Pep Puig Ponsa (Terrassa, 1969) presenta estos días La vida sense la Sara Amat, el libro que el año pasado ganó el premio Sant Jordi y que estos días Proa saca a la venta. En 2005, cuando Puig publicó su primera novela, L'home que torna, obtuvo el premio Nuevo Talento de la FNAC. Ya en aquel momento su voluntad de hacer una literatura popular, esmerada pero comprensible para todos, fue muy aplaudida por la crítica. Puig, en sus obras, refleja un universo muy particular, cargado de emociones. Con La vida sense la Sara Amat, vuelve al tema del tránsito de la infancia a la adolescencia, que ya había tratado en un relato de su última obra: El amor de la meva vida de moment. En realidad, el personaje de Sara Amat es muy similar al de Clara Bou, del libro anterior. En el libro actual, Sara Amat, una chica de 13 años, desaparece mientras está jugando a esconderse; pasará unos días en casa de un niño amigo suyo, Pep. El narrador de la obra es Pep, ya adulto, que recuerda cómo lo marcaron aquellas jornadas con Sara. Y sus recuerdos llevarán a una profunda reflexión sobre la infancia, el amor, la soledad, la familia y, sobre todo, sobre el hecho de crecer.
Explícame el libro en unas pocas palabras. La vida sense la Sara Amat es la historia de dos niños que se encierran en una habitación para discutir sobre el fin de la infancia. Son dos personajes desiguales, que a medida que avanza la novela se van poniendo a la misma altura. Él, Pep, es un niño de doce años de fuera el pueblo, que sólo va a veranear allí. Para él, el pueblo es un lugar de fantasías, de placer... Se trata de un niño creyente, obediente, confiado en su mundo, que ama a sus padres, a su gente... La niña, Sara Amat, es mayor que él, y ya pasa por la pubertad. Ella siente un rechazo por todo lo que la rodea, por el pueblo, por la mentalidad estrecha, por la familia... Y siendo una necesidad orgánica de marcharse, de no formar parte de eso. Está decidida a abandonar aquel mundo que la ahoga. Y lo hace. Sin mucho esfuerzo. Cruza una puerta y ya está fuera.
El protagonista se llama Pep, como tú. Nació en 1969, como tú. Es de Terrassa, como tú. Va a un colegio de curas, como tú. Venarea en Ullastrell, como tú. ¿En qué medida eres tú? El Pep de la novela tiene muchos puntos en común conmigo. Pero hay muchas cosas en él que no son mías. Podría ser que no nos pareciéramos mucho, o incluso que no nos pareciéramos nada. Aquello que pasa a la novela, sólo pasa en el libro. No es una autobiografía. Pasa como con el Ullastrell de la novela, que no es el Ullastrell real. Es el Ullastrell de mis evocaciones, más de treinta años más tarde. Sólo quien ha conocido el Ullastrell de la época puede valorar hasta qué punto el pueblo de la novela tiene puntos de coincidencia con el de verdad.
¿Tú con quien te identificarías más, con la lanzada Sara, o con el cortado Pep? ¿O eres un cortado Pep que sueña con ser Sara? Mientras fui niño fui un Pep, sin ninguna duda. Mis padres me llevaban a Ullastrell, y para mí aquello era el paraíso, todo me parecía bien. Yo era un niño bueno. Hacía siempre lo que me decían. Hacía el papel que tocaba. Pero los niños buenos somos los que más tarde sentimos un rechazo más grande.
El sentimiento de rebelión cuando crecí fue muy fuerte.
Curiosamente, cuando empecé a escribir no me planteé en absoluto que yo me pudiera ver reflejado en Sara. Pero en cambio, cuando acabé la novela me di cuenta de que Sara, con su voluntad de huida, tenía muchos puntos de contacto conmigo. En cierta medida, yo era Pep de niño y me hice Sara cuando crecí.
