Paula Bonet (Villareal, 1980) saluda como si fuera de toda la vida: una sonrisa arrolladora, dos besos casi sistemáticos y hogareños, una amabilidad desmesurada. Su vida ha sido un constante derrape existencial, siempre buscando su centro estable, tanteando un diálogo consigo misma que llegó cuando huyó a Chile para refugiarse de un pasado que dolía demasiado y volvió un poquito más libre, un poquito menos víctima, seguramente con los hombros más erguidos consecuencia del peso que logró quitarse de encima. Paula Bonet es mujer, y como mujer se la ha sentenciado con el tridente vital que se nos ha impuesto a las mujeres: nacer, crecer y sufrir, y el resto de verbos solo por si sobra un ratito. No se ha resignado. Ha hecho mucha terapia. Se ha paseado, valiente, por su centro de gravedad, ha llorado y ha odiado y, pese a todo, ha aprendido el don de la serenidad y la empatía y el renacimiento: me lo cuenta su pelo rojizo color ave fénix.
Hace un año publicó La anguila (Anagrama), su primera novela, un relato autobiográfico de maltrato psicológico y abusos. El público se escandalizó. Y ella se sorprendió de semejante escándalo porque no era un tema nuevo en su obra. Poco después, se hizo eco en redes del malnacido que llevaba 3 años acosándola frente a su taller. Y ahora acaba de sacar Los diario de la anguila (Anagrama), que compila el material sucio (y bellísimo) con el que construyó la mutación de esta bestia cambiante. Los medios —¿el mercado?— la han entronado como una nueva voz del feminismo, con esa manía que tiene el sistema de sacarle rédito a todo. A esta artista le da igual: que piensen lo que quieran o que la hagan abanderada de cualquier causa, que ella solo habla por ella, con su dolor y sus inquietudes, sus necesidades y su luz, aceptándose con los estragos que causa el transitar un camino que intuyo arduo y salvaje. Que tiene que ver con malos tratos. Con violencias. Con violaciones. Con un sistema opresor y patriarcal que intenta desenmascarar en cada pintura, en cada grabado, en cada serigrafía: para borrar la figura del abusador de un solo brochazo.
El público te conoció por unas acuarelas bastante comerciales.
Lo que llegó al gran público son aquellos dibujos en acuarela, que fueron una especie de accidente. Pertenecían a una parte mía muy íntima pero muy vinculada con este contexto que lo quiere todo rápido y fácil, y que lo consume con la misma velocidad con la que lo crea. Estos dibujos me colocaron en aquel sitio de visibilidad, pero al mismo tiempo en un sitio muy incómodo. Mucha gente piensa que este lugar de visibilidad es un lugar de privilegio. Yo pienso que este lugar puede ser un monstruo que puede acabar con tu carrera artística y que te puede destrozar.
En aquel momento ya hablabas de temas incómodos.
En Qué hacer cuando en la pantalla aparece The End —que tenía otro título, pero que me hicieron cambiar— yo ya estaba hablando de abuso, de manipulación, de agresiones. Pero no había habido esta revolución ni este despertar del feminismo, este dejar de proteger agresores y dejar de responsabilizarnos de la acción del otro. Entonces estaba diciendo lo mismo que ahora, pero no tenía las mismas herramientas y todavía tenía este envoltorio de extrema prudencia, de feminidad mal entendida y de querer encajar en lo que a mí me habían dicho que era ser mujer.
O quizás desde el sistema tampoco interesaba.
Se entendía aquello que se había publicado en aquel momento. En The End me había protegido de una serie de abusos que había vivido y estaba en un momento de extrema confusión, de dolor y de rabia, y también hay todo un sistema que interviene en la manera que tú tienes de narrarte y mostrarte. No puedo ser tan ingenua y decir que no se me permitió explicarlo como yo quería. Tenía poca experiencia, y si mi editor me decía que era la mejor manera, yo confiaba. En el siguiente libro, 813, ya no confié en nadie de aquella manera, y tenía claro que no quería hacer un libro que se vendiera porque era bonito. The End vendió más de 30.000 ejemplares pero he comprobado que no se leyó.
