En los créditos de La pareja perfecta ves dos nombres que, hasta hace no tanto, eran garantía de una cierta calidad. Son los de la actriz y productora Nicole Kidman y la directora Susanne Bier. Pero quien haya visto The Undoing sabe que allí perdieron gran parte de su credibilidad: la producción de HBO debe ser una de las peores series de intriga de este milenio, mal escrita y peor interpretada. Pero hay una variante fundamental: a diferencia de The Undoing, donde todo era de un pomposo lamentable, a La pareja perfecta no se la toman en serio. Es más, se nota que Bier, Kidman y el resto de cómplices se lo cogen como una manera de divertirse (y de limpiar, mientras tanto, los bolsillos de Netflix) que se hace incluso entrañable.
A ver, que tenga vocación festiva no la redime de sus pecados. Es tramposa hasta el infinito, estropea sus enunciados, desperdicia personajes prometedores y hay escenas que parecen rodadas por una IA alcoholizada. Pero al mismo tiempo tiene algo travieso, de versión petarda de una novela de Agatha Christie, y sus ocasionales salidas de tono la convierten en una verbena de consumo rápido y olvido supersónico. También hay que recordar que forma parte de un subgénero, el de los ricos zambullidos en un estercolero, que siempre aliña una sobremesa.
El punto de partida de La pareja perfecta es el tantas series sobre pijos con problemas. Resulta que el hijo tonto (pero mucho, ¿eh?) de un matrimonio adinerado se casa con una chica de clase media y padres paletos. Todo son lujos y fotos de Instagram, pero resulta que el día del ensayo de la ceremonia aparece el cadáver de la mejor amiga de la novia flotando en el mar. Y no solo eso, sino que más o menos todo el mundo tenía algún motivo para deshacerse de la víctima. Por descontado que la investigación del caso se alterna con la constatación de que los ricos también lloran. En contra, decíamos, tiene la sensación constante que la acabarán cagando y es exactamente lo que acaba paso. La intriga está presentada con solvencia y el guion juega bien con nuestras expectativas, pero se acaban tomando decisiones delirantes, hay secundarios que no acabas de saber nunca para qué sirven (cuánta tristeza, Isabelle Adjani) y desperdicia clamorosamente el humor negro que a ratos salpica la narración.
La cosa va de no darle muchas vueltas, pasárselo bien y pensar que en Netflix hay productos mucho, mucho peores
En el lado positivo, una Kidman en su salsa, la (desperdiciada pero divertidísima) policía que interpreta Donna Lynne Champlin y los apuntes malévolos sobre la tiranía de las apariencias. También se le tiene que agradecer sean suficientes seis episodios para explicar la historia y que de vez en cuando nos regale momentos tan atolondrados como el que implica una canción de Rick Astley. De hecho, el mejor resumen de esta serie lo hace ella misma en los créditos iniciales, en los que vemos a las actrices y los actores bailando en la playa como si fueran protagonistas de una sitcom: la cosa va de no darle muchas vueltas, pasárselo bien y pensar que en Netflix hay productos mucho, mucho peores.