Esta es la historia de Parthenope, hija de burgueses, crecida entre palacetes, disfrutona en permanente dolce vita, y plenamente sabedora de su magnética belleza. Desde su nacimiento, en 1950, y hasta nuestros días, la protagonista, que nunca encajará en la norma, perseguirá la libertad que se le niega por ser mujer. Paolo Sorrentino abraza a su primer personaje protagonista femenino y, en Parthenope, nos cuenta su singular historia de deseo, búsqueda y conocimiento. En un momento fundamental de la película suena la canción Era già tutto previsto, de Riccardo Cocciante, y la bella Parthenope baila con los dos hombres de su vida, dos entre tantos que también perseguirán serlo. Y Sorrentino remata una fiesta decadente para continuar con el proceso de descubrimiento de esa mujer magnética, curiosa, valiente y descarada, autoconsciente del poder que ejerce sobre cualquiera que se cruce en su camino. Parthenope se empeña en su sueño antropológico y en el aprendizaje de cuáles son las preguntas correctas, dominando como domina las respuestas ingeniosas y veloces.
El día de Navidad llega a los cines la nueva película del director de La gran belleza (2013) o de la autobiográfica Fue la mano de Dios (2022), y con ella pone al paso del tiempo en su punto de mira, también a las apuestas vitales y a las decisiones sin vuelta atrás. Y, jugando con el nombre de la protagonista, rinde homenaje a sus orígenes, esa caótica Nápoles con la que Paolo Sorrentino mantiene una relación de amor turbulento. Algo de ello se traslada a las imágenes, por otro lado coherentes con su imaginario barroco y detallista, hermoso y grotesco al mismo tiempo. Celeste Dalla Porta debuta en la pantalla poniéndose en la piel de la protagonista. Y Gary Oldman tiene una relevante aparición, en forma de escritor alcoholizado y homosexual apellidado Cheever. Parthenope es puro Sorrentino y con el cineasta hablamos de su forma de entender la vida y el cine.
Parthenope reflexiona sobre el paso del tiempo. Y diría que, junto a Fue la mano de Dios, ha supuesto un cambio en tu cine, con una apertura emocional por tu parte que antes no estaba presente.
Diría que no hay mucha relación entre Fue la mano de Dios y Parthenope. Aquella era una historia completamente autobiográfica, y este film navega sobre la idea del paso del tiempo. Pero no sé responder a si yo me había abierto emocionalmente o no con mis anteriores películas. La verdad es que me he olvidado un poco del cine que he filmado, no lo reviso, no me interesa volver a lo que he hecho en el pasado, ni siquiera recuerdo bien por qué he hecho esas películas, ni de qué hablaban. Me acuerdo un poco de las últimas porque son más recientes. Y ocurre que no me gusta nada relacionar mis películas las unas con las otras. No pienso que sea algo que me toque hacer a mí. Si alguien se ha interesado en hacerlo... pero yo no soy capaz. Vivo al día, en un cierto punto me viene a la mente una idea, la persigo y hago una película. Pero ya está.
¿Siempre ha sido así?
Sí, siempre, siempre ha sido así. No le doy mucha importancia a las películas que hago.
Decía lo de esa apertura emocional que detectaba desde Fue la mano de Dios porque coincidió, más o menos, con tus 50 años. Ahora tienes 54. ¿Viviste algo parecido a eso que llaman la crisis de los 50?
Sí, sí, es obvio que, para todos nosotros, cumplir una determinada edad como pueden ser los 50 es un momento importante. Pero, ¿cómo te diría? Hacer entrar mi privacidad dentro de mi obra, dentro de una película, es una cosa que ya he hecho y de la cual me he arrepentido, así que no quiero volver a hacerlo nunca más. Y no quiero hablar más de mis películas desde la perspectiva de mi esfera privada. Me parece un poco agotador. Pero Parthenope es un film sobre el paso del tiempo, y eso es algo que nos concierne a todos. Un tema sobre el que estamos pensando constantemente, independientemente de la edad que tengamos. Lo hacemos a los 20, a los 30, a los 40, y lo haremos a los 80. Y este es un tema, ¿cómo lo diría? Impalpable, muy difícil de manejar, pero, al mismo tiempo, es algo que nos ocupa continuamente. Así que me parecía justo dedicar una película a algo con tanta presencia en nuestras vidas. Ahora bien, ¿cómo lo vivo yo como persona? Eso es secundario.
