En un momento de la emocionante Pepi Fandango, su protagonista explica como, cuando era solo un niño, un oficial nazi le apuntó con su Mauser en la cabeza. “Cuando dijo voy a matar a este puto judío supimos que teníamos que irnos de nuestra casa”. La procesión familiar a partir de la ocupación alemana les acabó condenando a una separación definitiva cuando dieron con sus huesos en el campo de concentración de Rivesaltes, en el sur de Francia.

Peter Pérez, alias Pepi, recuerda de forma nítida todo el sufrimiento que vivió en aquel lugar, fruto de la colaboración de Francia con Hitler, un eslabón más del Holocausto. Fue en el campo donde descubrió que, entre los presos españoles represaliados por el franquismo, y concretamente entre los niños gitanos, había una extraña forma de comunicación con sus padres, apresados al otro lado del muro. De comunicación y, también, de exorcización de tanta miseria, hambre, frío y muerte: el cante, el flamenco y, más concretamente, los fandangos.

Muchos años después, ya jubilado, Peter, o Pepi, empezó a visitar el municipio gaditano de Paterna de Rivera, en una extraña búsqueda de las raíces de esa música que duele tanto como alivia, con la secreta esperanza de encontrar una clave para enfrentarse a su pasado. Acompañado de su amigo Alfred, los dos ancianos cruzaban Europa, desde su Viena natal y hasta Andalucía, y Pepi intentaba escribir su propio fandango. Pero, tal y como nos cuenta el documental que nos ocupa, para hacer frente a los fantasmas de su pasado acabó siendo necesario regresar a Rivesaltes.

La historia de Pepi, cautivó a la cineasta Lucila Stojević, croata afincada en Barcelona, mujer de ideas claras y risa contagiosa, que ya dirigió un documental tan reconocido y premiado como La Chana (2016), sobre la mítica bailaora gitana nacida en L'Hospitalet de Llobregat. Con Stojević conversamos sobre la peripecia de Peter Pérez y sobre las dificultades y el proceso creativo de convertir su historia en una road movie tan conmovedora como, a ratos, deliciosa. La producción catalana Pepi Fandango pasó por el Festival de Málaga y ahora es uno de los platos fuertes del DocsBarcelona, que proyectará el film este domingo día 5.

Primero la Chana, ahora Pepi. ¿Qué te ha atrapado del flamenco?
Muchas veces la gente me pregunta de dónde sale esta obsesión que tengo con el flamenco. Pero te prometo que no tengo ninguna obsesión. Es que un proyecto te lleva a otro... Obviamente me gusta, y más ahora que me he metido tan profundamente en él, primero en el baile, ahora en el cante... Me falta la guitarra (risas). También tengo que decir que antes de conocer a la Chana, estuve haciendo clases de baile. Y cuando empecé a hacer la película sobre ella, dejé de hacerlas, porque me parecía demasiado. No podía más y además con una persona tan genial ya era como... "Bueno, me voy a concentrar en otro baile, en otra cosa" (risas).

Creo que precisamente conociste a Pepi en el proceso de rodaje de La Chana...
Cuando buscábamos financiación para La Chana, un amigo medio austríaco medio italiano me dijo que cuando fuera a Viena tenía que conocer a Pepi. Yo crecí en Viena, estuve viviendo allí en los años 90, mi madre y mi hermana aún residen allí. Y las visito cada poco tiempo. Entonces mi amigo me puso en contacto con Pepi, me dijo que era un amor de persona, y que por alguna razón estaba obsesionado con el flamenco. Me recomendó conocerlo porque a lo mejor tenía algún contacto en la televisión austríaca... Le llamé, fui a su casa, y a los cinco minutos ya me estaba ofreciendo todos esos típicos productos españoles: vino, quesos, todo estaba sobre la mesa. Y me puso un disco de flamenco y empezó a emocionarse y a llorar. Yo pensaba: acabo de conocer a esta persona y la tengo aquí llorando en el comedor. Le pregunté por qué le afectaba tanto y me contó su historia. Claro, yo me fui de su casa sin ninguna nueva idea de cómo financiar La Chana, pero con un nuevo proyecto (risas).

Pepi Fandango, una road movie tan conmovedora como, a ratos, deliciosa

¡Menuda historia, la suya!
Su historia era brutal, ver cómo le afectaba la música, esa reacción emocional tan fuerte... y su caso era muy poco común: esta intersección entre el Holocausto y la Guerra Civil española, de la que no se habla mucho... porque los franceses también esconden aquellos hechos de su Historia. Más que nada me interesó la peripecia humana y personal de alguien que tiene esta obsesión con una música que, a la vez, le duele y le alivia. Es como un juego que me hizo pensar en cómo llevamos los traumas, qué hacemos con ellos durante toda una vida.

