No sé si gafada, pero está claro que la gira de Pearl Jam empezó con mal pie al poco de anunciarse. No sabemos si por culpa suya o por quienes les asesoran. Primero el lío con el precio de las entradas (aquella lucha antaño contra Ticketmaster les penaliza), después el paripé con la pre-reserva y, finalmente, tras anunciar dos fechas en Barcelona, ver cómo no agotaron ninguna de las dos y la campaña posterior para rescatar a los dudosos y a los ofendidos. Quizá se les fue la mano con la previsión y con una fecha había más que suficiente (si bien para los más acérrimos, hacer doblete es un regalo). Y para colmo de desgracias, en los días previos a esta doble cita, llega el suspense: habían cancelado la fecha de Londres y las dos de Berlín por, presuntamente, problemas de salud, si bien no llegaron a concretar las razones. Así pues, hasta hace dos días nadie tenía la seguridad de que estos conciertos fuesen a celebrarse. Por suerte, y a pesar de la incertidumbre (no hay nada más desesperante que no tener pistas) no hubo ese mal augurio y ambos compromisos han seguido en pie.

Dark matter es un álbum crudo, vigoroso y, sobre todo, honesto con su recorrido

Pearl Jam, además, vienen con un buen sujeto bajo el brazo: un último disco que les ha sacado del sopor que acostumbraban en el estudio últimamente (Gigaton en 2020 no estaba a la altura de su leyenda) y que muestra de nuevo a una banda motivada creando y tocando canciones. Dark matter es un álbum crudo, vigoroso y, sobre todo, honesto con su recorrido. Lo que ahora, en este tramo de carrera, puede (y debe) perpetrar Pearl Jam es rock sin más añadiduras que esa: música directa y sin artificios. Un grupo de amigos que se juntan en el local de ensayo y que tocan para divertirse. Lo que siempre han sido, son y serán, una familia, la pandilla de colegas que soñaban con dedicarse a esto. Empujados por uno que llegó de fuera de Seattle, un Eddie Vedder que se quería comer el mundo y que no escondía el compromiso con lo que luego ha sido uno de sus leit motiv: regalar felicidad a sus seguidores. Aunque ahora alguno se pueda sentir engañado (o traicionado).

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Pearl Jam han ofrecido este sábado el primero de sus dos conciertos programados en Barcelona / Foto: Quique García / EFE

Lo que ahora, en este tramo de carrera, puede (y debe) perpetrar Pearl Jam es rock sin más añadiduras que esa: música directa y sin artificios

En cualquier caso, y a pesar de las conjeturas, Pearl Jam son carta segura. En situaciones adversas, que las han tenido, han tirado de orgullo. Y de casta. También del talento (que te salva de muchas). Si no tienes todo eso, no construyes un edificio como el suyo. No cuentas con discos como Ten, Vs. o Vitalogy (menuda trilogía para un inicio) y, a partir de ahí, hacer lo que te venga en gana. Discos más serenos, otros más experimentales, otros incluso descafeinados, pero no pasa nada. Justo cuando se ha dudado de ellos, han resurgido como el Ave Fénix. En 2006 con el disco del aguacate, o en 2024 con un disco del que pueden presumir y que ellos defienden a capa y espada. Hasta su productor, Andrew Watt (el mismo que firmó en el último de The Rolling Stones), que lo vivió en primera persona, se sorprende cuando les oye decir que es su mejor álbum. Pero, si no te lo crees tú, ¿cómo vas a convencer a los demás de esto? Obviamente, no está en lo más alto en el ranking de la banda, pero es una colección de temas muy disfrutable. Y eso, ya nos vale. No estamos para exigir tanto. Eso sería una imprudencia.  

Perdonándoles sus pecados

Con la sensación de no saber qué te vas a encontrar, pero con ciertas expectativas, Pearl Jam han salido al escenario caminando tranquilamente, casi en penumbra y como presentación, una cara B de sus comienzos, Footsteps (estaba en el single de Jeremy y luego se podía encontrar en el recopilatorio de descartes Lost Dogs). No es, en ningún caso, el inicio que esperas. Justo por eso, y otras cosas, son tan especiales. En su caso, el repertorio es imprevisible, cada noche cambia, una idea que les aleja de esos grupos que juegan día sí y día también con las mismas cartas. Y en cuanto llega Given to fly se disipa otra duda: la voz de Eddie Vedder. Por lo visto, en Manchester sufrió de lo lindo con ella. Con los deberes hechos y papeles con notas en castellano dice: "Estamos muy felices de estar aquí hoy con vosotros en la cima de esta montaña, en una de las mejores ciudades del mundo". A lo que prosigue esto: “Las últimas semanas han sido muy malas, hemos sufrido penurias y dolor. Vamos a disfrutar del mejor show de nuestras vidas”. Puede que no sea el mejor, pero si uno que te reconcilia con ellos y verifica lo que hace años que sabemos, Pearl Jam es el último gran reemplazo para el rock (quizá en esa labor les puedan ayudar Queens Of The Stone Age).

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Pearl Jam, unos clásicos del rock que siguen vivos / Foto: Quique García / EFE

Con una pantalla en forma, digamos que de retrovisor, la producción visual es espectacular, te acerca más si cabe a los músicos. Y sí, aunque no lo parezca, hay detalles: Vedder comenta que en Ten las canciones tenían una sola palabra, un pretexto para presentar Wreckage de Dark Matter (esta noche es el álbum más representativo con seis tomas). Él también habla de sus compañeros como de sus hermanos, mientras Jeff Ament y Stone Gossard se dan un sentido abrazo. Matt Cameron aporrea con esa elegancia y la contundencia que le caracteriza, y Mike McCready va a la suya, pero entregado a la causa, con su camiseta roída de Motörhead (siempre fue el punki de la panda). Llama la atención lo repartido que queda el pastel entre sus discos, caen más canciones de las esperadas de No Code, el disco que gustó a quienes en su día no les gustaban Pearl Jam y preferían a Nirvana. Y, en cambio, en esta noche de sábado solo ubican una de Vs. (todo y que hace poco hubo un aniversario mediante con reedición de campanillas). Sin embargo, eso no quiere decir que el lunes toquen incluso más de ese álbum que de Dark matter.

Por ejemplo, Jeremy la hacen con mucha más urgencia y sin tanta solemnidad y Better man que se celebra como un gol decisivo en un gran torneo. Sorprende que caiga Porch (y esa elección de Ten no sea para Black) y que a la vuelta al redil tras un leve respiro, la apuesta sea para Just Breathe del olvidado e infravalorado Backspacer, con Vedder solo a la guitarra, esta es la pieza escogida para encender de nuevo el fuego. Algo de lo que sí se ocupa el disco del aguacate con dos cortes, o una Do the evolution siempre bienvenida, con ese punteo de guitarra icónico a media canción que eleva las pulsaciones. Pero lo que de verdad representa y define a Pearl Jam, con las luces del pabellón ya abiertas (al contrario de cómo empezaron) son las notas de Alive. Con la pantalla partida en cinco y las siluetas de cada uno de sus miembros clásicos, con un Vedder eufórico que hinca la rodilla, el público en completo éxtasis y, sin tiempo a degustar y asimilar ese rato de gloria, el Baba O´Riley de The Who. Un cohete sónico que, ahora sí, deja a los más escépticos sin argumentos. Entonces, qué, ¿les perdonamos sus pecados? ¿Todavía seguimos dudando de ellos? Sinceramente, después de esto, no me atrevería a hacerlo. Ellos siempre salen ganando (y nosotros también).