No quiero hablar más de mis películas desde la perspectiva de mi esfera privada
Otro de los temas de la película es la belleza. Se me ocurría que Parthenope se podría haber titulado La gran belleza si no la hubieras hecho ya...
No lo sé. No sé cómo responder. Por descontado que Parthenope es una historia sobre la belleza. Pero es que, si partimos de la base de que hay belleza en cualquier lugar, no entiendo por qué nadie debería ir al cine a ver una película que no mostrara la belleza de las cosas, o que no hablara sobre ello.
¿Eso explica que en tus películas sea tan importante la estética?
Sí, efectivamente la estética es importantísima para mí. Es mi manera de contar, de narrar. No sé, ni me gusta, hacerlo sin recurrir a ese plano más estético. Absolutamente, sí. Yo no hago nada más que volver a aquellas cosas que me han golpeado como espectador. A mí me impactaron películas con un impacto estético muy grande, así que eso es lo que intento hacer yo con mis trabajos.
¿Todas esas imágenes, esas composiciones que vemos en tus películas, están en tu cabeza y a partir de ahí desarrollas una historia? ¿Es al contrario, primero hay una historia que contar y después llega la parte estética? ¿Es un equilibrio de ambas?
Las dos cosas. Hay veces en las que tengo imágenes en mi cabeza que para mí son bellas y busco hacerlas realidad porque son adecuadas a la historia que quiero explicar. Otras ocasiones, estoy visitando lugares, y de repente veo cosas y personas que me parecen bellas e integrables en una película. No hay un plan preconcebido. Más bien va sucediendo. Veo la belleza cuando escribo, cuando busco las localizaciones, cuando ya estoy rodando. Y veo si son elementos susceptibles de formar parte de la historia que estoy contando. Incluso a veces no lo son, pero no me importa nada y las añado igualmente.
La protagonista de Parthenope vive con enormes ansias de libertad, algo que para una mujer siempre ha sido más complicado que para un hombre. ¿Fue una de las razones de escribir tu primer personaje femenino protagonista?
Me gusta la idea de hablar de una mujer libre. Y me gusta también la idea de sugerir al público que se debe perseguir la libertad a toda costa, porque, sin libertad, la vida es realmente algo muy reduccionista. Histórica y culturalmente, la libertad para las mujeres no ha sido algo que se diera por descontado, más bien ha sido algo difícil de alcanzar. Por lo tanto, me apetecía darle una dimensión épica a esa lucha por la libertad que una mujer acomete.
Lo haces en Parthenope, pero no es la primera vez. Otro ejemplo evidente sería la serie The Young Pope: ofreces una mirada crítica a la Iglesia Católica, y sobre todo a sus representantes, poniendo el foco en sus debilidades. ¿Es algo que te motiva especialmente mostrar?
En realidad, lo que muchos llaman debilidades, para mí es una fuerza. El clero, los sacerdotes, son seductores de almas. Y, por lo tanto, son también perfectamente creíbles como seductores de personas. Y no creo que eso sea una debilidad, a no ser que lo analicemos desde un punto de vista católico, marcado por la moral. Desde ahí, estos sacerdotes son débiles. Pero como yo no soy católico ni tampoco moralista, para mí esa capacidad de seducción les hace fuertes.
Me apetecía darle una dimensión épica a esa lucha por la libertad que una mujer acomete
Efectivamente, el arzobispo del film es un seductor. Y la propia Parthenope parece adicta, de alguna manera, a la seducción. ¿Desde tu lugar de creador y artista, te consideras tú también un seductor?
Sí, sí. Pienso que hago el mismo trabajo que hacen tanto el arzobispo como la protagonista. A través de las películas, lo que trato es de seducir a los espectadores.
El final de Parthenope incluye una celebración del último scudeto del Napoli. ¿Es el fútbol una de las pocas cosas a las que agarrarnos, que todavía nos pueden alimentar el alma al llegar a una determinada edad?
Para mí sí, sin duda. El fútbol es de las pocas cosas que, a estas alturas de la vida, continúan sorprendiéndome y alimentándome.