Mucha gente piensa que este lugar de visibilidad es un lugar de privilegio, y puede ser un monstruo que te puede destrozar
¿Por eso dejaste de vender aquellos prints?
Después de publicar aquel libro, no volví a hacer más dibujos así. Pero veía que todo mi esfuerzo por alejarme de aquello no tenía ningún tipo de resultado porque seguían contactándome para lo mismo. Las pinturas que hago ahora pienso que son mucho más poderosas y que tienen más sentido, pero también sé que son más complejas de entender y más caras. Alargué los prints bastante tiempo, hasta que pude vivir de los talleres de La Madriguera. Tampoco es que quiera soterrar esta etapa, pero pienso que es un reflejo de este contexto que quiere convertirlo todo en producto, y eso me duele y creo que se tiene que denunciar. Por ejemplo, mi familia y mi entorno estaban muy entusiasmados y me daban la enhorabuena y yo no me estaba sintiendo afortunada que aquello estuviera pasando, porque estaba viendo que no había diálogo, que no se me estaba entendiendo y que se me estaba colocando en un sitio que interesaba.
¿Y eso no es susceptible de seguir pasando?
Pero yo ahora no estoy dentro del sistema de esta manera, tengo control absoluto de lo que estoy haciendo. Estoy muy agradecida a Anagrama y muy satisfecha con el resultado de Los diarios de la anguila porque son absolutamente fieles a mi obra, no hay un interés comercial ni una capitalización de mi trabajo. Están hechos así porque no pensaba publicarlos. Se nota mucho cuando haces un dibujo que no está hecho para que alguien lo mire, porque no deja de ser una manera de proyectarte en los otros. Si en Los diarios de la anguila hay belleza es porque hay verdad. También he decidido hacer sólo dos presentaciones, pero si decido que no se hagan, no se harán. No he hecho Sant Jordi, no haré Feria del Libro. Toda esta parte de exposición y del autor por delante de la obra no me interesa. Yo no quiero pintar para vivir de la pintura, quiero pintar para poder pintar. Si mi intención fuera vivir de eso, ya estaría poniéndome una serie de obstáculos vinculados con la libertad para crear que no me interesan. Y, habitualmente, lo que tiene más visibilidad no es lo que está mejor hecho, ni lo que es más puro, ni lo que nos da herramientas reales. Habitualmente, lo que tiene más visibilidad es lo que conviene que tenga más visibilidad. Y no quiero que suene radical, siempre hay excepciones.
Hay quien puede decirte que es fácil hacer este discurso desde una posición como la tuya.
Lo comentaba con Christina Rosenvinge hace poco, que nuestra vida es bastante precaria. Estamos aquí como representantes de una cosa que desde fuera parece que brille mucho, pero no brilla tanto. Y aquí hay otro error. Yo no descanso: estoy pintando, estoy haciendo un espectáculo con Ramon —de The New Raemon, mi pareja—, estoy escribiendo columnas, dando clases. Es un estado de alerta constante para poder tener una cierta calma, y esta calma sí que es cierta. Y también me gustaría que se entendiera que yo hablo desde mi propia experiencia y de la relación que yo establezco con mi obra. Admiro y muchas veces envidio al autor que hace una obra y se tira 15 años defendiéndola. Yo soy incapaz. Mi obra es búsqueda constante.
Las mujeres seguimos necesitando esta figura de mujer superviviente y valiente que nos sirva de ejemplo.
