El artista Paula Bonet (Villarreal, 1980) acaba de publicar La anguila, su primera novela. Autora de varios libros como Qué hacer cuando en la pantalla aparece The End, 813, La Sed y Roedores. Cuerpo de embarazada sin embrión, con esta primera obra narrativa, Bonet parte de su doble condición de pintora y escritora para acercarse, a través de varios materiales –buena parte de ellos autobiográfica–, a temas como el cuerpo de la mujer sometido y violentado por el sexo o la maternidad, el aborto, pero también la memoria y la herencia familiar y su querido Chile. La anguila, editada por Anagrama en castellano y en catalán por Univers (en traducción de Vicent Usó), forma parte de un proyecto artístico formado por el libro y una exposición al Centro Cultural La Nau de la Universidad de Valencia, titulada Esto es un cuadro, no una opinión.

Foto: Sergi Alcàzar

Después de varios libros ilustrados, La anguila es tu debut en la narrativa. Una novela sin dibujos donde encontramos a Paula Bonet escritora.

La literatura es el arte que he tenido más presente a mi vida. El arte que me ha interesado más. Para mí la literatura es el lugar donde he encontrado refugio, aliento, donde he podido crecer a escala intelectual, emocional. Es el arte más al alcance de cualquier persona, pero, al mismo tiempo, es lo que me ha producido siempre más respeto como autora. Tenía claro que iba a dedicarme a escribir, pero no tenía claro en qué momento tomaría esta decisión. La anguila es un libro que hace muchos años que se está escribiendo. Hace casi ocho años que estoy intentando arreglar todas estas piezas, todas estas voces, para darle a la historia el peso que quería darle. Para saber si me iba a escudar en la ficción absoluta o iba a usar fragmentos autobiográficos que para mí eran importantes. Como sabía que la primera obra que publicaría tendría que ver con el cuerpo y las agresiones a las cuales el patriarcado somete los cuerpos de las mujeres, tenía claro que quería escribirla con mucha calma. Hay autores que pueden escribir obras contundentes y válidas hablando desde el grito, desde el puñetazo sobre la mesa, desde la rabia, pero yo no quería escribir desde el dolor, desde la rabia o la necesidad de venganza. No quería hacerlo desde ningún sentimiento que a mí no me gusta habitar. Quería escribir desde un lugar sereno, donde yo fuera capaz de darle a la literatura, que es aquello a lo que más me interesa, el peso que se merece y el respeto que le tengo.

Dices que hace ocho años que empezaste a escribirlo. ¿Había llegado el momento de esta calma que buscabas? ¿Qué ha hecho decidirte a cerrarlo y darlo a los editores?

El hecho de que me coloca delante del ordenador es la muerte de mi abuelo, que es uno de los personajes que más peso tiene a lo largo de toda la obra. Todo este parto de ternura y de amor que está todo el rato palpitante la genera este personaje. De hecho, La anguila surge de la necesidad de escribirle una carta de amor cuando él ya no está. La anguila es una carta de amor a mi abuelo. Por una parte está la muerte del abuelo y, por otra, está la necesidad de volver a los lugares desde donde me formé y en los cuales más respeto tengo: la pintura y la literatura. Siempre digo que ilustro, pero lo hago porque tengo que comer y es un trabajo que hago bien. No me da la vida la ilustración. Lo que me da la vida es la literatura y la pintura, y tengo muy claro que es el único lugar donde nunca haré una concesión. Es mi espacio de libertad, y eso me permite vivir.

Hablas de la literatura y la pintura como lugares donde te has formado, pero hay dos sitios, geográficamente, muy presentes en tu obra: Villarreal y Chile.

Hoy pensaba en las ganas que tengo de volver a Chile, mi refugio. Chile podría ser un personaje de la novela. Chile es el sitio al cual vuelvo el año 2015, cuando me doy cuenta de que esta vida fuera de control que nos hemos construido, con tanta inmediatez, con tantas cosas superficiales, no me hace bien y no me interesa. A mi recuerdo el Taller 99 sigue siendo un lugar donde no hay internet, muy vinculado a esta intimidad del atelier que se crea entre el artista y su obra... Es evidente que un autor crea una obra impenetrable a lo que hay a su alrededor, pero cuando estás haciendo un grabado, un aguafuerte, una acuatinta, una xilografía, estás formando parte de una cosa colectiva. Personas absolutamente diferentes, de clases sociales diferentes, con experiencias diferentes, se unen a través de una técnica. Y no sólo a través de la técnica, sino sobre todo al lugar donde esta técnica los lleva. Para mí, el Taller 99 es este refugio y es también el lugar donde hay revelación y sé que el diálogo en torno a una obra de arte que todavía no está resuelta es importante. Y es el lugar donde conozco a Roser Bru el año 2002, pero no me atrevo a hablar con ella hasta bien entrado el año 2015. Aunque me había prometido ir a Chile cada dos años, no puedo devolver hasta el año 2015, cuando voy a trabajar en La sed, un libro que habla del hundimiento que me provoca el descubrimiento que la igualdad de género que me habían prometido desde pequeña es mentira. Decido volver para trabajar con el silencio y el tiempo lento que me exigen el grabado y la pintura en el aceite. Por más que el sistema te pida más contenido, un grabado te pide un tiempo para cada cosa. Chile, como personaje o refugio, es tan importante a mi vida porque me coloca en un sitio precioso en mi relación con los hombres. Descubro que yo no soy un envoltorio. Cuando mi profesor y amigo Rafa Munita se dirige a mí lo hace como autora, no como me pasaba al Politécnico de Valencia, donde era un cuerpo que se podía utilizar para una cosa que, en realidad, este cuerpo no quería.

