Hace un tiempo Juliana Canet afirmó alguna cosa similar a "todo país normal tiene que tener un star-system establecido". Ella hacía referencia a un grupo de personas lo bastante importantes a escala cultural o popular para generar atención mediática y crear tendencias en este espacio. Aunque creo que la reflexión ha cuajado lo suficiente este último año, hay un sistema de estrellas de lo que a menudo nos olvidamos para ser un país normal: las divas criminales.

Precisamente esta semana pasada se estrenó el documental del Pequeño Nicolás, (P)ícaro (Netflix, 2024). Un formato clásico de Netflix con un sorprendente tono de comedia que relata con pelos y señales como su protagonista llegó a infiltrarse en las entrañas de los más altos estratos políticos de España. Pero, más allá de eso, hace un retrato de sus clarísimas tendencias de megalomanía desde que era un niño. Unas tendencias que expresa de manera tan clara y desacomplejada que hacen que explotes de reír y cringe todo al mismo tiempo,

Hoy en día, en el Estado español, estaríamos hablando de un cuarteto esencial a la prensa de sucesos de los últimos años: el Pequeño Nicolás, José Manuel Villarejo, Daniel Sancho y Rosa Peral. Los cuatro desfilan por los titulares con más o menos elegancia, pero la cuestión es que como sociedad sentimos una atracción inevitable hacia los cuatro. Les queremos conocer las vidas, saber lo que piensan, descubrir cuál es el desenlace de sus historias. Si no, ni las plataformas de streaming, ni las portadas del corazón, ni los Tiktokers de influencia se hubieran forrado a clics a fuerza de hacer productos.

¿Por qué, en el fondo de nuestra alma de ciudadanos mundanos, nos cae un poco bien el Pequeño Nicolás? ¿Qué clase de oscuridad tenemos dentro? Dudo mucho de que sea una cosa política. Ya hacía gracia antes de aparecer al FAQs con un lazo amarillo hace tres o cuatro años. Hay que aceptar que hay ciertos criminales que despiertan nuestra simpatía o, al menos, que tienen bastante carisma para generarnos curiosidad. No es suficiente con un crimen jugoso y un juicio mediático (eso también lo han hecho la Shakira y el Dani Alves), sino que hace falta cierta performance del protagonista. Podemos negar este instinto, pero la cuestión de fondo es que Netflix ha orientado el documental de Francisco Nicolás hacia la picaresca y la comedia de personajes, lejos del true crime político en el cual nos tiene acostumbrados. Y funciona.

Si hubiera podido, nos habría fastidiado en todos. Pero como no ha sido posible, ahora es, más o menos, un pringado. Es muy difícil no empatizar con un pringado.

El Pequeño Nicolás tiene un trasfondo humorístico, igual que lo tienen los personajes de El Reino del Sorogoyen. Como todos aquellos políticos desorientados de la película, es alguien que ha querido tanto el poder que ha acabado en los pasillos de la Audiencia Nacional. Alguien que, si hubiera podido, nos habría fastidiado a todos. Pero como no ha sido posible, ahora es, más o menos, un pringado. Es muy difícil no empatizar con un pringado.

Uno de los entrevistados a (P)ícaro es, como no podría ser de otra manera, José Manuel Villarejo. A diferencia de Francisco Nicolás, la relación que tenemos con el Villarejo es desde cierto temor. Si el Pequeño Nicolás es la comedia, el Villarejo es el thriller: un señor con muchísimas ganas de hacerla grande, a quien|quién le encanta que escuchen sus movidas y que, poco a poco, va soltando información que dice que puede cambiar el statu quo del país. Nos guste o no, tanto el pícaro como el excomisario hacen visibles todas las fisuras del sistema de seguridad que tienen los partidos vinculados a las cloacas del estado. Son figuras que atentan contra nuestra visión del poder.

Rosa Peral y Daniel Sancho, caras clarísimas en este star-system infundado, ocupan un espacio muy diferente dentro de la cultura pop, teniendo en cuenta que a los crímenes que han cometido hay violencia explícita y directa. Pero, así y todo, nos encontramos en la misma situación: series, documentales, portadas de prensa y exclusivas. No todo se explica con el morbo. Hay una parte escondida en la frase que se rumoreaba que había dicho Rosa Peral a otra compañera de prisión: "Tu Críms dura un episodio, el mío, tres."

La Rosa Peral real y Rosa Peral en la ficción

La autoconciencia de estos personajes, sumada a la netflixitzación de su realidad criminal, ponen de manifiesto que, cuando un crimen pasa por el filtro de masas (sea Crimd, un documental de plataformas, o un libro de Tura Soler), se escapa del periodismo de tribunales y empieza a formar parte de la cultura pop. Es comparable al interés en redes con La sociedad de la nieve. Este vínculo parasocial con los personajes, con su dolor. Todo parte de una realidad tan ajena al espectador común que nos engancha al relato desde el primer momento. La mayoría de mortales no tan solo no haremos nunca lo que hacen algunos de ellos, sino que tampoco tendremos acceso a una experiencia Andes. Ni a saber los secretos más oscuros del poder, como dice que los sabe el Pequeño Nicolás.

La fórmula Netflix no solo funciona, sino que ejemplariza el fenómeno glocal, la fusión de lo que es global y local, en comparación con otros países que no tienen la influencia berlusconiana del Mediterráneo, aquello que nos hace reírse de la picardía de nuestros criminales. En los Estados Unidos, por ejemplo, el gran epítome del star-system policial es la pasión por sus propios asesinos, sirva Jeffrey Dahmer, Gipsy Rose, y los school shooters como ejemplo. Mientras estaba vivo, Dahmer recibió centenares de cartas en la prisión de personas que romantizaban su tragedia personal. Rose, que asesinó a su madre después de sufrir Münchhausen por poderes durante años, se ha vuelto prácticamente una estrella del pop. ¡And the dick is fire!

A pesar del filtro pop que pasan todos estos personajes, buena parte de los productos audiovisuales que se han generado a partir de estos perfiles tienen un peso melodramático importante. Dejé de ver Dahmer en Netflix porque las imágenes de violencia eran demasiado explícitas. Aunque no he visto The Act, el internet no olvidará nunca las imágenes de la Joey King (a quién entonces conocíamos, ojo, por The Kissing Booth) rapándose la cabeza para poder interpretar el personaje desde la seriedad más absoluta. We need to talk about Kevin es seguramente la más conocida de las películas sobre school shooters, y es un filme aterrador en muchos sentidos. Todos absolutos incomparables a El Cuerpo en Llamas, donde los personajes están guionizados desde la falta de autoconciencia, sino la parodia y, evidentemente (P)ícaro.

(P)ícaro nos interpela como sociedad porque, igual que no nos tomamos demasiado seriamente a su protagonista, tampoco tenemos en mucha estima el poder que penetra. Tampoco la Guardia Urbana ni nuestro famoseo. Si estos criminales se han convertido en estrellas, quizás es porque nos encanta ver las instituciones que este país nuestro nos quiere presentar como intocables, desde la formalidad, en realidad son un desastre. Para poder sentarnos con nuestras familias en la comida del domingo y decir, "lo ves, como lo hemos dicho siempre. Esta gente son unos bandidos". El Pequeño Nicolás, el Villarejo, Daniel Sancho y Rosa Peral nos dan a todos la razón. Y por eso, y porque somos morbosos por naturaleza, necesitamos un star-system policial.