de 45 grados a la sombra: saciante, fresco, analgésico, placentero, aunque embriagador, punzante, un poco paralizador en los puntos de máxima tensión dramatúrgica. Entrar en La Modelo de Barcelona siempre es una experiencia emocionante y contradictoria, de pelos de punta, pero hacerlo para homenajear a las travestis es algo que bien merece pellizcarse las mejillas. Nuestras madres y padres ya existían cuando agredían y violaban a los invertidos, los maricones, los desviados y las pervertidas. Carmen de Mairena o José Ocaña estuvieron ahí. Es un enorme ejercicio de justicia poética que Jo, travesti se haya reapropiado del insulto y de un recinto torturador y represivo con la disidencia de género para blindar su legado y honrar su memoria y la de tantas.

Esta alterficción enmarcada en el Festival Grec e ideada por el coreógrafo Roberto G. Alonso y el dramaturgo Josep Maria Miró, a partir de la biografía del primero y convertido en La Diva en el escenario, se pasea por diferentes nombres transgresores de la escena transformista para remarcar ese lugar de la historia artística que siempre les fue arrebatado a los que soñaron con desencadenarse; un lugar que todavía ahora no ha conseguido ser legitimado ni venerado como una pata más de nuestra herencia cultural. Las voces de Derkas, Edmond de Bries, Violeta la Burra o Leopoldo Fregoli reivindican su existencia en este espejismo artístico lleno de lucha.

Foto: Alice Brazzit

Permanentemente considerada cultura de segunda, el estigma travesti perdura y se nota por lo obvio. Lo dice claramente La Diva: no hay personas travestis en los culebrones ni en las obras programadas en grandes teatros nacionales; tampoco en la literatura o la música mainstream, o en las simples oportunidades, que siguen estando relegadas a espacios concretos. El travestismo sigue encotillado en el marco del show banal y superficial, del mamarracheo como algo peyorativo y de la llamada de atención superlativa sin fondo ni sentido aparente. La normatividad se impone todavía, aunque no nos guste.

En Jo, travesti hay purpurina y plumas y mallas y brillos sobre la palestra, tirando de una realidad que por estereotipada no deja de ser verídica y palpable, absolutamente fascinante. Predominan los tacones y la música, y se cronifica el humor como tapón reutilizable para retener el dolor heredado de todas las que sufrieron y sufren el ostracismo. Jazmine Verdaguer, alter ego del músico Jordi Cornudella, acompaña a La Diva en un viaje que delimita las vivencias de muchas y las atrapa para retenerlas en cuerpo y alma. Las marcas entre ficción y realidad se desdibujan constantemente en una performance constante que interpela directamente al público en una conversación fraternal maravillosa y que invita activamente a probar el arte del travestismo en propia piel para autoexplorar nuestras propias fantasías. Y nos pone en jaque existencial.

Pioneras del despiporre y de la transgresión de ser libres, las travestis marcaron el eje de una creación identitaria que las reforzaba pese a la burla y el calvario interno, y son patrimonio necesario de nuestra humanidad

Así se demuestra que, mientras que para algunos cambiarse las vestiduras puede parecer absurdo, para otros fue y es un resquicio de luz por el que asomar la cabeza y salir de la mazmorra impuesta. Pioneras del despiporre y de la transgresión de ser libres, las travestis marcaron el eje de una creación identitaria que las reforzaba pese a la burla y el calvario interno, y son patrimonio necesario de nuestra humanidad. Alonso está perfecto en su papel de maestra de ceremonias, lo borda en su osadía y ataca con la ironía aguda de quien ha aprendido a levantarse muchas veces. Cornudella marca el tempo con su piano, su clarinete y unas puntualizaciones más que acertadas. Especialmente genuinas y entrañables son los juegos de palabras entre ambos personajes, con metamorfosis gramaticales y sintácticas inteligentísimas y que son simplemente deliciosas. Y aplauso fuerte al epitafio ficticio de la travesti protagonista en contra de los políticos: “vuestras condecoraciones las quería en vida y no en muerte, porque a las travestis nos gusta celebrar la vida”.

Y así, entre los barrotes de una cárcel, las transformistas van saliendo de su prisión personal por su propio pie. Cosas como esta clarifican lo mucho que nos jugamos el próximo domingo electoral. Es una obra simpática y dicharachera, ultra necesaria —y que en septiembre podrá seguir viéndose—. Sería fantástico que nos sacudiéramos las manías ya de una vez y las programaciones comerciales apostaran por contenidos de este calado. También que dejáramos de defenderlo por boca y de condenarlo por pasividad, para qué engañarnos. Y que sirviera para que votemos sin dispararnos un tiro en el pie. Una sale de La Modelo con la sensación de haberse perdido demasiado y con la orfandad de no haber tenido más referentes a mano para ser menos cuadriculada, pero con la esperanza vivaz de querer descubrirlas a todas. Es lo bueno de Jo, travesti, que hace asentir a cualquiera todo el rato. No se puede negar que tienen más razón que unas santas.