Puedes haber pasado miles a veces por delante sin haberte dado cuenta de que existía nunca. El pasaje Sert queda oculto detrás de las fachadas de los edificios, de tal forma que quién no se fija no tiene manera de encontrarlo: los que no lo conozcan pueden no sospechar su existencia. Une la calle Trafalgar, paraíso de la venta de ropa china al por mayor, con la calle Sant Pere més Alt, la zona de influencia directa del Palau de la Música y de sus avalanchas de visitantes. Pero el pasaje Sert ha preservado una identidad propia, y se desmarca completamente de su entorno.
Luz y plantas
El pasaje Sert une dos mundos, pero es a su vez un mundo propio. En realidad, el pasaje Sert tiene un aire muy poco barcelonés. Unas cuantas plantas en la calle, muchas plantas en los balcones, luz... Un lugar donde no nos acosarán ni coches ni bicicletas y donde el silencio es la norma. En los últimos años se ha rehabilitado mucho, y buena parte de las casas están ocupadas por lofts y oficinas completamente reformadas. Ha pasado de ser un sitio oculto y degradado, a formar parte de la Barcelona con encanto, y de hecho ya tiene algún comercio de diseño, símbolo del avance de los tiempos.
Una antigua fábrica
El edificio actual se alzó en 1867, sobre la antigua fábrica de mantas de Bonaventura Solà i Sert. Lo construyeron los hermanos Sert, de la empresa Sert Hermanos y Solá, S. A., que también tenía fábricas de tejidos en Gràcia, Mataró, Castellterçol y Taradell. La nueva fábrica iba destinada a alojar un gran número de telares mecánicos, una maquinaria que en aquel momento estaba en plena expansión. La empresa presumía de tratar bien a los trabajadores, pero en su fábrica tenía un papel destacado el trabajo infantil, y el más abundante era el trabajo femenino, pagado a la mitad de salario que el masculino.
Los Sert
Se dice que el pintor Josep Maria Sert nació en 1874 en este pasaje, propiedad de su familia. Sert empezó a pintar de muy joven y se juntó con el círculo de artistas católicos que frecuentaban el Círculo Artístico Sant Lluc. Se destacó como muralista, sobre todo usando la técnica de la grisalla, que permite dar impresión de volumen a pesar de usar un solo color. Pintó la catedral de Vic y el Saló de les Cròniques del ayuntamiento de Barcelona. Tenía un estilo muy peculiar, muy alejado de las modas del momento. Su sobrino, el arquitecto Josep Maria Sert, fue un miembro destacado del GATPAC, el grupo que renovó la arquitectura catalana en tiempo de la República (con la colaboración de otros arquitectos realizó la famosa Casa Bloc de Sant Andreu). Tras la guerra civil se tuvo que exiliar y buena parte de su obra la realizó en Estados Unidos. En Barcelona, entre sus obras, destaca la Fundació Miró y el Pavelló de la República, que es una reproducción del original, instalado en París para la Exposición Universal de 1937.
Muy cerca
En el pasaje Sert, lo mejor que podéis hacer es sentaros un rato en su bar y disfrutar de la calma que rodea este espacio viendo pasar a los peatones. Si queréis tomar una tapita en un local acogedor para redondear la visita, no lo tenéis fácil: estáis a cuatro pasos del Palau y la masificación turística hace que haya muchos lugares caros y malos. Pero en la calle Verdaguer i Callís encontraréis un pequeño rincón, El Bitxo, donde, según ellos, preparan tapas atípicas. A pesar de estar metido en un pequeño callejón, es probable que no os libréis de la vorágine turística, pero el vino es bueno, el sitio agradable y las tapas ocurrentes. Si buscáis un local clásico, sin estridencias, tendréis que ir un poco más lejos. En Sant Pere Més Baix, junto a la Via Laietana, se conserva un bar de toda la vida con mucha gracia, el Miocid. Un sitio para tomar una cerveza o comer alguna cosa sin sofisticación. Y si ya se acerca la noche, hay un lugar canónico al otro lado de la Via Laietana, en la calle Ripoll, el Nostromo. Se trata de un bar abierto por un antiguo capitán de barco, con vocación de poeta. Está decorado con motivos marineros y contiene una interesante biblioteca de temas marítimos (de hecho, toma su nombre de una novela de Joseph Conrad). Un sitio ideal para relajarse con un buen ron o con un gintonic, donde también podemos comer alguna cosa y, a menudo, encontrar gente interesante.