En la tragedia aérea de Los Rodeos, en Tenerife, dos aviones chocaron en una pista de aterrizaje, dejando sin vida a los casi seiscientos pasajeros que viajaban en ellos. Era el año 1977. Muchos de ellos eran holandeses que habían ido a pasar las vacaciones a la isla canaria, a disfrutar de un sol extraño en su país. Una conjunción de errores técnicos y humanos, sumados a la niebla que cubría el paisaje aquel 27 de marzo, los condenó. Las víctimas, a pesar de morir en el accidente más grave de la aviación civil hasta el presente, quedaron sepultadas por la historia y durante años no tuvieron ningún monumento que las recordara en los Países Bajos.
Este es precisamente uno de los motivos que condujo el escritor neerlandés Gerbrand Bakker (Wieringerwaar, 1962) hacia esta historia. Bakker, premio Llibreter 2012, publica ahora El hijo del peluquero (Rayo Verde, trad. Maria Rosich), una novela con la que rompe un silencio literario de doce años. Con el estilo directo y sencillo que lo caracteriza —declara que nunca utiliza ninguna metáfora— se adentra en temas como el luto, la pérdida y el peso del pasado en una historia llena de humanidad y que quiere reivindicar la memoria de aquel accidente.
Un peluquero sale del olvido
Simon es un peluquero relativamente joven que vive en Amsterdam y que trabaja en lo que había sido el negocio de su padre, aunque intenta no tener demasiados clientes. Es una vida aparentemente plácida, tras la cual, sin embargo, se esconde un pasado trágico: su padre era uno de los pasajeros desaparecidos en la catástrofe de Los Rodeos. Tanto Simon, como su madre, han tratado de enterrar la pérdida, pero la entrada de un escritor en sus vidas volverá a abrir este capítulo de su pasado.
Quería sacar el accidente del olvido. No se recuerda aunque es el accidente más grave del país
"Quería sacar el accidente del olvido", dice Bakker. "No se recuerda aunque es el accidente más grave del país. Comparando con las expresiones exageradas de luto que hay ahora, es muy poco", añade. Así, como lo hace Simon en la historia, Bakker también se propone adentrarse en este capítulo del pasado, olvidado de la memoria colectiva holandesa, para revivirlo y explorarlo desde una perspectiva humana. Y para sugerir algunos interrogantes sobre lo que pasó que asegura que perviven más de cuarenta años después de los hechos.
Es la primera novela que ha escrito en los últimos doce años, rompiendo un largo silencio literario que, en Catalunya, Rayo Verde/Raig Verd ha ahorrado a sus lectores, traduciendo algunas de sus novelas anteriores. En total, en el catálogo de la editorial podemos encontrar hasta cinco títulos, que incluyen Todo está tranquilo arriba (2012), galardonada con el Premi Llibreter y el Premi IMPAC el año de su publicación.
No tenía ganas de escribir, no es que se tratara de un bloqueo de escritor
"No tenía ganas de escribir, no es que se tratara de un bloqueo de escritor", explica Bakker respecto de la interrupción. "Me parecía estúpido y pretencioso, una poco inútil", incluso llega a decir. El año 2016, sin embargo, después de un periodo personal difícil, se volvió a imponer a sí mismo la tarea de volver a escribir "para ver si encontraba el placer". Y lo consiguió. La edición de Rayo Verde de El hijo del peluquero es también la primera traducción de la novela mundialmente.
El escritor que no utiliza metáforas
En la novela, se reconoce en cada página el característico estilo del escritor. Pleno de diálogos cortos y veloces, domina también el uso del silencio, que tanto sirve para crear tensión al lector como un mecanismo narrativo que hace avanzar las situaciones en que conviven diferentes personajes. Y de la mano de este, la ausencia de metáforas, que Bakker defiende encarnizadamente. "No utilizo nunca metáforas, cuando me encuentro una me saca de la historia. Las encuentro pretenciosas, no quiero obligar a mis lectores a pasar por eso", dice.
No utilizo nunca metáforas, cuando me encuentro una me saca de la historia. Las encuentro pretenciosas, no quiero obligar mis lectores a pasar por eso
Bakker hace gala de un humor ácido y afilado, que también aplica al universo literario y a la figura del escritor. "No me gustan los escritores que hacen el papel de escritores. Se espera de ellos que sean como un Dios, omniscientes," sentencia. Explica que se toma la escritura como un trabajo intangible, que él mismo no entiende del todo bien cómo funciona o de dónde viene. "Me esfuerzo a no pensar cuándo escribo", remacha.
No me gustan los escritores que hacen el papel de escritores
Y con una actitud muy similar avanza Simon, el protagonista, estirando el hilo que lo liga al pasado y que lo tiene que llevar hasta su padre, desaparecido el día del accidente décadas atrás y también peluquero. Por el camino, encuentra el impulso de un escritor que quiere conocer como se trabaja en su peluquería para escribir una ficción. Un personaje que, tal como explica Bakker, "se parece cada vez más a mí".
Como escritor, puedes hacer que no pase nada
Su presencia alimenta la trama, como también lo hace la de Igor, a un joven con aparente diversidad funcional del cual Simon se ocupa en el trabajo voluntario que hace con su madre en una piscina municipal de la ciudad de Amsterdam. El contacto con el joven despertará en el personaje una atracción que vivirá con incomodidad y que le suscitará un dilema que se irá alargando a lo largo de la narración. "Mientras escribía estas escenas, yo mismo no sabía qué acabaría pasando. Como escritor, puedes hacer que no pase nada", recuerda Bakker, que también explica que se ha encontrado lectores que "han tirado el libro por la ventana" a raíz de esta parte de la novela.
Y las diversas tramas que componen a El hijo del peluquero acabarán llevando el lector hasta San Cristóbal de la Laguna, una de las poblaciones importantes de Tenerife, donde otro peluquero de mediana edad hizo un repentino cambio de vida décadas atrás. La conexión Amsterdam-Tenerife, tanto contraintuitiva como interesante, servirá para cerrar la novela y poner punto final, bajo el sol de las Canarias, a la búsqueda y al pasado de Simon.