Una vez la literatura oral dio paso a la literatura escrita, la transmisión de historias quedó mayoritariamente en manos de la lectura, una práctica silenciosa y aislada que al fomentar la reflexión individual y la vida interior comportaba sus peligros. Sin mediadores que modelaran el discurso ni terceros que multiplicaran los significados, se abría la puerta a infinitas interpretaciones, desde heréticas que asustaban a las instancias eclesiásticas hasta literales que ponían en riesgo la vida (Don Quijote, Madame Bovary). La dimensión social de relatos, que vendría a ser su punto cero si tenemos que creer en la hipótesis que el primer narrador fue un hombre de las cavernas que hizo la crónica de su día de caza o lo que fuera en el grupo ante una hoguera, volvería con los salones del Paris de la Ilustración. Cuando la aristócrata de origen italiano Catherine de Vivionne, marquesa de Rambouillet, empieza a citar el año 1610 en un hotel cercano al museo del Louvre a una serie de intelectuales y aficionados a las artes salidos de las clases altas para hablar de libros -y de música, pintura, filosofía, música...-, de alguna manera pone la semilla de los futuros clubs de lectura. También concede a la mujer un espacio de influencia y de expresión inédito (el hombre de las cavernas sustituido por la mujer del salon).

Sin mediadores que modelaran el discurso ni terceros que multiplicaran los significados, se abría la puerta a infinitas interpretaciones, desde heréticas que asustaban las instancias eclesiásticas hasta literales que ponían en riesgo la vida

Un club abierto a todo el mundo

No deja de ser sintomático que, cuando casi cuatro siglos después, empezamos a tener noticias de qué es un club de lectura, sea en clave femenina. A) de la mano de la todopoderosa actriz, empresaria y estrella mediática Oprah Winfrey, quien a través de su talk show, invita a millones de americanos a adentrarse en un título que se convierte infaliblemente en bestseller. O b) Por medio de películas o series de televisión (ex, los Simpson), también americanas, donde impera el modelo de amas de casa que se reúnen en el hogar de una de ellas a rehuir el aburrimiento y el vacío transmutándose por unas horas en críticas literarias (una modulación del salon, esta vez en clave doméstica, representada por la sala de estar o el comedor, y 100% femenina, si bien no cambia el hecho de que las participantes suelen pertenecer a entornos privilegiados).

La formulación actual del club de lectura ha dejado de encajar dentro de un marco elitista, convirtiéndose en un sistema no ya solo abierto a todos, sino muy ligado a la calle y a la vida barrio desde el momento en que la biblioteca y la pequeña librería actúan como grandes dinamizadores del fenómeno

La formulación actual del club de lectura ha dejado de encajar dentro de un marco elitista, convirtiéndose en un sistema no ya solo abierto a todos, sino muy ligado a la calle y a la vida barrio desde el momento en que la biblioteca y la pequeña librería actúan como grandes dinamizadores del fenómeno. Otra forma de pluralismo proviene de la diversidad de oferta literaria, habiendo clubs especializados en todo tipo de géneros: poesía, novela histórica, novela negra, ciencia ficción... De la reducida y selectiva comunidad del salon, más bien una batalla de ingenios sobre materias "de alta cultura" -o del modelo jerárquico y masificado del talk show con estrella-, pasamos a la diversidad grupal donde todo el mundo tiene, a priori, acceso: llega en igualdad de condiciones y puede escoger su sabor favorito. Lo que continúa igual es la relevancia de la mujer, mayoría abrumadora en términos de asistencia, lo que apoyaría la teoría que son ellas las que sostienen la industria editorial.

Los clubs de lectura, disfrutando de la experiencia literaria desde la colectividad

Amplificando la potencialidad de la obra

¿Para qué decimos que sirve un club de lectura, o su última permutación, el club de lectura compartida, búsqueda de vínculos entre diferentes títulos después de una lectura silenciosa bajo un mismo techo? Desde el momento en el que no hay dos lectores iguales, es decir, cada uno afronta un texto desde unas experiencias vitales, educación, sensibilidad, cúmulo de filias y fobias que conforman una subjetividad única, la puesta en común de ideas, teorías, impresiones y todo el resto de respuestas que nos despierta aquel, a la fuerza tiene que generar una visión expandida de sus posibilidades. El paso de unos razonamientos y unas sensaciones internas (la soledad y la individualidad del monje o de Madame Bovary) a un análisis colectivo, amplifica la potencialidad en principio infinita de la obra. Con el testimonio del compañero y la guía del moderador informado, podemos mejorar como lectores, multiplicar o afilar las herramientas para profundizar en los recursos técnicos del autor y las capas de sentido del libro sobre la mesa. Al menos, eso es lo que me han ido repitiendo los participantes, a lo largo de los quince años que conduzco clubs: "Vengo a escuchar a los otros para que me descubran cosas, para aprender, para enriquecer la lectura".

El paso de unos razonamientos y unas sensaciones internas (la soledad y la individualidad del monje o de Madame Bovary) a un análisis colectivo, amplifica la potencialidad en principio infinita de la obra

Cierto, sin embargo, por descontado, eso solo es una pequeña parte de la motivación. La gente asiste para sentirse menos sola, para hacer amistades, para encontrar pareja (hay solo para singles), para hacer barrio, para ayudar a la librería, para desintoxicarse de las pantallas, para aprender catalán (¡verídico!) y muchos más motivos que de tan personales y secretos escapan a las limitaciones de un ser no omnisciente. A pesar del estrés que supone a veces repartir bien el turno de palabra y la frustración puntual de no ser capaz de estimular la participación de la mayoría silenciosa, siempre es un gozo ver cómo el esfuerzo por pensar y argumentar a partir de un texto, se abre camino en un momento en que las redes sociales estimulan la opinión sin filtros sobre todo tipo de manifestaciones artísticas, muchas veces sin haber tenido el menor contacto con ellas. Y a uno nunca lo deja de sorprender cómo y desde dónde lee la gente, que supone la mitad de la gracia de todo. En Papeles rotos, uno de los ensayos que conforman El último lector; Ricardo Piglia escribió al respecto: "Un lector es también el que lee mal, distorsiona, percibe confusamente. En la clínica del arte de leer, no siempre el que tiene mejor vista lee mejor". En los clubs de lectura, incluso estos son bienvenidos.