El primero que convendría decir de Patria es que, más allá de los griteríos virtuales y los análisis superficiales (o directamente elaborados sin haber leído el libro o visto la serie), no tiene vocación de polemista. No es, en ningún caso, un producto diseñado para la provocación, o fruto de una estrategia para incomodar a nadie. Es, lisa y llanamente, una radiografía imperfecta pero muy honesta del dolor, de la violencia y sus consecuencias, de la dificultad para cerrar heridas cuando eres parte de un conflicto que no has provocado. Es el retrato de dos madres de realidades aparentemente contrapuestas, pero hermanadas por el luto, el sufrimiento y la imposibilidad de volver atrás. La mirada de estas dos mujeres es el eje del libro de Fernando Aramburu y de la serie que lo adapta, y es a partir de ellas que se articula un discurso tan valiente –por necesario y poco tratado a la ficción española– como ecuánime. Ver en ella y sus presuntas analogías una tendenciosidad política tiene más que ver con la ceguera o la ignorancia que con las verdaderas intenciones de libro y serie.
Patria es, en esencia, un recorrido por los rincones cotidianos que configuran el dolor, que llegan a poner en duda el concepto de hogar y de arraigo. Sus responsables no dedican más tiempo del necesario al contexto político y social (apuntado en noticias, a menudo captadas al vuelo, relatados en titulares simplistas por bustos parlantes), sino que vierten todos los esfuerzos de producción a describir los interiores de dos familias marcadas por ETA. Es decir, que más que centrarse en la onda expansiva del conflicto, trabajan con atención al detalle sus resonancias íntimas. En este sentido, lo mejor de la serie creada por Aitor Gabilondo es la dialéctica entre sus dos protagonistas, expresadas mediante sus costumbres y aquellos gestos que resumen su gestión de un presente lleno de cicatrices. No es redonda, decíamos, porque a menudo incurre en algunos clichés de puesta en escena (la lluvia como recurso permanente para subrayar la melancolía) y el uso de flashbacks explicativos a menudo va en detrimento de la apuesta por la sutileza, pero es evidente que Patria rompe unos cuantos moldes a la hora de recorrer los rincones inexplorados de nuestra Historia.
El conflicto se muestra desde el interior y hacia el interior, porque justamente son estas secuelas las que están llamadas a ser más difíciles de curar. Por eso la serie bascula entre el drama y la tensión contenidas, casi como si en cualquier momento la palabra, o su omisión, lo tuviera que hacer saltar todo por los aires. Sufres mientras la miras, porque sabe apelar a verdades no pronunciadas y que tienen mucho que ver con nuestra manera con concebir conceptos como el perdón o la empatía. Un hito, esta, que debe mucho en la extraordinaria aportación de las actrices Elena Irureta y Ane Gabarain.