Yo pienso que aquí hay otra trampa y siempre intento ser muy clara. Cuando hablo de una experiencia de mujer, yo puedo hablar de la mía, y nunca diré que hablo por las mujeres. Nunca. Quizás hablo por muchas mujeres que entienden el mundo de la misma manera que yo lo entiendo, y ojalá otras mujeres que lo entienden de otra manera, escuchando mi experiencia, completen la suya. O puedan aferrarse a la suya con más fuerza porque detestan la mía. Para ir todas juntas tenemos que entender que nos tenemos que enfrentar y escuchar con respeto. Este signo de estar aferrada a tu discurso y no querer escuchar el de las otras, y protegerte contra él, pienso que es otro error.
¿Te importan las críticas?
Escribo cada domingo en El País y nunca leo nada. No puedes estar pendiente de eso porque si no la libertad que estoy buscando, este centro, se estaría desestabilizando todo el rato por personas que no sé quiénes son. Incluso opiniones de personas conocidas tengo que saber colocarlas, siempre desde un lugar constructivo. Defiendo mucho el conflicto como sitio constructivo, como tránsito.
¿También con la figura masculina?
Es que no es una cosa de hombres y de mujeres. Hay mujeres con las que no habrá nunca esta comunicación, y hombres con los que sí, y viceversa. De la misma manera que nosotras somos poliédricas y diferentes y estamos habitando lugares opuestos, ellos también. Hay muchos hombres que están muy comprometidos con el feminismo y lo están haciendo bien.
Hubiera preferido no hacer ningún post sobre el acosador, pero temía por mi vida
Lo hablas con mucha serenidad a pesar de haber sufrido mucha injusticia estructural.
He hecho mucho trabajo y no sólo a través de la obra. Habrá personas a las que el odio les servirá como motor creativo y también está bien, pero a mí, para hablar de estos temas donde tengo que estar en un lugar lúcido, el odio me emborracha y no me conviene. Obviamente que siento odio, pero intento canalizarlo de otra manera.
¿No te da miedo exponerte y perder tu intimidad?
Yo hablo de mí con mis amigos y mi familia, y con algunas alumnas. Aquí no hablaré de mí de esa manera porque creo que no es interesante. Si puedo aportar alguna cosa más o menos interesante está en la obra. No me sale imponerme, ya vengo de un lugar donde se me intentaba imponer. En el primer libro, en una de las fotos salía con bragas, y era normal. Y no hace tanto, era 2013. Yo no quiero participar de eso.
Pero tú hablas de cosas que te han pasado.
Sí, pero con un filtro artístico. En Los diarios de la anguila está el material sobre el cual se ha construido esta ficción. Yo he tenido dos abortos espontáneos y para mí fue muy doloroso, pero hay historias de otras mujeres que son absolutamente escalofriantes que yo no sé como hubiera podido transitar, historias que literalmente son películas de terror. Entonces, qué bien que mi historia ridícula sirva para que otras mujeres puedan hacer pública la suya. De alguna manera se está normalizando esta realidad y estamos entendiendo que esto pasa. Claro que es mi intimidad, pero es mi intimidad con filtros. Yo no me mostraré de manera que no sienta que estoy protegida.
¿Y te sentiste protegida haciendo un post denunciando que un hombre te acosa?
A mí me hubiera gustado no haber tenido que exponerlo. Y, en el caso de querer hablar de eso, hacerlo como he hecho con La anguila, con la templanza y la perspectiva que te da el tiempo. Sufrí por mi vida y veía que no pasaba nada, y había un momento que aquello no me afectaba únicamente a mí; afectaba a mis alumnas, a mi pareja, a mi familia. Yo ya había puesto denuncias, había ido al juzgado, había órdenes de alejamiento, Carla Vall había hecho un trabajo espléndido, y no pasaba nada. cuando había conseguido hacer una mudanza y esconderme, entonces el acosador me encuentra y empieza a venir cada día al taller. Es una sensación de vulnerabilidad y de fragilidad que no le deseo a nadie. Es muy difícil. Yo hubiera preferido no hacer ningún post.
¿Hay una correlación entre la publicación en redes y su detención preventiva?
