El verano del 62 Annie Ernaux pasó por Montserrat. Hacía una ruta con una amiga y estuvieron en Madrid y en el País Vasco y cuando iba del primer lugar al segundo atravesó Catalunya, visitó Montserrat e hizo un voto a la Moreneta: escribir una novela. Recordaba haberlo leído a Memoria de chica y me gustó oírla explicarlo ayer tarde, con la voz pausada y llena de tanta sabiduría, de todas las cosas que ha escrito, ante un público entusiasmado. Hubo un aplauso precioso, una emoción colectiva, solo verla entrar con Anna Guitart al salón de actos de la Biblioteca Jaume Fuster. De hecho, fuimos unas cuantas las que tuvimos que salir a buscar el aparato de traducción simultánea una vez se lanzaron a hablar, como si el impacto de ver a Ernaux nos hubiera hecho olvidar que no sabemos francés.
Encontrando el yo, perdiendo las palabras
También ha hablado de eso, de lo que no sabes. Y de la vergüenza que comporta. Una vergüenza que dura mucho tiempo porque llevas bien aferrada. La vergüenza de no saber palabras, de no pertenecer a una clase que tiene una cultura y unos gustos. Pienso cómo de bien lo explica y que es de paradójico, que hable de no saber cosas una Premio Nobel. Alguien que anotó en su dietario, hace más de sesenta años, que escribiría para vengar a su raza. Esta es, de hecho, la frase con que inició su discurso en la Academia Sueca.
Pienso que es de paradójico que hable de no saber cosas una Premio Nobel
Cuando lo escribió era una muy buena estudiante de letras en una universidad de provincias. Sus padres regentaban una tienda de comestibles y un café. No tenían ningún interés por la literatura, ni sabían cosas que quizás se tenían que saber, aunque no les diera vergüenza. Esta es la raza que venga. Y a través de una literatura que narra su vida. Nacen de aquí, sus palabras. Y eso también habló. De las palabras que enseñaba a sus alumnas en frases bonitas, de las que quiso escribir ella después, para decir cosas interesantes para el mundo, pero a través de su propia historia.
Lo explica a El hombre joven y ayer lo rememoraba: quizás hasta que no lo escribes, no lo recuerdas con plena conciencia, hasta el fondo
Explicaba que el atrevimiento de esta primera persona la hizo dudar. Y es una cosa que puedes pensar cuándo lees su agresión sexual, su aborto clandestino o una pasión que la desbarata entera. La hizo dudar por la vergüenza. De nuevo, la vergüenza que te frena y te traba y que se imaginó que podría sentir una vez se publicara. Pero se impuso el yo. Y el yo no es igual en los primeros libros que en los últimos, se ha neutralizado y ha cogido distancia y perspectiva. Narrar desde este lugar es hacer de soporte al recuerdo. Lo explica a El hombre joven y ayer lo rememoraba: quizás hasta que no lo escribes, no lo recuerdas con plena conciencia, hasta el fondo.
El yo no es igual en los primeros libros que en los últimos, se ha neutralizado y ha cogido distancia y perspectiva
También explicó que su escritura no es rápida, no es a chorro, como podríamos imaginar de seguir el flujo de los recuerdos. Imposible. Anna Guitart le preguntó por las imágenes de la memoria y dijo que es justamente esta traducción a las palabras, lo que requiere tiempo. Para que sean precisas. Porque tienen que ser aquellas y no otras; palabras que evocan todo un pasado, o un momento determinado, palabras que hacen aparecer a tu madre. Algunas son densas y te pesan al cuerpo como una sopa espesa, decía. Pero el lector no tiene que ver las palabras, sino ver escenas a través de las palabras. No el artificio de gustarme en la propia retórica. Y entonces ha habido un momento que hemos perdido un poco las suyas, de palabras. Y en el aparato que llevábamos a la oreja se repetía que había fallado el sonido de sala y que no se sentía la oradora.
Las novelas descartadas también alimentan los pilares de las que vendrán
Ernaux también quería vengar un sexo. Por eso disfrutó escribiendo El acontecimiento. No para que fuera placentero revivir el embarazo y la agonía de los días que pasaban sin encontrar la manera de detenerlo, sabiendo que era ilegal y que podía ir a la prisión, sino el placer único de alcanzar alguna cosa haciéndolo existir. A las preguntas finales le preguntaron qué la empujó a entrar en el mundo de la literatura. Explicó que eso, justamente, funciona al revés: es la pulsión de la escritura, que te atrapa a ti. Y bromeó un poco, porque este "mundo" de la escritura es, muchas veces, un trabajo muy solitario y muy largo, también de todo lo que no acaba saliendo. Como el texto que escribió después del voto a la Moreneta y que acabó siendo una novela fallida. Las novelas descartadas también alimentan los pilares de las que vendrán. Cuando empezó a escribir fue porque sentía un deseo fuerte. Y mientras lo explicaba movía las manos delante del rostro de ochenta y tres años que tiene la misma fisonomía de la chica que he visto en las portadas de sus libros. Decía que era como si escribir fuera la única, la única cosa que podía hacer. Lo ha dicho con el mismo convencimiento de que debió sentir semillas. Y yo, ahora, tengo ganas de leerla todavía más.