València capital, domingo 27 de septiembre de 1517. Hace quinientos siete años. Las fuentes documentales de la época relatan que, tras un episodio continuado de lluvias (se habla de la inverosímil pero mágica cifra de cuarenta días), el río Turia se desbordaba y cubría la ciudad. Según las mismas fuentes, la riuà hundió más de doscientos edificios y dañó o destruyó los cinco puentes sobre el río. No existen datos precisos sobre los daños personales que causó, pero la investigación historiográfica estima que el balance de víctimas mortales se elevaría a miles de personas. La gran riuà de 1517 sería la más mortífera de todas aquellas de las que se tenía memoria o constancia escrita. Y sería la que impulsaría una serie de hechos que resultarían trascendentales en la historia moderna del País Valencià. ¿Qué sucedió después de la mortífera riuà de 1517?
La riuà de 1517
La riuà de 1517 está sobradamente documentada. Los relatos de los cronistas coetáneos, que están documentados en el Llibre d’antiquitats —depositado en el Arxiu de la Catedral de València— explican que, después de cuarenta días de lluvias constantes (recordemos que, según los textos bíblicos, el diluvio universal estuvo precedido de cuarenta días y cuarenta noches de lluvias incesantes), el domingo 27 de septiembre, hacia las tres de la tarde, el caudal del Turia creció repentinamente y destruyó la ciudad. Un relato posterior, de finales de siglo, escrito por Gaspar Joan Escolano —rector de la parroquia de Sant Esteve— dice que "se podía navegar en una barca grande entre los portales de los Tints y de las Blanqueries" (en el barrio del Carme) y que "la ciudad quedó hecha una Babilonia de lamentos y voces de los que morían ahogados bajo las aguas y bajo las casas que se hundían".
La crisis económica que vino después de la riuà
La riuà arruinó el aparato productivo de la Horta valenciana, y aquel golpe afectó al conjunto de la economía. En aquella época, los aparatos económicos no tenían la capacidad de reacción de los tiempos modernos, y aquella riuà generó una masa considerable de desclasados —nuevos pobres— que contrastaba con el paisaje socioeconómico de bonanza anterior a la catástrofe. En aquel contexto de pobreza, los gremios de la capital propusieron medidas de impulso a la economía, pero no encontraron la complicidad de las clases gobernantes del país ni de la cancillería hispánica. Por ejemplo, unos y otros denegaron una de las principales reivindicaciones gremiales: la supresión del impuesto de la "quema", que gravaba las importaciones de lana en bruto procedentes de Castilla y las exportaciones de manufactura textil dirigidas a Castilla.
La crisis sanitaria que vino después de la riuà
Los barrios y arrabales más humildes se sobredimensionaron y se convirtieron en foco de insalubridad y de generación y propagación de enfermedades. Los lodos de la riuà —que ocultaban miles de cadáveres pudriéndose bajo el barro— modificaron el paisaje de marjales y, también, el piso de caminos y calles. La falta de infraestructuras de higiene urbana —como por ejemplo alcantarillas o, incluso, pozos negros— y la infraalimentación harían el resto. Durante la primavera de 1519 —pasados dieciocho meses de la riuà— se declaró un brote de peste, del género de la peste negra, que se extendió con una rapidez y una virulencia extraordinarias, e impulsó la huida de las clases oligárquicas de la capital: la nobleza latifundista (y absentista de sus feudos rurales) y la clase mercantil rentista (enriquecido con la especulación).
La revolución de los desheredados
En aquel escenario de emergencia, la huida de las clases gobernantes abrió la caja de los truenos. Las clases populares se sintieron traicionadas. Y suscitaron la idea de que las clases rectoras no solo no habían hecho nada para enderezar el rumbo de la nave tras la terrible riuà de 1517, sino que, además, habían abandonado el timón y el barco con el estallido de la peste de 1519. Y, por lo tanto, ya no podían contar con ellas. Las primeras protestas desembocaron en un paisaje de violencia que, se aventuraba, fue fabricado a propósito. Los oficiales reales —el aparato judicial y el policial—, como representantes de la Corona y, en consecuencia, de las clases populares urbanas, se giraron y desplegaron una formidable y violenta represión contra las protestas. Las clases populares, en conjunto, asumieron que había llegado la hora de las grandes decisiones.
