En un momento de la película, la madre de la pequeña protagonista de Rita le da un consejo que probablemente jamás vaya a olvidar: “Estudia, no dependas nunca de nadie, así podrás ser libre”. Paz Vega (Sevilla, 1976) dedica su ópera prima como directora a tantas generaciones de mujeres que, con una mezcla de resignación y tristeza, tuvieron que aguantar un papel pasivo, de silenciosas y silenciadas amas de casa, muchas veces saco de los golpes, verbales o físicos, de maridos que pagaban con ellas sus frustraciones. “Es un homenaje a esas madres que, pobrecitas, no tenían recursos. Hacían lo que la sociedad les exigía, sin poder salir de ahí”, razona la actriz y cineasta en un encuentro con Revers en el marco de la Seminci (Semana Internacional de Cine de Valladolid).

Le ocurre a la madre de la pequeña Rita en aquella España de mediados de los años 80 que retrata el film. Y sigue ocurriendo cuarenta años después: “Todavía queda mucho por hacer. Aún vemos esa agresividad, esa masculinidad malentendida, ese tipo de comportamientos en los bares, en el fútbol, en las gradas. En aquel entonces era aceptada, y no solo eso, era el comportamiento que se suponía que había que tener. Es lo que se aprendía. Ser hombre era ser eso. Un hombre de esa época no tenía herramientas para ser de otra manera”, dice Vega. Y continúa: “Ahora se llama a las cosas por su nombre y ese comportamiento ya es socialmente inaceptable, porque sí tenemos herramientas.  Ya sabemos de lo que hablamos y no lo podemos permitir. Pero siguen habiendo comportamientos así, incluso de chicos muy jóvenes. Entonces, algo está fallando en la educación”.

“Estudia, no dependas nunca de nadie, así podrás ser libre”, escucha de boca de su madre la pequeña Rita, a la que interpreta una milagrosa Sofía Allepuz, sin entender demasiado bien de qué le habla. Es su mirada inocente la que vertebra la trama del notable debut tras las cámaras de una Paz Vega que se ríe cuando el periodista le recuerda un lejano primer encuentro, cuando estaba a punto de dar un salto profesional bestial tras abandonar la serie 7 vidas y rodar Lucía y el sexo (Julio Medem, 2001). En aquel entonces rodó films como El otro lado de la cama (Emilio Martínez Lázaro, 2002), Hable con ella (Pedro Almodóvar, 2002) o Carmen (Vicente Aranda, 2003), antes de cruzar el charco e iniciar una errática carrera en Estados Unidos, en trabajos sonados con Adam Sandler (en Spanglish), con Scarlett Johansson (en The Spirit) o con Nicole Kidman (en Grace de Mónaco), pero también en subproductos alimenticios que no contribuyeron demasiado a dar lustre a su filmografía.

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Foto: Samuel de Román / Seminci

Contabas que te ha costado mucho levantar tu debut como cineasta. ¿Ser una actriz muy conocida ha sido más un problema que una ventaja?
Así es. Yo lo siento así. Creía que me iba a costar menos. El día que yo ya tenía un guion y digo, venga, con toda la experiencia que tienes... pensaba que todo iba a ser más fácil. Pero no, me he encontrado con ese hándicap, de tener que demostrar que podía ser autora y crear algo, además de ser actriz y de maquillarme y de ponerme un tacón, y de hacer esas cosas que hacemos las actrices.

¿A qué lo atribuyes?
No sé a qué atribuirlo. Creo que a los prejuicios. La gente tiene muchos prejuicios. La gente no me conoce, a mí ni a nadie. O sea, los que trabajamos en esta industria...  La gente piensa que ya te conoce porque entramos en el salón de su casa a través de la pantalla. Pero no, no te conoce para nada. Y así tiene que ser, me gusta mantener esa parcela para mí y para mi entorno. Entonces había mucho prejuicio de ver si sería capaz de hacer algo bueno.

¿Si dirigir era un capricho de estrella?
Claro, o un vehículo para lucirme como actriz, porque a veces hay actores que dirigen una película para estar el 99 por ciento del tiempo en la pantalla. Pero, aunque interprete a la madre de la niña protagonista, mi película no era así, ni estaba concebida de este modo para nada.

Cualquier primera experiencia puede generar inseguridad. ¿Cómo te sentiste cuando empezaste a pisar el set?
Pues la verdad es que me sentí muy segura, muy en mi salsa. De hecho, nunca he estado más plena que rodando. Porque cuando ejerzo de actriz, en mi cabeza dirijo. En muchas ocasiones no he podido evitar cuestionar las decisiones del director, aunque ese no es mi papel. Pero yo, desde siempre, veía la cámara y decía, pero qué plano tan horroroso. ¿Para qué coño hace este plano abierto que luego no va a ningún sitio? Cosas así, ¿no? Yo he sido muy guerrera en ese sentido. Y entonces, cuando he podido de verdad dirigir y el primer día de rodaje di claqueta, ¡la felicidad era tal...! Y me he sentido segura porque iba con el guion muy estudiado, con todo muy preparado. En todos estos años me ha dado tiempo a madurarlo. Y he tenido un equipo que ha confiado, que ha sentido que yo lo tenía claro y se ha dejado llevar. Y eso lo agradezco tanto... Porque una de las cosas más importantes en la dirección es saber comunicar las cosas que tienes en la cabeza. Por otro lado, los productores me han dejado hacer la película que yo he querido al cien por cien. He hecho la película soñada, tengo que decirlo.

