"Una de las cosas que menos me gustan de ser actor es que, como seres humanos, no somos más que una conjunción de los personajes que hemos interpretado". La reflexión, de boca de Paul Newman, explica muy bien los claroscuros y las contradicciones de alguien que convivió gran parte de sus 83 años de vida adorado por decenas de millones de personas que aplaudían su talento y una carrera profesional envidiable. Babeaban con su Paul Newman y con su carisma a prueba de bombas. Envidiaban su matrimonio aparentemente perfecto y admiraban (o censuraban, según la idelogía) un firme compromiso sociopolítico con causas progresistas. Pero este incuestionable icono del cine también arrastró siempre una culpa profunda, el peso de una infancia infeliz, un alcoholismo que su entorno definía como funcional, toneladas de inseguridad y un a veces intolerable hermetismo emocional. Una vida familiar mucho más conflictuada de lo que los medios de comunicación mostraban, y el dolor insoportable que le provocó la devastadora muerte de su hijo mayor.

La gente me ve como un objeto sexual cuando aparezco en las películas. Pero si me conocieran personalmente, su interés disminuiría a cada minuto

Nacido el 26 de enero de 1925, ahora se cumple un siglo, Paul Newman ha sido, posiblemente, el actor más guapo de la historia del cine. “A veces me piden que me quite las gafas de sol para verme los ojos, y me hacen sentir como un pedazo de carne. La gente me ve como un objeto sexual cuando aparezco en las películas. Pero si me conocieran personalmente, su interés disminuiría a cada minuto”, sostenía, plenamente consciente del poder de una magnética mirada azul que traspasaba la pantalla, y también perpetuamente atormentado por la posibilidad de ser todo fachada y que su éxito obedeciese a las razones equivocadas. A diferencia de su atractivo innato, su capacidad interpretativa creció exponencialmente, desde sus inicios, y tras un aprendizaje en decenas de obras teatrales en pequeñas compañías y de su formación en la Universidad de Yale, hasta formar parte de una irrepetible generación de alumnos de ese Actor's Studio que cambió para siempre el oficio de actor.

Newman-Woodward: cuernos y una larguísima historia de amor

Considerado un Brando de segunda (como el resto de sus compañeros, porque, en realidad, cualquier comparación con Marlon Brando era sinónimo de derrota), Paul Newman debutó en el cine con un péplum, que él mismo definía como “la peor película que se rodó en Hollywood en la década de los 50”. El cáliz de plata (1954) era un desastre, se mire por donde se mire, y nuestro hombre siguió rellenando repartos en series de una televisión incipiente y en obras representadas en Nueva York, como aquel montaje de Picnic que le sirvió para enamorarse de una tal Joanne Woodward. Ambos eran suplentes, y ella enseñó a Newman a bailar, por si, como acabó pasando, le tocaba sustituir al titular. El primer punto de inflexión profesional del actor llega a causa de una tragedia: el accidente mortal que sufre James Dean le permite heredar el personaje del boxeador Rocky Graziano en Marcado por el odio (1956). En esa película demuestra su potencial y se quita de encima las odiosas comparaciones con otros actores de su época. Y le abre las puertas a participar, sobre los escenarios o frente a la cámara, en algunas adaptaciones de textos de Tennessee Williams que supondrán su salto al estrellato.

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Paul Newman y Joanne Woodward la noche que ella ganó el Oscar por su interpretación a Las tres caras de Eva

En este punto conviene hacer un paréntesis: en estos años de picar piedra y recoger los primeros frutos, el protagonista de este artículo vive una doble vida, actuando y, al terminar el trabajo, saliendo con Joanne Woodward. Pero también como hombre casado y padre de tres hijos. Sí, amigos y amigas, Paul Newman le puso los cuernos a su esposa Jackie durante cinco años. Y la culpa que arrastraría, por sus infidelidades y, después, por abandonar a aquella primera familia cuando Woodward le planteó un ultimátum, sería una losa durante toda su vida. Otro hecho trascendental en este momento de la biografía: cuando Newman celebra su segunda boda, su nueva esposa es más famosa y está mejor considerada que él. Acaba de ganar Oscar por Las tres caras de Eva (1957) y medio Hollywood se la rifa. Rueda con su marido El largo y cálido verano (1958), primero de dieciséis largometrajes y otro buen puñado de proyectos juntos, y con Brando, Piel de serpiente (1960). Pero, en una decisión que hoy nos provocaría una urticaria, y de la que ella se arrepintió, en privado y en público, Woodward sacrificó su carrera por la de su marido, dedicándose a levantar a sus tres hijos en común y, cuando tocaba, a los otros tres descendientes de su marido. A finales de los años 60 y primeros 70, sin embargo, se reivindicaría con dos films dirigidos, precisamente, por Paul: Rachel, Rachel y El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas. Y ya no dejaría de trabajar, aunque lejos de las posibilidades que apuntaba en sus inicios.