Los agermanats
En 1515, dos años antes de la gran riuà, los ataques de la piratería musulmana en los pueblos de la costa ocupaban la atención y las preocupaciones de la sociedad valenciana. Y en aquel contexto de inquietud, Fernando el Católico había autorizado la creación de milicias armadas en los pueblos, villas y ciudades de la costa valenciana. De esta forma surgían los agermanats. Aquellas milicias armadas tendrían un papel determinante en la evolución de la crisis de 1517. Las fuentes documentales, de nuevo, relatan que en un punto de aquella crisis (verano de 1519) las clases populares —dirigidas por las élites gremiales— pasan al ataque. El vacío de poder, producido por el abandono de las clases rectoras, contrastaría con la ambición de estas élites gremiales, que exhibirían su fuerza —su músculo militar— con frecuentes desfiles de las milicias agermanades.
El inicio de la revolución
A mediados de 1519, Ferran ya había muerto (1516) y quien ocupaba el trono era su nieto Carlos (1518). Pero el joven Habsburgo se había concentrado en la obtención de la corona del Sacro Imperio y la crisis valenciana no había formado parte de su agenda. Dos años y medio después de la mortífera riuà de 1517 y seis meses más tarde del estallido de la crisis sanitaria de 1519, el rey estaba en Catalunya puliendo los últimos flecos de las Cortes y preparando su viaje a Aquisgrán para ser coronado. Y los maestros gremiales y líderes agermanats Joan Llorenç, Guillem Sorolla, Joan Caro y Joan Coll realizaron un movimiento rápido y atrevido: viajaron hasta Molins de Rei, se entrevistaron con el rey y lo convencieron para que confirmara la milicia agermanada e impulsara la entrada de los gremios en las instituciones de gobierno. Era el 4 de noviembre de 1519 y se había iniciado la revolución.
¿Qué proponían los revolucionarios?
La revolución de las Germanías es un episodio trascendental en la historia del País Valencià. Según el escritor contemporáneo Joan Fuster, la derrota de aquella revolución explica la posterior y convulsa historia valenciana. Y explica, también, su convulso —y a veces contradictorio— presente. Pero la cuestión es: ¿qué proponían exactamente los ideólogos de aquel movimiento revolucionario que, desgraciadamente, no triunfó? Pues, principalmente, transformar la capital (y el reino, como su traspaís) en una república inspirada en el modelo de los estados mercantiles de Venecia o Génova. Una república gobernada por sus clases plebeyas (la burguesía gremial) y vinculada a la monarquía hispánica, únicamente, a través de una relación bilateral pactada y válida mientras las instituciones valencianas lo quisieran.
¿Qué representa la revolución de las Germanías en la historia europea?
Las germanías tienen una extraordinaria importancia en la historia europea y occidental. Porque mientras Venecia o Génova nunca habían conocido el feudalismo, los agermanats abogaban por la desarticulación de un sistema feudal fallido y el tránsito hacia un nuevo orden inspirado en modelos conocidos, pero adaptado a la singularidad del país y a la modernidad del momento. Por eso, las germanías valencianas son la primera revolución social de la historia moderna de Europa. Un movimiento pionero que se anticipó un siglo y medio a las revoluciones republicanas catalana (Claris, 1640), inglesa (Cromwell, 1649) y neerlandesa (Witt, 1672), y dos siglos y medio a las revoluciones y repúblicas americana (1775) y francesa (1789/1793). Las germanías y la república valencianas serían la flor del desierto que surgiría sobre los lodos que cubrían un paisaje desolado.