Fuera, en la calle de los Almogàvars 122, la multitud dispuesta a saquear la Razzmatazz como una isla del Mediterráneo, hacía honor al nombre de la vía. Una vez adentro, la estampa típica propia de los conciertos más esperados de esta sala: una platea llena hasta la bandera (algunos guiris y también filomods de ayer y de hoy) y una surtida jamonería humana colgando del piso superior. Y sobre el escenario, dos baterías (una equipada de piezas electrónicas y todo tipo de cachivaches percusivos), metales y flauta travesera psicodelizada, todos los teclados necesarios para trabajar la música negra (¿colgaba el retrato de Sam Cooke en uno de ellos?), decenas de púas sujetas en cada pie de micro, y una profusión de màstiles de guitarras y bajos que parecían las lanzas de La rendición de Breda. Semejante alineación instrumental anticipaba, mucho antes que Paul Weller y los suyos irrumpieran en tropel para abrir fuego con Cosmic Fringes, lo que nos esperaba al respetable ayer noche: un remolino de buen gusto y savoire faire contenido en un par de horas de música rica en arreglos y matices, ritmos musculosos, cuerdas afiladas, sensualidad, una voz inquebrantable, virtuosismo juguetón, pop del gordo, R'n'B, rock, soul y hasta funk cercano al acid jazz.
Como decía, la banda entró al trapo con un tema del Fat Pop (Volume 1), su último disco de nuevas composiciones (el año pasado nos regaló Wild Of the People, un álbum de descartes), para pasar sin tregua ni jerarquía a My Ever Changing Moods, de su etapa The Style Council, y esto anunciaba también una declaración de intenciones: el legendario músico de Surrey se disponía a abordar su dilatadísima carrera —desde sus inicios con The Jam y su posterior asociación con Mick Talbot— en igualdad de condiciones que el resto de composiciones de sus 18 discos en solitario. Y sin tocar necesariamente los hits más previsibles.
Y así, el Modfather y su banda (entre la cual destacaba, como siempre, Steve Cradock, su Modson que ya parece más decano que su padrino) tocaron casi 30 canciones sin despeinarse (literalmente). Sonaron I’m Where I Should Be, Old Father Thyme, Glad Times, Headstart For Happiness (también de Style Council)… composiciones que sin duda nos llegaban al corazón y al bajo vientre. También otras más maravillosamente britpoperas, como Hung Up, de su primer tramo en solitario, que el tío hiló con Fat Pop como sí a estas canciones no las separaran 30 años de distancia discográfica.
Nos fuimos para casa (alguno se iría al pub) con una dosis de sana rabia proletaria, y con nuestra frustración vital de clase trabajadora un poco aliviada
Y así Weller transitó entre las guitarras y el piano, hasta que la auténtica locura empezó a propagarse con las primeras notas de Shout To The Top!. Otros momentos álgidos de la noche: la excelsa interpretación de Into Tomorrow, y la concatenación de Start! (la primera de Jam que tocaron), y algunas muy mods y muy faces del Heavy Soul, uno de sus discos favoritos de este cronista. Tras de abandonar el escenario unos minutos, ante la ovación de un público totalmente rendido en sus pies, volvieron para abordar los medios tiempos de On Sunset y Wild Woud, para poner la banderilla, en el segundo bis, con (¡gracias, Paul!) Town Called Malice. Y con este éxito atemporal de los Jam nos fuimos para casa (alguno se iría al pub) con una dosis de sana rabia proletaria, y con nuestra frustración vital de clase trabajadora algo aliviada, al menos, por empezar la semana con este conciertazo.