Una vuelta entera al sol y el Parc del Fòrum volvió a parecer un hormiguero en un día ajetreado de trabajo. Y Pet Shop Boys los jefes de máquinas. El dúo británico fue el encargado de amenizar la primera noche de un Primavera Sound que, aunque lejos del jolgorio de los 12 días de la última edición, demostró que es uno de los festivales más tochos de todos los tiempos. Y lo hizo casualmente en una jornada que no se pareció en nada al Primavera Sound de las dos semanas, aquel que ya para siempre será recordado como el más gentrificado e impersonal de la historia. Lo de ayer fue otra cosa: ese ratito sí que se pareció un poco más al festival que deberían aspirar a ser todos los festivales.
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No es que haya un solo prototipo válido de festival, pero hay pinceladas estructurales que siempre inclinan las cosas hacia la balanza del buen hacer. No es lo mismo tener espacio para bailar en un concierto que estar apretujado durante dos horas, con todo el agobio que eso conlleva. Tampoco es lo mismo redimensionar la importancia del armario que ir con lo primero que se precie. Hace años que el Primavera Sound aspira a ser un primo hermano del Coachella, pero lo de ayer se acercó más una disco móvil que a un espectáculo californiano. Fue un guateque cómodo, desenfadado y sin postureo, un reflejo real de la sociedad diversa que se alejó de convertirse en un photocall plagado de influencers. La actuación de Pet Shop Boys pudo verse sin millares de teléfonos móviles tapando el escenario y sin duda fue de agradecer no estar en plena ola de calor.
Neil Tennant i Chris Lowe son un clásico de los 80 y de los 90. Algunas de sus canciones son himnos encumbrados y su carisma robótico como de otra época sigue pudiendo conciliar generaciones. Es su hábitat natural. El concierto subió la mediana de edad del Primavera Sound y se consagró como el epitafio perfecto de esa melancolía que se cura bailando. Suburbia abrió la veda de los hits y el electro pop congénito de estos dos amigos se coló en un recinto que sin estar abierto en su totalidad pudo dar cobijo a más de 26.000 personas (y gratis). El reguero discotequero siguió goteando con I don’t know what you want but I can’t give it anymore, Rent o Domino Dancing, con una propuesta sobria pero encandilada por un número audiovisual de traca. Hubo cambios de vestuario incluídos y un público de miércoles laboral entregado cuyo furor fue in crescendo y que explotó con la llegada de Always on my mind hasta intensificarse con un final épico a ritmo de Go west, It's a sin, West End girls y un Being Boring después de los bises.
El concierto subió la mediana de edad del Primavera Sound y se consagró como el epitafio perfecto de esa melancolía que se cura bailando
Igual que ya hizo Coldplay justo una semana antes, Tennant dedicó la totalidad del concierto a la memoria de Tina Turner y, aunque interactuó poco con el público, sí le dio la bienvenida, ya bien entrado el show, con su mítico grito de guerra inglés (“good evening Barcelona, we are the Pet Shop Boys!") y dejando de lado cualquier polémica idiomática (y política) posible. En el concierto inaugural del Primavera Sound se vieron muchos espectadores autóctonos y casi menos extranjeros —en lo que olía más a excepción que a presagio, veremos— y los carritos, los niños menores de 8 años e incluso algún señor mayor con traje también estaban como pez en el agua, porque no envejece quien puede, sino quien quiere.
¿Fue lo vivido un espejismo? Es posible. Los próximos tres días la música, el espacio y el gentío del Primavera se multiplicarán, y la calma de la inauguración tiene posibilidades de verse deslumbrada por los 16 escenarios que acogerán a Blur, Depeche Mode, Rosalía, New Order o Calvin Harris. Lo que a día de hoy es innegable es que el festival ofreció una inauguración suculenta para todos los públicos que la organización, quién sabe, podría utilizar a corto plazo para callar bocas disidentes que renieguen de la masificación, la mala organización o el descontento. ¿Jugada maestra o declaración de intenciones?