Sí. Y otra vez el privilegio, que también detesto. Este privilegio me ha permitido conseguir cierta paz —porque todavía no está resuelto— pero que me llegan historias que me hacen desestabilizar otra vez. Porque muchas mujeres están viviendo con sus acosadores y con sus agresores. Muchas mujeres están absolutamente mermadas y no tienen nadie con quién hablar. El otro día en una entrevista dije que ser valiente es saberse víctima. Y después pensé: hostia, no. Porque cuando estás tan victimizada, es muy, muy difícil sacar fuerzas para saberse víctima.
El sistema te revictimiza y es muy injusto con nosotras
Y muy difícil no revictimizarse.
El sistema es el que te revictimiza. Y pienso que eso es muy injusto con nosotras. Tendría que victimizar, y señalar, y condenar a las personas que cometen estos actos, que imponen su presencia, a las personas que violan, que manipulan, que abusan de su poder y que acaban condicionando la vida de las otras personas a unos niveles que no se pueden imaginar. Si a ti te violan con 20 años, ya te han jodido con tu vida sexual. Es muy difícil después tener relaciones sanas. Es muy difícil no colocarte siempre en aquel lugar de víctima. Porque además, violan personas que te dicen que te quieren. Entonces te crean un caos mental, un caos en tus afectos, en la relación con tu cuerpo, un caos en cómo te relacionas sexualmente con otras personas. Y yo quiero pensar que estas personas que ejercen estas violencias son conscientes a largo plazo de lo que están haciendo. Es muy grave.
Y también preocupan mucho los que sí se dan cuenta de ello pero no cambian.
Durante la promoción de La anguila, en una entrevista, yo dije "el violador de La anguila no sabe que es un violador" —y en el titular me lo cambiaron por "mi violador"—. Y no veas el chorreo de mierda. Pero es que es así, no lo sabe. Porque estos hombres se piensan que el mundo es de ellos, porque lo sienten así, y pueden hacer con el mundo lo que quieran sin que pase nada. Siempre salen sanos de allí, nunca les cae una gotita de mierda de toda la que ellos vierten. Y eso es tremendamente injusto, y hace daño, y te das cuenta de que es muy difícil que estas personas acaben enfrentándose a lo que han hecho porque el propio poder las protege y es como ellos.
La Madriguera es un refugio contra todo eso.
Para mí es muy precioso, porque todas las cosas buenas que yo he recibido siendo alumna en el Taller 99, en Chile, aquí se están repitiendo. A mí aquel sitop me salvó la vida con 20 años. Y mi vínculo con Roser Bru, que murió hace medio año, pero que está viva en La Madriguera. Para mí es aquel sitio seguro que no tuve en Valencia y que sí que tuve en Chile. Ahora mismo es un espacio sólo para mujeres y es evidente por qué: las mujeres todavía necesitamos estos espacios donde no haya una mirada masculina que nos condiciona a la hora de hablar y de mostrarnos. Es un taller de arte técnico y práctico, pero es un lugar donde sanamos. De hecho, hay varias alumnas que están con procesos judiciales abiertos porque en pleno proceso creativo entendieron que habían sufrido una violación. Ser testimonio de eso tiene una parte muy dolorosa pero tiene una parte de alivio brutal, y eso es lo que pasa en La Madriguera, que haces este tránsito acompañada.
¿Tú has necesitado recibir algún perdón?
No, porque yo tengo que ser yo sin formar parte de ellos. Mi cuerpo es mío. Ya está bien de acabar definiéndote con respecto al hombre que te ha hecho eso. Es difícil dejar de hacerlo y cortar con estos vínculos, porque hay mucha manipulación y maltrato psicológico. Pero ahora mismo siento que no necesito ningún perdón individual. Yo no quiero señalar a una persona, sino a un sistema. No hay una sed de venganza personal, hay una necesidad de señalar que vivimos en un contexto que permite que eso pase todo el rato.