Nápoles (entonces reino de Nápoles, entidad de la monarquía compuesta hispánica), 7 de julio de 1647. Hace 376 años. El sector más popular y humilde del movimiento independentista napolitano nombraba a Tomasso Aniello, popularmente Massaniello, líder de aquella facción. La figura de Massaniello emerge en un momento de fragmentación del movimiento. Massaniello, un pescador humilde y sin experiencia política, pasaría a compartir protagonismo y a competir en el liderazgo con los demás dirigentes del movimiento: Domenico Perrone, popularmente Miccaro o el Abbate, muy vinculado a la nobleza local, y Battista Palumbo, un "uomo di mano" (un bandolero) que, anteriormente, había servido, indistintamente, a todas las facciones de la oligarquía napolitana. La figura de Massaniello se nos presenta como si fuera únicamente el contrapeso a una dirección elitista. ¿Pero era así?

Plaza del Mercado. Napols (siglo XVII). Fuente Museo Nazionale San Martino. Napols
Plaza del Mercado. Nápoles (siglo XVII). Fuente Museo Nazionale San Martino. Nápoles

El detonante de la revolución napolitana

La revolución independentista napolitana explota en un contexto de crisis que afecta al núcleo de la monarquía hispánica. La política de redireccionamiento económico construida por el rey Felipe IV y por su primer ministro Olivares y consistente en extorsionar a los territorios más prósperos del edificio político hispánico, se había saldado con un rotundo fracaso. Catalunya, Portugal, los Países Bajos y el Milanesado habían iniciado sus particulares revoluciones independentistas. Y, precisamente, la revolución napolitana sería una consecuencia directa de la revolución milanesa. Según el profesor Francesco Benigno, de la Scuola Superiore de Pisa, la imposición de una gabela sobre la fruta (una tasa extraordinaria) en los mercados de Nápoles para financiar la represión hispánica en Milán, sería el detonante de una revolución, que se quiso inspirar en el modelo catalán de 1640.

La raíz de la Revolución napolitana: la burguesía

Pero el descontento venía de lejos. Durante la etapa catalana (segunda mitad de 1400 y primera de 1500), la ciudad de Nápoles, y de rebote el reino de Nápoles, había conocido su particular "siglo de oro". Al rey Alfonso el Magnánimo (1416-1458) la había convertido en la capital de facto de sus estados. Y durante el 1500, había desbancado Génova y Venecia como principal puerto de intercambio entre el imperio otomano y la Europa cristiana. Pero con el ascenso al trono hispánico del integrista católico Felipe II (1556) las rutas comerciales del Mediterráneo se arruinaron y Nápoles entró en decadencia. Aquel ocaso coincidiría con la sustitución de catalano-valencianos por castellano-leoneses en la administración hispánica de Nápoles.

Palacios. Nápoles (siglo XVII). Fuente Museo Nazionale San Martino. Napols
Palacios. Nápoles (siglo XVII). Fuente Museo Nazionale San Martino. Nápoles

La raíz de la Revolución napolitana: la nobleza

Esta decadencia impuesta generó un descontento muy profundo, especialmente y por razones obvias, entre las clases mercantiles de la ciudad. Pero la nobleza local, sin intereses en los mercados, tampoco comulgaba con aquel escenario. La aristocracia napolitana (la élite del estamento nobiliario) no era tan rica, económicamente, ni tan brillante, militarmente, como la castellano-andaluza: pero tenía una tradición política y cultural muy superior a la de sus homólogos de Madrid y de Sevilla. Y, sin embargo, la aristocracia napolitana, nunca había obtenido la confianza de la administración hispánica: los cargos eran siempre ocupados por personajes castellanos. La gabela de la fruta, que perjudicaba especialmente a las clases populares, fue la mecha que encendió la revolución. Pero el movimiento se había gestado en el núcleo de las clases dirigentes locales.

El virrey hispánico

Cuando se precipitan los acontecimientos (mayo-julio de 1647), el virrey hispánico en Nápoles es Rodrigo Ponce de León y Álvarez de Toledo (Marchena, Corona castellanoleonesa, 1602-1658). La investigación del profesor Beningno, revela una serie de elementos que explican la revolución napolitana y todas las rebeliones en los territorios periféricos de la monarquía hispánica. La primera es que Ponce de León es el prototipo del alto funcionario hispánico: un político incapaz, indigente intelectual y un trepa desvergonzado. La segunda, es la constatación de una tradicional cultura política hispánica de desconfianza hacia las oligarquías locales. Y la tercera es el temor constante a una posible alianza entre las oligarquías y las clases populares, y por este motivo toda la acción de gobierno del virrey hispánico se limita al "divide te impera".

