El año 2012 las tropas gubernamentales sirias entraron a la ciudad de Darayya provocando una masacre brutal. La localidad había sido un fuerte núcleo de protestas contra la dictadura de Bashar al Assad y por eso la población fue duramente castigada. El ejército del régimen puso en asedio la ciudad, bombardeándola indiscriminadamente. En el interior, las tropas rebeldes mantenían el control y los ciudadanos resistían como podían. Pero, entre la muerte y el caos, unos cuantos jóvenes conservaron la esperanza y, sorprendentemente, también la literatura. El espectáculo Els contrabandistes de llibres de Darayya, que se puede ver hasta el 9 de febrero en la Sala Tallers del TNC, se despliega en torno a esta historia real.

Entre la muerte y el caos, unos cuantos jóvenes conservaron la esperanza y, sorprendentemente, también la literatura

Una biblioteca secreta en el corazón de Darayya

En plena guerra de Siria, Shadi, Omar y Ahmad, tres fotógrafos sirios rebeldes, se dedicaron a rescatar libros de entre los escombros para catalogarlos y construir una biblioteca secreta en el corazón de Darayya. La lectura sirvió a los chicos y a sus vecinos para evadirse, pero también para tejer relaciones de comunidad y conectar con la realidad de una manera crítica. Leer en medio de la destrucción se convirtió en un acto de rebelión colectiva contra la violencia y la censura del régimen de Assad. El año 2015 la periodista franco-iraní Delphine Minoui descubrió la iniciativa a través de una fotografía de Facebook. La historia la cautivó y enseguida contactó con los chicos, con quienes se entrevistó durante meses por videollamadas entrecortadas. De toda esta experiencia la periodista escribió un libro: Las Passeurs de livres de Daraya (2017).

En plena guerra de Siria, Shadi, Omar y Ahmad, tres fotógrafos sirios rebeldes, se dedicaron a rescatar libros de entre los escombros para catalogarlos y construir una biblioteca secreta en el corazón de Darayya

Ahora, el proyecto de la compañía Dau al Sec reproduce el trabajo de Minoui, relatándonos cronológicamente la investigación de la periodista y la relación que estableció con los jóvenes sirios. Casualmente, la programación de la pieza ha coincidido con un último giro de guion. El pasado mes de diciembre del 2024, después de cincuenta y cuatro años en el gobierno, las fuerzas rebeldes de Siria hicieron caer el régimen de Bashar al-Assad. Es, por lo tanto, un buen momento para recuperar el conflicto y reflexionar. Y hacerlo a través de una historia tan concreta siempre ayuda a hacernos comprensible el relato histórico a los ciudadanos despistados, poniendo así nombres propios a los titulares y a los datos.

Els contrabandistes de llibres de Darayya, en cartelera en la sala Talleres del TNC hasta el 9 de febrero / Foto: Pau Venteo

De hecho, la principal virtud del espectáculo es que consigue acercarnos informativamente al conflicto de manera comprensible. Ahora bien, eso es un valor periodístico, no un valor teatral. Y las artes escénicas tendrían que ir más allá de una voluntad didáctica, de la cual peca el espectáculo. ¿El teatro tiene que hacer sobre todo o solo pedagogía? La propuesta quizás necesita explorar otros lenguajes más propiamente teatrales para sugerir y conducir a los espectadores hacia la reflexión crítica, y no solo para explicarla como si se tratara de un 30 minuts meramente escenificado y sin testimonios reales.

La principal virtud del espectáculo es que consigue acercarnos informativamente al conflicto de manera comprensible

La adaptación de Albert Tola e Iban Beltran (quién también ha dirigido el espectáculo) se configura a base de monólogos y conversaciones expositivas, algunos materiales documentales audiovisuales, muchos estímulos lumínicos y sonoros, grabaciones en directo, juegos con la dimensión experiencial de los espectadores, fragmentos de poemas y alguna metáfora poco sorprendente (ladrillos, flores y velas). Pero usar todos estos elementos sensitivos no implica, per se, teatralizar una historia, sino vestirla y amenizarla. De hecho, se insiste a través de todos los recursos posibles al no perder la realidad de vista. Una luz tenue, por ejemplo, mantiene iluminado al público durante todo el espectáculo, en un claro intento de hacerlo partícipe. Y detrás de las pantallas y paneles que se mueven en escena, los intestinos del escenario nos quedan al descubierto, una imagen muy bonita e interesante que no se aprovecha.