Me he encontrado con el hándicap de tener que demostrar que podía ser autora y crear algo

Intuyo que te has cruzado con directores muy poco comunicativos...
Sí. Resulta muy difícil cuando un director es tímido, porque yo achaco la poca comunicación a la timidez, quiero pensar que es por eso. Hay directores que son muy para adentro. Y claro, si tú tienes que adivinar lo que él quiere... yo no tengo telepatía. Necesito que me lo explique, y que dé instrucciones fáciles: baja la voz aquí, que estás muy gritona. O redúcele la velocidad. Cosas básicas. Es lo que yo he podido ejercer con los niños de mi película, por ejemplo. También con los adultos, pero sobre todo tenía que ser así con los niños: una dirección muy precisa, muy básica,  pero que resultara muy efectiva. Di la frase más lenta; mira para abajo; haz esto. Instrucciones que tienen una intención, porque yo tengo en mi cabeza cómo voy a montar la escena y sé cuál es la mirada o el gesto que necesito. Entonces, yo como actriz he necesitado a veces una dirección así de básica, y no la he tenido. Pero sí he podido ejercerla como directora.

¿Cuándo empezó esa voluntad, necesidad, ilusión, de dirigir?
Desde siempre. Te lo juro. Cuando yo tenía 16 años, cuando descubrí que quería ser actriz, hice dos cosas: una, apuntarme a una escuela de teatro. Y, después, como en mi colegio no había una, la fundé yo. Hablé con la directora, la hermana Pilar, y le dije que quería montar una escuela de teatro. Y lo primero que hice fue dirigir una obra con 16 años, con chavales que más o menos tenían la misma edad que yo. Y esa escuela de teatro sigue estando a día de hoy.

¿Eso es que te gusta mandar?
No, pero sí me gusta controlar. Reconozco que tengo un poco un problema con el control, y en la dirección lo puedo desarrollar sin sentirme culpable. Mira, dirigiendo me he dado cuenta de lo vulnerables que somos los actores y actrices, y del poco control que tenemos de nuestro trabajo. Porque cuando tú actúas, tú puedes controlar la parcela de tu interpretación, pero eso pasa luego a otras manos. Y eso lo cambia todo.

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Foto: Samuel de Román / Seminci

Hablando de tu trabajo como actriz, ¿estás contenta con tu carrera americana?
Pues fíjate, para alguien que no hablaba inglés creo que... Las elecciones de proyectos es un tema: a ver, actuar es mi trabajo y mi fuente de ingresos, con lo que doy a mis hijos de comer y les pago el  colegio. Ojalá yo pudiese pararme y esperar a que me llegara el gran director con el guionazo en la superproducción. Eso sería maravilloso, pero es que no puedo. Entonces, a veces, una tiene que aceptar cosas que ya de entrada sabe que van a salir mal. Pero bueno, me pagan mis cheques y puedo seguir viviendo. A mí eso no me genera ningún problema, ni ningún complejo. Para nada. Todo lo contrario. Creo que de todos los trabajos, hasta de los malos, se aprende. Y para mí el trabajo dignifica, y esto es un trabajo. Sí que es arte, y es tal, pero es un trabajo. Entonces, es verdad que ha habido momentos bonitos, y otros momentos que no han sido tan buenos, pero que me han ayudado a pagar las facturas.

Termino volviendo a nuestro reencuentro tras muchísimos años. ¿Cómo recuerdas a aquella Paz Vega a punto de dar el salto con Lucía y el sexo?
Pues mira, aquella Paz, y a lo mejor tú te acuerdas, era una de muy inconsciente. Superinconsciente. Me pasó lo que me pasó, y yo no me daba cuenta de todo el éxito y de todo lo que supuso Lucía y el sexo. Y lo viví como el que está en una noria, ahora arriba y ahora abajo, pero ni le daba importancia ni era consciente de lo que me estaba ocurriendo. Una cosa rarísima. Y ahora, con el paso del tiempo, sí he pensado... ¡Hostia! ¡Es que a mí lo que me pasó con Lucía fue muy fuerte! Y en aquella época yo no le di el valor, y eso quizás fue bueno, porque a lo mejor no me comió la... la... no sé, la fama. Es que ni siquiera era la fama, eh, no hablo de eso. Más bien de lo que me dio y dónde me posicionó Lucía y el sexo como actriz.

Ya eras muy conocida por la serie 7 vidas...
Sí, pero lo que Lucía supuso profesionalmente era otra cosa, claro. Era otra cosa, y donde me colocó y todo, fue precioso, hermosísimo... Pero ya te digo, yo estaba como empanada. No le daba la importancia que tenía. Pasaron años hasta que me di cuenta. O sea, ahora es cuando yo recapacito y digo, ostras, qué fuerte todo aquello. Porque sé lo difícil que es que te pase lo que me pasó a mí. Lo difícil, por ejemplo, que para mí ha sido levantar una película como primera directora. Lucía y el sexo fue casi mi primera película, y ahora... Ha sido un camino tan largo y tan difícil y tan angustioso, que digo, ostras, con lo fácil que me vino lo otro, y no lo aprecié, y no le di el valor. Ahora lo valoro mucho más.