Me interesó la peripecia humana y personal de alguien que tiene esta obsesión con una música que, a la vez, le duele y le alivia

Es emocionante ver ese vínculo que ha desarrollado con los fandangos.
Sí, encuentra en ellos cierto alivio, pero también representan la búsqueda de algo que no existe, porque yo creo que también el flamenco, como música, como pasa con el blues, surge de una necesidad. Hablo de ese flamenco más puro. Y hoy en día, cuando te vas a estos pueblos de Andalucía, esa pureza ya casi no existe. Claro que la gente canta, claro que hay canciones que la gente sabe y repite, que incluso inventa, pero esta música vive otro momento. Lo que él conoció en el campo de concentración, que salía de una necesidad, esta cosa tan pura ya no está. Entonces lo que él busca, nunca lo va a encontrar. La mayoría de los cantaores ya han muerto, y el flamenco de las nuevas generaciones, y obviamente hay músicos muy buenos, nace de otro lugar. Entonces la idea de hacer una road movie, lo absurdo de viajar con estos dos austríacos por media Europa, con esa forma tan rara de ir en tren y en coche, emborrachándose en muchos sitios por el camino (risas), fue algo natural. Claro, yo pasé años con él, antes de empezar a grabar de verdad, intentando entender qué íbamos a contar exactamente. Y en algún momento le pregunté si volvería al lugar donde estuvo, al campo de concetración de Rivesaltes. Primero no quería, pero como él también pasaba su propio proceso, finalmente fuimos...

Su reacción cuando vuelve a pisar aquel lugar donde tanto sufrió es reveladora...
No se trataba de contar la historia dramática de un campo de concentración, eso hubiera sido algo mucho más fácil. Podría haber hecho algo mucho más Spielberg, con violines... (risas) Pero a mí me interesaba mucho más esta búsqueda interna, entonces traté de intentar entender qué significa todo esto para él. Y sí, ver cómo reaccionó cuando visitamos Rivesaltes fue toda una sorpresa: porque había mucha rabia en él. Claro que había también tristeza, pero lo primero fue rabia. Y eso era muy interesante, porque tú piensas en todo lo que has visto o has leído. Pero en su caso vi cómo se enfadó, por lo que él vivió allí, pero también por lo que sigue pasando. Pepi piensa que estos espacios memoriales no deberían existir.

No se trataba de contar la historia dramática de un campo de concentración, eso hubiera sido algo mucho más fácil

Él lo dice en un momento de la película, y como espectador te hace reflexionar sobre el turismo de este tipo de lugares. De Auschwitz al memorial del Holocausto de Berlín...
Sí, hay toda una industria de la Memoria, detrás de todos estos lugares. Ahora estoy trabajando en un nuevo proyecto que también tiene que ver con la Memoria Histórica, más enfocado a un público adolescente, y flipas un poco con el mundillo que hay relacionado con todo eso. Hay una desconexión, una desensibilización hacia todo lo que ocurrió... el otro día fuimos a Argelès-sur-Mer, y en la misma playa donde vivieron cien mil personas en condiciones horribles ahora han puesto chiringuitos. Siempre existe esta cuestión, ¿qué haces con la memoria?  ¿Cómo la tratas? Las nuevas generaciones, ¿por qué tiene que sentirse culpables o conectadas con lo que pasó hace cuatro generaciones atrás? Hay espacios que para unas personas lo significan todo y para otras no significan absolutamente nada. Cuando algo deja de ser memoria y solo es historia...

Lucija Stojevic es la directora del documental Pepi Fandango

¿Qué reacción tuvo Pepi al ver la película?
Le gustó mucho. Y está muy agradecido. Contaba que nunca hubiera podido escribir sobre sí mismo. "Habéis hecho mi trabajo", nos decía

De algún modo escribisteis el fandango que él no era capaz de componer...
Él también ha conseguido hacer una versión propia. No me gusta usar esta palabra porque esta no es nuestra profesión, pero creo que para él, la película fue un proceso casi terapéutico, durante todos estos años. Nos acabamos haciendo casi familia, con un rodaje tan largo. Y para él, el hecho de poder comunicar lo que le pasaba, lo que sentía, lo que pensaba, y que alguien le prestara atención, ha sido muy importante para él. Está viviendo casi una nueva juventud. Viene a todos los festivales. Va a venir a Docs Barcelona también... Vamos a hacer todo un tour con él.

¿Cómo ves la salud del documental, el éxito de los festivales, la audiencia del formato en las televisiones y, por contra, el poco impacto en salas?
Bueno, yo creo que hay un público para los documentales, obviamente, pero nos tenemos que poner más creativos para hacer llegar nuestras películas a ese público. Cada documental tiene su propia audiencia específica, que puede interesarse por él. Si estás compitiendo en las salas con películas de ficción es muy difícil que alguien que tiene una tarde libre escoja ir a ver un documental, sobre todo si es sobre un tema duro o difícil. Más si no se habla mucho de él, si no hay un boca a boca. Es una cuestión de visibilidad, si la gente no sabe que ese documental existe, ¿cómo va a ir a verlo? Pero también hay un público de un cine no comercial que se podría aprovechar mucho más. Nosotros siempre hacemos un trabajo de ver quién podría estar interesado en nuestra película: interesados en la historia, cineclubs, aficionados al flamenco, incluso museos de memoria histórica. Se trata de ir más allá. Con La Chana, que era un documental que ganó muchos premios y tuvo mucho recorrido, en España nos fue muy mal en los cines. Pero, por contra, la distribución no comercial nos fue muy bien. Y creo que es también una cuestión de cultura, porque por ejemplo La Chana funcionó muy bien en Países Bajos. Mucha gente fue al cine a verla. Unas 60.000 personas, que para un documental es mucho. En cambio, aquí había sesiones donde había uno o dos espectadores, muy triste.