La anguila es una carta de amor a mi abuelo

Foto: Sergi Alcàzar

Uno de los materiales utilizados para hacer este libro son las cartas de tus abuelos.

Para mí es muy interesante hablar del libro porque ya no recuerdo qué es verdad y qué es ficción. Decido escribir a partir de un material físico real que tardo mucho tiempo a arreglar, porque encuentro las cartas a raíz de la muerte de la abuela, tres años después de la muerte del abuelo. Pero es curioso que soy la última que llego a aquella casa y soy la que encuentro el tesoro mayor. El resto de la familia se lleva objetos que yo encuentro inútiles y yo me llevo su historia de amor. Una història de amor que es el inicio de quien somos todos los que hemos ido a aquella casa a buscar tesoros. Para mí es muy emocionado tener estas cartas porque me ponen en contacto con la juventud de mis abuelos y con unas historias que yo había sentido. Mi abuela era bastante incontinente y siempre estaba hablando y, en cambio, mi abuelo siempre estaba callado. En las cartas mi abuelo está hablando. La relación que tuve con mi abuelo era preciosa. Era la persona que desde bien pequeña me hizo amar la vida y las personas. Era un ser excepcional: el único miembro de mi familia que tenía una habitación propia y me ponía en unos lugares que yo no sabía definir, pero que eran reveladores. Su taller me parecía la cosa más espiritual del mundo, y eso que era un espacio lleno de muebles rotos, de reproducciones patéticas y cuadros horribles. Se trataba de entender que había alguna cosa allí, donde mi abuelo luchaba contra los elementos, que se escapaba y era preciosa.

¿Podría ser La anguila, también un viaje a los orígenes de tu descubrimiento artístico?

A mí me hacían ir a misa cada domingo y yo no entendía qué había de espiritual en la gente vestida a fin de que la miraran, a ver quién iba mejor arreglado. En cambio, en el taller de mi abuelo había silencio, olía a cola y había un hombre concentrado, con una cara de felicidad que no le veía siempre. Eso es revelador y lo que me hace feliz entender ahora que, aunque ha pasado tanto tiempo, que yo lo intuía. No sabía ponerle palabras, pero sabía que había alguna cosa a la vida que hacía que esta tuviera sentido: la pintura, la literatura, cualquier arte... Como estas herramientas que son las artes pueden hacer avanzar a la sociedad, pueden poner un espejo ante las personas y sientan una plenitud que no encuentran en ningún sitio más. Una de las pocas conclusiones de La anguila es que pintar es mirar, escribir es mirar.

Es un libro muy corporal, donde el tacto, los olores, las texturas son mucho presentes.

Soy pintora y trabajo con las manos. Mi abuelo trabajaba con las manos. Rafa Munita trabaja con las manos. Roser Bru trabaja con las manos. Trabajamos con texturas, con volumen, con el tacto. Y, de hecho, La anguila son dos proyectos: un libro y una exposición de pintura. La exposición tiene tres partes y una de ellas, titulada La carne, está pintaba con las manos, sin pincel ni albañil, y con los ojos cerrados, imaginando que estoy acariciando un cuerpo que no quiero acariciar, porque es un cuerpo que abusa. Con eso también quiero ir hacia la cosa dolorosa que tiene esta revelación. El arte no sólo es belleza, sino que a la belleza llegas después de haber habitado lugares oscuros y haberte enfrentado al dolor.

A la belleza llegas después de haber habitado lugares oscuros y de haberte enfrentado al dolor

Foto: Sergi Alcàzar

En La anguila hablas de abusos y relaciones tóxicas.

Para mí, lo más importante era poder decir que los cuerpos de las mujeres son un campo de batalla de muchas guerras que no son nuestras. La novela tiene dos partes: la primera habla de esta agresión más sutil, a través de la lengua, las relaciones y el léxico familiar, de cómo se trata una persona cuando está embarazada, etc. Y en la segunda parte podríamos decir que son agresiones más evidentes, pero, desgraciadamente, no lo son. Hay todo un sistema que permite que eso pase sin señalar al violador, el asediador, el manipulador. ¿Por qué hay un profesor que abusa de una alumna? Porque hay un sistema que permite que eso pase. Ahora se ha visto con el Instituto del Teatro. Todo el mundo sabía qué pasaba, pero nadie decía nada. Estoy segura de que el depredador se sentía impune y aplaudido.

