Este artículo no es un cuento, aunque contenga un 1% de ficción y un 99% de verdad. La historia transcurre en Barcelona el día 6 de octubre de 1934. A media tarde varios grupos independentistas armados ocupan locales, pisos y edificios concretos del centro de la ciudad ante la inminente proclamación del Estat Català por parte del president Lluís Companys. Uno de estos grupos lo forman jóvenes de la organización Palestra, una entidad cultural y excursionista de talante patriótico fundada por Josep M. Batista i Roca el año 1930 e inspirada en las juventudes del Sinn Féinn irlandés o los sokols checos y eslovacos. Antes de las ocho de la noche, un comité de defensa de la entidad entra en el Teatro Coliseum a la espera de lo que pueda pasar en la plaza Sant Jaume. Todos los jóvenes van armados con fusiles, aunque la mayoría no tenga ni idea de cómo se utilizan. Uno de ellos tiene veintidós años, es escritor y se llama Pere Calders, pero la escopeta que tiene en las manos no disparará ni una bala aquella noche.
Un pacifista dispuesto a darlo todo por los ideales
Aquella noche de octubre cae en sábado, pero en el Coliseum no se celebra ninguna obra. Cuando faltan pocos minutos para las ocho y cuarto de la noche, en aquella "hora solemne" Lluís Companys sale al balcón de la Generalitat y delante de una plaza repleta proclama el Estado Catalán dentro de la República Federal Española. Inmediatamente después, el president comunica al general Batet que se ponga a las órdenes de la Generalitat, pero el Capitán General de Catalunya se niega y le pide una hora de margen para tomar una decisión. Mientras tanto, Batet llama a Madrid, declara el estado de guerra y autoriza al ejército a ocupar posiciones estratégicas de la ciudad.
Cuando empieza el enfrentamiento, los primeros disparos se oyen desde dentro del Coliseum. Allí, Calders sigue encerrado con un buen número de compañeros que cargan armas para las cuales han recibido instrucción: desde hace semanas, algunos miembros de Palestra han estado practicando en el campo y en secreto el uso de los fusiles, con el único inconveniente que esta instrucción la han hecho con cañas y bastones. La noche del 6 de octubre, sin embargo, las escopetas son de verdad, al igual que son reales los sonidos de bala que parecen venir de la calle. Dentro del Coliseum nadie sabe nada y se esperan órdenes; fuera, en cambio, unos cuantos metros más abajo, pelotones de Estat Català se hacen fuertes desde un local de Via Laietana y consiguen hostilizar de lo lindo a los militares españoles situados en la plaza del Àngel. Es un espejismo, sin embargo.
A medida que pasan las horas, el ejército va ocupando tejados y posiciones estratégicas clave, mientras centenares de hombres armados como Calders siguen esperando órdenes, ya sea desde el Coliseum, desde la Sala Mozart, desde el Teatro Novedades o, en grupos más diseminados y poco organizados, desde la Rambla. Cuando el president Companys nombra de urgencia a Frederic Escofet como jefe de la Comisaría General de Orden Público ya es demasiado tarde: en plena madrugada, Escofet aboga por una ofensiva conjunta de los Mossos d'Esquadra y los militantes armados contra el ejército, pero el ambiente en las filas separatistas está ya tremendamente desmoralizado.
El compromiso de un independentista radical
Cuando faltan pocos minutos para las seis de la mañana, Josep M. Batista i Roca llega al Teatro Coliseum y sube al escenario. Pere Calders, abrazado al fusil que aquella noche no utilizará, escucha como aquel hombre, alguien convencido de convertir la Sociedad de Estudios Militares en ORMICA (Organización Militar Catalana) con el fin de alcanzar la independencia de Catalunya con un ejército propio, dice a toda aquella juventud armada que ya se pueden marchar a casa. "Tot s'ha perdut" es la frase más dolorosa que sale de sus labios. Es una frase parecida a la que Frederic Escofet pronuncia a Lluís Companys cuando le confiesa no poder llevar a cabo la misión que le ha sido encomendada, que el medio millar de militantes armados han sido disueltos, que para evitar una carnicería innecesaria no habrá ninguna ofensiva contra el ejército y que la rendición es la única salida lógica. El presidente de la Generalitat, a las seis en punto de la mañana, llama al general Batet y comunica la rendición del gobierno de Catalunya.
Calders vuelve a casa, un año después se casa con su primera mujer, Mercè Casals; dos años después publica El primer arlequí, su primer libro, y tres años más tarde, en plena Guerra Civil, siendo ya militante de Acció Catalana y del PSUC, se alista como voluntario en el ejército republicano y combate en la batalla de Teruel, experiencia que recoge en Unitats de xoc. Con la derrota republicana, Calders se exilia primero a Francia, donde conoce a la hermana de su amigo Tísner y la que se acabará convirtiendo en la mujer de su vida, Rosa Artísii Gener. Juntos se marchan después a México, donde vivirán más de veinte años y donde Calders empezará a publicar los cuentos que a la larga lo convertirán en el escritor reconocido que hoy todos conocemos. El estilo irónico, surrealista y mágico de sus narraciones será tildado de literatura fantástica y evasiva por Joaquim Molas y los popes afines al realismo histórico, pero Calders defenderá siempre el humor como bisturí para penetrar en las diversas capas del alma y en su obra, tanto la de ficción como la periodística, no esconderá nunca qué piensa, qué cree y qué defiende, tal como demuestra un artículo suyo de 1992 en el cual afirma inclinarse hacia un independentismo radical.
Si Oscar Wilde decía que la ironía es siempre la carcasa del dolor, en el caso de Calders la ironía es la máscara del combate. Se puede comprobar bien leyendo Pere Calders. Sobre el feixisme, l'exili i la censura (Rosa dels Vents), una recopilación de artículos y narraciones publicado hace varios años y a cargo de su nieta Diana Coromines. La literatura de Calders construyó siempre unos hechos, unas historias y unas pulsaciones que, tras una primera lectura aparentemente sarcástica, surrealista o absurda, exponen la visión de alguien que ha luchado y ha perdido, pero que en vez de decidir lloriquear , decide destapar sin tabúes la realidad que observa. Releer Pere Calders es descubrir que la ficción actúa sólo como una primera capa para destapar lo que ve y siente, por eso, a diferencia de este artículo, en sus textos no hay simplemente un 99% de fantasía y un 1% de verosimilitud, tal como a menudo se ha entendido. Hay una crítica mordaz al sistema establecido. Hay un rechazo al oficialismo cultural. Hay un ataque a los ocupantes de su país, pero también a los cómplices de negar la ocupación. Y hay, sobre todo, una alta contundencia ideológica camuflada tras la risa, ya que Pere Calders no disparó nunca aquel 6 de octubre con un fusil que no sabía utilizar, pero se pasó la vida disparando con una máquina de escribir. Un arma que, por fortuna para todos nosotros, dominaba a la perfección, pero eso ya es otra historia. O mejor dicho, materia de otro artículo.