Te lo explico aquí, Gabriel, a fin de que lo puedas volver a explicar a los otros. Ahora que todo el mundo habla de ti, explícales de nuevo que tu patria no era un territorio ni tenía bandera, pero estaba de nuevo amenazada de muerte a partir del año 1939, tal como lo había estado también tiempo atrás. Y cómo lo está todavía ahora, aunque tú ya no lo veas. Explícaselo a ellos, que no conocen nada de tu padre —que también es el mío y seguramente el de todos los lectores que nos leen— y que, por lo tanto, no entienden por qué motivo dijiste que él, Josep Carner, te había hecho a ti. Prueba de explicarlo nuevamente antes no sea demasiado tarde, antes no vuelvan a hacerte un documental como Metrònom Ferrater lleno de Marios Vargas Llosas, Carmens Balcells y Felixs de Azuas hablando de ti como si fueras un escritor castellano felizmente estable en la Barcelona de posguerra y antes no venga alguien de Madrid y te convierta en un trofeo de guerra, en un símbolo de conquista como lo fueron los puentes, las estaciones de tren o las fábricas el año 1939 y como lo son ahora las escuelas como la de Canet.
Explícales muy poco a poco, ya que sino no lo entienden: te llamabas Gabriel Ferrater, naciste en Reus el año 1922 y cuando los fascistas mutilaron tu ciudad, tu familia, tu cultura y, por lo tanto, tu país, tú llegaste a Barcelona y te hiciste amigo de los hijos de los vencedores que vivían con ínfulas de revolucionarios, pero de revolucionarios nacidos en el seno del régimen. Explícales que a pesar de escribir en la misma revista que ellos, Laye, de raíz falangista, tú, igual que tu hermano Joan, les dejasteis claro que veníais de mundos bien diferentes, y que queríais ir hacia mundos también diferentes. Explica, explica, que Carlos Barral se cachondeaba de cómo vestíais Joan y tú cuando ibais al Ateneu, el año 1952, vestidos con ropa de antes de la guerra: erais estéticamente dos provincianos anclados en los años veinte, quizás sí, y quizás por eso añorabais internamente el Ateneu de los años veinte que ahora ya no existía y que estaba ocupado por otra gente, ya que los escritores e intelectuales catalanistas vivían en el exilio, malvivían cerrados en casa con miedo de decir nada o, directamente, habían sido asesinados. Explícales que en aquellos años, desde el primer día te entendiste con Jaime Gil de Biedma y que hablabais el mismo idioma, pero no hablabais la misma lengua, ya que los dos queríais hacer una poesía contemporánea y cosmopolita como la que hacían los ingleses o los americanos, y los dos la queríais insertar en vuestra tradición, pero su tradición no era la tuya, por eso no fuiste con tus amigos a visitar Aleixandre en su casa, ni fuiste a Cotlliure a rendir homenaje a Machado, tal como explica Marina Porras en su magnífico prólogo de Donar nous als nens (Comanegra, 2022), un libro precioso que te han editado este año que harías cien años.
Tú, Gabriel, venías de otra tradición y no quisiste participar de aquella fiesta ni de aquella Escuela, un brazo más de la sustitución cultural vivida en Catalunya durante los años cuarenta y cincuenta
Explica todo eso, por favor, a los que te tuvieron envidia toda la vida no sólo por ser libre, sino para hacer lo que parecía que no tocaba hacer en aquella época en la que todo el mundo vivía con un miedo terrible, como detallaste en varios versos de In memoriam. Explícales, pues, como a partir de tres únicos libros de poemas pudiste iluminarnos tanto que, todavía cincuenta años después de suicidarte, te leemos cada día y amamos tu luz, pequeña pero cegadora, como la luz pequeña de la lámpara que mencionas en Josep Carner, uno de los dos únicos poemas de Las mujeres y los días que tienen por título un nombre y apellido; el otro es aquel dedicado a José Maria Valverde, uno de los otros amigos tuyos castellanos que curiosamente se cayó del canon famoso de la Escuela de Barcelona que Josep Maria Castellet se sacó de la manga y con el cual todavía tiene hoy sueños amables la señora Carme Riera. Ella ya lo sabe que tú no formabas parte —ni nunca quisiste formar parte— de aquella Escuela llena de grandes poetas pero nacida como una operación de marketing político. Mejor dicho, surgida como un apéndice natural de todo aquello que Martí de Riquer había escrito el año 1940 en aquel asqueroso artículo en la revista Escorial donde anunciaba la muerte de la literatura catalana y que, en defintiiva, pretendió ser un brazo más de la sustitución cultural vivida en Catalunya durante los años cuarenta y cincuenta.