La obsesión por una "realidad verdadera" también incluye a los intérpretes. Los actores, de origen árabe Ilyass El Ouahdani, Marwan Sabri y Jorge-Yamam Serrano han sido escogidos por su proximidad cultural con Siria (aunque ni son sirios ni han vivido el conflicto), y en segundo término ha quedado su destreza interpretativa, que en este caso resulta un punto forzada y rígida. En cambio, el papel de Monoui lo encarna la periodista catalana Laura Rosel. ¿Por qué este cambio de criterio? ¿Quizás no habría sido más coherente escoger también a una actriz árabe? Aunque Rosel se defiende bastante bien, su figura no aporta ningún rasgo diferenciador al espectáculo. Y, si se buscaba que la intérprete tuviera una relación con el oficio, ¿por qué no han escogido a una periodista más atada profesionalmente a la guerra de Siria o que tuviera experiencia de años en los conflictos en el Oriente Medio?

Escena de Els contrabandistes de llibres de Darayya de la compañía Dau al Sec / Foto: Pau Venteo

El exceso de recursos sensitivos y el juego de muñecas rusas y espejos (Laura Rosel emulando la vivencia de una periodista privilegiada que, al mismo tiempo y a partir de un libro, explica su relación con unos jóvenes sirios a través de las pantallas) ponen más barreras a una realidad que al público ya nos quedaba lejos cultural y geográficamente. Como espectadora, todo eso me dificultó adentrarme en la historia, me impidió que me removiera y que me permitiera olvidar por unos instantes mi vida tranquila para conectar con la dureza de la de los otros.

El espectáculo, en conjunto, no consigue trasladarnos una reflexión humana o histórica universal, transmitirnos sensaciones que nos podamos llevar a casa, que nos retornen a la cabeza o al corazón cuando nos enjabonamos en la ducha o cuando estamos en el metro yendo a trabajar

Una separación que probablemente también se produce por el hecho de que el espectáculo, en conjunto, no consigue trasladarnos una reflexión humana o histórica universal, transmitirnos sensaciones que nos podamos llevar a casa, que nos retornen a la cabeza o al corazón cuando nos enjabonamos en la ducha o cuando estamos en el metro yendo a trabajar. Sospecho que eso pasa porque tanto el contenido como la propuesta escénica no salen de unas coordenadas espacio-tiempo muy concretas, del caso particular de la periodista y la biblioteca secreta. Quedamos atrapados en la escenificación de una verdad periodística, en la representación literal de la realidad de una anécdota.

Quedamos atrapados en la escenificación de una verdad periodística, en la representación literal de la realidad de una anécdota

Es verdad que en tiempo de barbarie la cultura nos humaniza y es importante no olvidarlo. Estos son los mensajes universales que podemos extraer, pero no dejan de ser dos ideas comunes muy vistas en múltiples propuestas artísticas y que, por lo tanto, al no sorprender invitan poco a los espectadores a seguir moviendo la neurona. Y, aunque en el espectáculo hay una voluntad acertada de señalar algunos grises (por ejemplo la controvertida figura de Estado islámico dentro del movimiento de los rebeldes o la invisibilización de las mujeres de Darayya), estos matices se nos presentan a pinceladas y desvinculados del conjunto, como parches.

Els contrabandistes de llibres de Darayya nos informa de un conflicto histórico de manera comprensible y nos da a conocer un caso de resistencia política y humana sugerente, sin embargo, y pese a todo, no resulta suficientemente significativo como experiencia estrictamente estética y artística

En definitiva, el espectáculo a Los contrabandistas de libros de Darayya nos informa de un conflicto histórico de manera comprensible y nos da a conocer un caso de resistencia política y humana sugerente, sin embargo, y pese a todo, no resulta suficientemente significativo como experiencia estrictamente estética y artística. Todo ello me recuerda en una columna que la actriz y dramaturga Berta Prieto escribió el año pasado en el Quadern de El País: "[···] nuestra cartelera es llena de obras que apuestan por la verdad, hechas con muy buena intención y con una voluntad reparadora, pero absolutamente alejadas del hecho artístico".