¿Sara existió? Existió una Sara de verdad, aunque no se llamaba Sara. Yo iba a un colegio de curas, donde no veíamos a ninguna chica. Por eso, en verano, cuando ibas al pueblo, cualquier niña que te cruzabas te provocaba una gran fascinación. Y construías historias. En torno a la niña escogida, creabas todo un mundo imaginario, de mito, de fascinación... No te acercabas. No tenías contacto... No osabas... Yo me enamoré de una Sara Amat, a la que prácticamente no conocí. La Sara Amat de la realidad también desapareció. Porque tenía que desaparecer: la niña de que nos enamoramos platónicamente tiene que desaparecer, porque no puede existir en el mundo real.
¿Qué hace la Sara de la novela con el Pep literario? Sara lleva a Pep de la mano hasta el mundo de los adultos, un mundo lleno de cosas buenas y malas. Sara introduce a Pep en el mundo del amor y de la ternura, que es un mundo fantástico, pero también le hace descubrir que el mundo de los adultos no es un lugar idílico, sino un mundo lleno de secretos, de frustraciones...
El amor tiene un papel central en la novela, pero también las fobias. ¿No es una contradicción? No, esta historia se centra el viaje iniciático de un niño. Evidentemente, en esta historia hay amor, porque en la infancia no puede haber un viaje iniciático sin amor. Pero Sara Amat a aquello que le tiene fobia es, básicamente, al concepto de amor que tiene la gente del pueblo. Y eso porque es un amor que oprime, que te ahoga, que no te dejar ser tú mismo. “El amor me da asco”, la frase de Rodoreda en Aloma, sería válida también por Sara Amat. El odio está relacionado estrechamente con el amor.
¿La adolescencia, es tan traumática como la presentas en tu novela? Sin duda. El contraste entre la infancia y la vida adulta es tan grande, a nivel fisiológico, a nivel vivencial, a nivel identitario, que el conflicto es inevitable. Yo todavía no he superado el trauma. Eso sí, mi paternidad me ha ayudado mucho a asumir lo que yo soy. Ser padre te sitúa en otra esfera, te hace ver el pasado de forma diferente.
En un momento determinado, al final de la obra, Sara Amat, le dice a Pep: “Hazte mayor, pero no demasiado”. ¿Podría ser el mensaje de toda la novela? Sí, sin duda. La infancia es inocencia, pero sobre todo es amor por las cosas que tienes cerca. Tienes que crecer, pero no te puedes pasar, porque perderías lo que tienes. Debes intentar mantener lo que tienes cuando eres niño, aunque te toca crecer. Y aunque sabes que al final acabarás perdiendo este amor y esta inocencia que valen tanto.
Desde el principio anuncias lo que pasará en la historia. ¿No era un riesgo a nivel narrativo? En realidad, no, porque para mí aquello realmente importante era el diálogo entre los niños, el descubrimiento de un mundo y la pérdida de la inocencia, y no el misterio de la desaparición de la niña.
El título podría ser exactamente el contrario: titulas el libro 'La vida sense la Sara Amat' y sólo te refieres a los diez días que el protagonista pasa con Sara Amat. Creo que es bonito que el título sea el contrario de lo que podría ser. El título en realidad es una evocación. Refleja lo que el protagonista piensa muchos años después de la desaparición de la niña. Y después de todo el tiempo pasado sin ella.
¿Cómo surgió esta obra? Yo escribo a trompicones. Me cuesta encontrar las condiciones para poder escribir una novela. Paso mucho tiempo escribiendo lentamente: cuando no tengo mucho tiempo me dedico a escribir cuentos. Para escribir una novela necesito concentración, y continuidad. Pero en ciertas ocasiones, avanzo rápido. Hace cinco años, cuando nació mi hijo, quise escribir una obra que tuviera la fuerza de las primeras obras. Quería escribir un libro que se pudiera leer con 15 años, que mi hijo pudiera leer cuando se hiciera grande y que le ayudara a abrir esta puerta que es la adolescencia. Y La vida sense la Sara Amat es un libro que me le gustaría que le ayudara en este difícil paso que es abandonar la infancia.
¿Combinas tu actividad como instructor de gimnasias posturales con la escritura. ¿Tienes nuevas obras en perspectiva? El premio Sant Jordi me ha animado mucho a escribir. Tengo una idea en la cabeza, ya bastante definida. Sé bien lo que quiero decir, tengo un proyecto claro. Pero ahora, hay que escribirlo. Y estoy decidido a meterme a fondo en ello.