Explica a los otros, también, que eras amigo de muchos de los que ganaron el Premio Boscán, sí, aquel tipo de juegos florales franquistas que pretendían crear una tradición poética castellana en Catalunya, como el pobre Alfons Costafreda de quien nadie ya conoce un verso. Explícales que te caían muy bien todos, incluso aquel Alberto Oliart que acabó siendo Ministro de Defensa, y explícales otra vez que eran simpatiquísimos, pero que tú venías de otra tradición y no quisiste participar de aquella fiesta, de aquella pretendida asimilación cultural que por suerte no triunfó y de todo aquel grupo de gente donde más de uno pensaba que el catalán tenía que swer la lengua para abroncar las mulas y hablar con las gallinas. Explícales, sin embargo, que a ti, aparte de estar con ellos, de sentirte un burgués en plena posguerra como ellos y de escribir en las mismas revistas que ellos, te gustaba también pasar las tardes del domingo con otros amigos más mayores, como Carles Riba o J.V. Foix, o después también Joan Vinyoli. Y Blai Bonet. Y con aquella tropa de editores como Josep Pedreira, Pere Bohigas o Joan Petit, la "ilustración liberal y catalanista que la guerra había decapitado", tal como explica Jordi Amat al libro que te acaba de hacer, Vèncer la por (Ediciones 62, 2022). Había miedo, por supuesto que había miedo, pero también dolor: el lamento de aquella ruptura trágica provocada, precisamente, por el miedo. Explícales, pues, que com esta gente erais hermanos, como lo seríamos tú y yo, como lo serías tú con el lector que ahora está justo aquí, ya que en el Poema Inacabado escribiste que "Josep Carner, que a todos nos ha hecho" por una razón sencilla: la poesía de Carner condensaba en ella sola toda la tradición literaria catalana que el silencio, el menosprecio, el olvido o sencillamente la falta de talento no había cumplido.
Explícales que, según tú, Carner ocupaba el hueco de la mala poesía del Renacimiento, de la pobre poesía del Barroco, de la ramplona poética jocfloralista y de la imperfecta poesía del Romanticismo en nuestra casa. Explícales que Carner era eso, por eso en el poema que le dedicas hablas de una noche oscura, parecida a aquella "obscura nit del franquisme" de la que hablaba Espriu, pero hablas de una luz encima de las páginas de Carner, y sobre todo hablas de sus poesías que alguien te regaló a ti, así como tú regalaste después a alguien más. Explícales que Carner, según tú, no era simbolista por una sencilla razón: porque los simbolistas vivían de espaldas a la sociedad que los rodeaba, y Carner nunca se giró de espaldas a su entorno, ya que escribía en catalán, y escribir en catalán es un vínculo firme con alguna cosa más que la propia poesía. Explícales que eso que acabo de decir lo dices en el Curs de literatura catalana contemporània (Ediciones 62, 2019), extraído de lecciones tuyas en la universidad, y explícales que tiene alguna cosa que ver con este verso del poema sobre Carner dónde dices que sus palabras "nos han hablado a todos, y que hacen que nos parezcamos": claro está, al igual que os parecíais tu hermano y tú a los ojos de Barral, y al igual que nos parecemos todos los que también somos hijos de Josep Carner, y que, por lo tanto, no somos nietos de Garcilaso, sino de Ausiàs March, como también lo eras tú.
Explícales que hacer proselitismo de Carner es más que eso, es casi lo mismo que aquello que decía Vicent Andrés Estellés en aquel poema de la rosa de papel: es pasarse de mano en mano, por todo el pueblo, secretamente y de forma clandestina, un tesoro. Un secreto. Una lengua prohibida. Una historia silenciada. Y, sin embargo, una manera de resistir. Explícales, pues, que estas "palabras que permanecen" son las que ni tres siglos de ocupación han sabido hacer callar, ya que conviene que les expliques lo que ellos ya saben; que odiabas ferozmente las ideologías y los nacionalismos, por ejemplo, pero que también decías que Catalunya vivía un estado de ocupación territorial, político y cultural, y que te dabas cuenta de ello cuando comprabas en catalán tabaco de contrabando en los bares y el camarero sabía que no eras un policía porque no hablabas castellano. Explícales que estas palabras que permanecen, como bien dijiste, lo hacen mientras varían los días y se nos cambian los sentidos, es decir, mientras pasa el tiempo, mientras la historia avanza y mientras dejamos de pensar lo que pensábamos unos años atrás y pasamos a sentir cosas nuevas que nunca antes habíamos creído que sentiríamos. Explícales que la vida pasa, el mundo cambia y nosotros cambiamos con él, claro está, pero nunca podemos olvidar de dónde venimos, quién nos ha hecho y qué hacemos en el mundo: tú decidiste escribir poemas y hacerlo en catalán, sencillamente porque era tu lengua, y porque si querías escribir la poetización de las experiencias de un hombre ordinario y corriente como decías que eras, lo tenías que hacer con la lengua con la cual vivías estas experiencias. Con la cual hablabas, con la cual sentías, con la cual escribías apuntes, con la cual llorabas, con la cual soñabas y con la cual proyectabas el mundo. "Las palabras son sólo para entendernos/ y no para entenderlas", había escrito Riba en las Elegías de Bierville. Y tú escribiste que las de Josep Carner "se nos han ofrecido para que las volvamos a entender", para comunicarnos. Para explicarnos la vida, vaya, ya que decir el nombre de cada cosa en una lengua concreta es también una manera casi tribal de ver el mundo.
Explícales eso, por favor. Explícalo bien, Gabriel, porque hay quienes todavía no entienden que se puede ser universal a partir de aquello local, y ni tú, ni Dalí, ni Miró, ni Plensa o ni siquiera Rosalía o Carla Simón, ahora, logran hacerlo entender. Explícales cuál era tu patria otra vez, aunque lo digas bien claro en Josep Carner. Explícaselo, porque hace cincuenta años que moriste y todavía no lo tienen claro. No te preocupes, sin embargo, ya sabes qué pasa. En realidad, quizás no te entenderán nunca. Mirándolo bien, hace siglos que pretenden hacernos olvidar esta patria y todavía no han entendido por qué un mogollón de gente estamos empeñados a no renunciar a ella. A luchar por ella. A resistir por ella. Y sobre todo, a soñar con ella.