En el libro hablas del cuerpo de las mujeres y de las relaciones con las mujeres de tu familia. También está, evidentemente, tu experiencia personal con la maternidad.

Para mí La anguila era un empezar a estirar del hilo que dejaba Roedores. Cuerpo de embarazada sin embrión, que era mi anterior trabajo. Un trabajo muy breve, que simplemente es una golpe en la mesa. No quería que ningún fragmento se pudiera vincular a la pornografía emocional. Sólo quería decir que eso pasaba y que había que hablar. A La anguila eso se desarrolla y se aborda desde diferentes puntos de vista. Para mí es importante este tema y hablar de la maternidad como de un tema que también se nos impone. ¿Por qué de pequeñas ya se nos pregunta cuántos hijos queremos tener y no si volamos o no queremos ser madres? Para mí la maternidad también es importante por el vínculo tan estrecho entre la vida y la muerte que hay a lo largo del libro. La anguila es un animal que durante muchos siglos no se supo si era un reptil o un pez, y como se reproducía. Muta muchas veces a lo largo de su vida, y claro que Freud no supo cómo se reproducía por más anguilas que diseccionara, porque hasta que no hace el último viaje hasta la muerte, no desarrolla unos órganos reproductores. La anguila va directa a morir, pariendo.

El cuerpo femenino también es, a menudo, tu mismo cuerpo reflejado en el espejo.

La anguila es un libro sobre el cuerpo, sobre el cuerpo de la mujer como campo de batalla de un sistema patriarcal, sobre un cuerpo que la misma mujer desconoce. La misma mujer desconoce su deseo, aunque sabe perfectamente cómo funciona el deseo masculino. El cuerpo que se mira en el espejo lo hace a través de la mirada masculina. Es fuerte, porque es como nos miramos las das.

¿Crees que el libro tiene carácter catártico? ¿Has hecho limpieza y abrirás nuevas perspectivas a partir de ahora?

Es el punto final de un camino que estoy transitando de hace años, y del cual sé que no me interesa la inmediatez, en que no me interesa el envoltorio, y que necesito espacios de reflexión como la pintura y la literatura. Es el momento en que he entendido qué significa pintar. Escribiendo he entendido qué significa pintar y como de importante es que el proceso creativo se imponga, no tanto la urgencia para acabar la obra y mostrarla en el mundo. Como es de importante que el yo desaparezca. Yo soy el menos importante de mi obra. Había una parte de publicar esta novela que me hacía pensar. Claro que hay autobiografía en esta obra, pero también hay ficción. Y lo que más me importa es la obra, no me importo yo. Pintando pasa el mismo, lo más importante es la obra y el procés|proceso de creación. La autocomplacencia no existe.

¿Cómo te relacionas con tu obra?

Con las obras que se exponen a Valencia me ha costado entender que yo era a la autora. Ha tenido que pasar el tiempo para que me pueda acercar con cierta perspectiva. Con la poca perspectiva que tendré siempre sobre mi obra, porque pienso que es imposible que pueda leer o ver mi obra como si fuera de alguien que no soy yo. No puedo ser lectora de mi obra. Por lo tanto, con esta cierta distancia que puedo adoptar, sí que entiendo mi obra. Y me pasa lo mismo con la literatura. Permitiendo que haya ficción, hay revelación. Necesito la ficción para entender la autobiografía. Necesito que se me pase lo mismo que cuando pinto o lo que le pasaba a mi abuelo cuando estaba en su almacén: desaparecer. Es cuando desapareces y tú no eres tú y lo que es, es lo que está pasando sobre una tela o en una pantalla de ordenador, cuando creo que el ejercicio artístico tiene sentido.

¿Cómo se relacionarán y se influirán, a partir de ahora, pintura y literatura?

Pienso que lo harán de la misma manera que lo han hecho a La anguila. Hay mucha pintura a La anguila, pero no hay ninguna pintura. La pintura está en la palabra. Y lo mismo pasa a la exposición: hay mucho contenido que se puede verbalizar y no hay ninguna palabra. Pintando he podido escribir mejor y escribiendo he podido pintar mejor. Escribiendo una novela he podido entender cómo es de importante estructurar una historia y eso lo he volcado en la pintura. O como es de importante esta libertad que me he permitido pintando. Permitirme esta libertad pintando he podido llegar a conclusiones o me he situado en lugares que con la palabra no habría podido verbalizar. Al verlos plásticamente los he podido narrar después. Ha habido un diálogo constante. Había semanas que era pintora y había semanas que era escritora. Y había días que era las dos cosas.

¿A partir de ahora tu obra siempre será en este doble dimensión de literatura y pintura?

Aunque tenga que hacer otros trabajos, porque lo más difícil del mundo es vivir de la pintura y la escritura, quiero seguir siendo libre en estos terrenos.

Los cuerpos de las mujeres son un campo de batalla de muchas guerras que no son nuestras

Foto: Sergi Alcàzar