Paul Newman y Joanne Woodward se amaban a morir, pero a menudo se tiraban los platos a la cabeza y únicamente la tenacidad de ambos evitó pulverizar lo que todo el mundo veía como un matrimonio modélico

En cualquier caso, Paul Newman y Joanne Woodward convivieron durante cincuenta años. Ambos tenían su carácter, y ella tenía buena mano para gestionar la eterna culpabilidad de su marido (por lo de destrozar a una familia para construir otra) y su alcoholismo (“se ​​emborrachaba a menudo pero nunca se perdió un día de trabajo”, explicarían sus hijos), que estuvo a punto de provocar su divorcio. Porque, sí, amigos y amigas, se amaban a morir, pero a menudo se tiraban los platos a la cabeza y únicamente la tenacidad de ambos evitó pulverizar lo que todo el mundo veía como un matrimonio modélico. Igualmente, les unió también un firme compromiso con causas sociales y políticas: se manifestaron en favor de los derechos civiles y contra la segregación racial. Hicieron campaña por el senador demócrata Eugene McCarthy y clamaron contra la Guerra de Vietnam y en favor del medio ambiente. Abrieron centros para niños enfermos de cáncer y sida y dieron a multitud de causas benéficas todo lo que ganaban, decenas de millones de dólares, con la empresa de salsas y comidas que llevaba la imagen del actor en las etiquetas.

Newman, la estrella. Newman, el icono

Volviendo a los inicios de la carrera de Newman, hablábamos de su vínculo con las obras de Tennessee Williams: es La gata sobre el tejado de zinc, donde forma pareja con Elizabeth Taylor, la que dispara su carrera. Y es Dulce pájaro de juventud, que también había representado en Broadway, la que le confirma como la estrella favorita de medio planeta. A partir de aquí irá coleccionando logros y elogios, y, como el listado sería interminable, destacaremos sólo un puñado de films especialmente representativos: El buscavidas, Hud, Harper, Cortina rasgada (a las órdenes de Alfred Hitchcock), La leyenda del indomable, 500 millas (que despertó su pasión por pilotar coches de carreras), Dos hombres y un destino y El golpe (¿se puede tener más carisma que el dúo de guapos formado por Newman y su amigo Robert Redford ?), Buffalo Bill y los indios, El coloso en llamas, El castañazo, Harry e hijo (en la que volcó mucho de su tensa relación con su hijo Scott, que había fallecido de una sobredosis tres años antes), Veredicto final (con escenas dolorosamente reales que reproducían un alcoholismo que conocía bien) y El color del dinero, que le dio, por fin, el Oscar a mejor actor tras perderlo en seis ocasiones anteriores, aunque no fue a recogerlo.

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Robert Redford y Paul Newman, dos guapos y un destino

El color del dinero le dio, por fin, el Oscar a mejor actor tras perderlo en seis ocasiones anteriores, aunque no fue a recogerlo

“Mis mejores carreras son aquellas en las que derrapo y pierdo posiciones, y entonces, poco a poco, voy adelantando a mis competidores uno a uno. Cuando todo te la suda y no te juegas nada, ni puedes perder nada. Tienes la cabeza clara, te sientes libre, los músculos se relajan y sólo te diviertes”, afirmaría, y la reflexión le serviría tanto para las carreras automovilísticas como para la cinematográfica. De alguna forma, con El color del dinero empezó a alcanzar una paz con la profesión, aparcando fantasmas e inseguridades eternas. Luego iría espaciando cada vez más sus intervenciones, dedicado a la familia, a sus proyectos filantrópicos y a una particular redención íntima. Pero todavía llegarían títulos magníficos como Esperando a Mr. Bridge (la última con Joanne Woodward), El gran salto (de los hermanos Coen), Ni un pelo de tonto, Al caer el sol, Camino de perdición o la miniserie Empire Falls. Y tuvo tiempo de conectar con los espectadores más jóvenes, dando voz a Doc Hudson, uno de los coches del Cars de Pixar.

En 2007, Joanne Woodward fue diagnosticada con alzheimer. Nueve días más tarde, su marido recibía la noticia de que sufría un cáncer terminal, que se lo acabó llevando el 26 de septiembre de 2008. Pero la leyenda del matrimonio (es especialmente aconsejable recuperar la fabulosa serie documental The Last Movie Stars, que podéis encontrar en Max) y, particularmente, la de Paul Newman se mantendría para siempre. Es imposible olvidarle escondiendo su homosexualidad y huyendo de las demandas lujuriosas de Elizabeth Taylor en La gata sobre el tejado de zinc, jugando al billar y perdiendo eternamente en El buscavidas, como auténtico cabronazo en Hud, comiéndose cincuenta huevos duros en La leyenda del indomable, haciendo todas las trampas del mundo mientras juega al póquer en El golpe, peleándose sobre una pista de hielo en El castañazo, apelando al jurado ante un caso casi perdido con la dignidad de quien se rebela contra la derrota en Veredicto final o diciendo adiós al cine a golpe de metralleta en Camino a la perdición. Pasarán otros cien años y los ojos de Paul Newman continuarán iluminándonos el camino.