Felipe IV y Ponce de Leon. Fuente National Portrait Gallery y Biblioteca Nacional de España
Felipe IV y Ponce de León. Fuente National Portrait Gallery y Biblioteca Nacional de España

El estallido de la Revolución

Durante la primavera de 1647 el clima social y político se deteriora a gran velocidad. Según el profesor Benigno, nadie se esconde: el virrey describe a la nobleza local como "caballeros imperiosos y de mala vida", y las oligarquías locales apodan a Ponce de Leon "el sinvergüenza tuerto". Aquel intercambio público de insultos es el preludio de un estallido que se producirá el 7 de julio de 1647: las clases populares queman las casas de los colaboracionistas, como había pasado en Barcelona durante la festividad del Corpus de Sangre (7 de junio de 1640, inicio de la guerra dels Segadors). Y Ponce de León corre a refugiarse en el Castillo Nuevo, protegido por los tercios hispánicos, como siete años antes en Barcelona, donde el virrey, en conde de Santa Coloma, había buscado el amparo de la Galera Real y había escapado a la playa de Montjuïc por los tejados de los astilleros.

Massaniello

En aquel contexto emerge con fuerza la figura de Massaniello, que pasa a dirigir la facción más popular y más radical del movimiento. Propone una revolución sin la nobleza y sin la burguesía, a quien acusa de querer negociar secretamente una salida a la crisis beneficiosa, únicamente, para sus intereses de clase. Y propone la creación de una República napolitana, independiente, por descontado, claramente contrapuesta al proyecto de los Carafa y de los Colonna (las principales familias nobiliarias) que pretenden sentar en el trono napolitano a Enrique de Guisa, descendiente de los Anjou franceses y de los Bel·lònides catalanes, que se habían disputado el reino napolitano durante los siglos precedentes. El independentismo napolitano, en su momento culminante, se presenta dividido e irreconciliable. El conflicto está servido.

Peppe Carafa versus Massaniello

Ni Giussepe Carafa está dispuesto a ceder el liderazgo del movimiento a las clases humildes, que ambicionan una revolución total, ni Tomasso Aniello está dispuesto a claudicar ante las oligarquías, que pretenden hacer retroceder el país hacia un régimen feudal medieval. Y en aquel contexto de división y de desconfianza, Ponce de León sacará provecho de las rivalidades. El virrey hispánico pondría precio a una cabeza: pero no a la de Carafa, sino, por razones obvias, a la de Massaniello. La facción que lideraba el pescador era contraria a cualquier negociación, porque entendía que la monarquía hispánica había consumido todo el crédito político. Y era extremadamente revolucionaria, porque aspiraba a crear un nuevo escenario social (nuevas jerarquías, redistribución de la riqueza). Al poner precio a la cabeza de Massaniello, el virrey hispánico guiñaba el ojo a la nobleza napolitana.

Luis XIV y Mazzarino. Fuente Museo de Versalles
Luis XIV y Mazzarino. Fuente Museo de Versalles

El fracaso de la revolución napolitana

El 16 de julio, los "uomo di mano" de Carafa apedrearon y asesinaron a Massaniello. Y poco después, los "lazzari", la gente más humilde, hicieron lo propio con Carafa. Gennaro Annese, el sustituto de Massaniello, depuró el movimiento, expulsó a los nobles, culminó la revolución y proclamó la República de Nápoles, bajo la protección de Francia. Pero el cardenal Mazzarino, ministro plenipotenciario francés, nunca confió en los revolucionarios napolitanos. La ayuda no llegó nunca, y el 6 de abril de 1648, las tropas hispánicas, con la ayuda de colaboracionistas sobornados, volvían a ocupar la ciudad. La falta de apoyos externos y de unidad interna, más que la no-política del virrey, que temiendo por su vida había abandonado el cargo y la ciudad (enero, 1648), serían las causas que impedirían el triunfo de una revolución que habría cambiado para siempre la historia de Nápoles.