La periodista y escritora Pilar Rahola (Barcelona, 1958) reúne dos de sus grandes pasiones en su nueva novela: la historia turbulenta de Catalunya y el recuerdo de los judíos perseguidos y asesinados por los nazis. El resultado es El espía del Ritz (Editorial Planeta), una historia protagonizada por el músico Bernard Hilda, judío fugitivo de Francia que se convierte en el director de orquesta preferido de los jerarcas franquistas y sus amigos nazis que pasan por la ciudad, y más concretamente por este hotel Ritz que en la novela tiene resonancias de Casablanca. Desde allí, Hilda participará en las redes de evasión de judíos y espionaje aliado, con cómplices como el empresario y mecenas Albert Puig Palau o la Merceneta, que recupera de su anterior novela, Rosa de ceniza. Hablamos con ella en la nueva llibrera Ona, donde presentó a El espía del Ritz hace pocos días.
El espía del Ritz se sitúa en un momento tanto apasionante como peligroso, los años cuarenta. ¿Por qué?
En esta saga familiar que empecé con Mariona y que continúa con Rosa de ceniza, sabía que habría una parada en los años cuarenta. Me parecen unos años desconocidos, de los cuales se ha hablado poco. Una vez preguntaron a Salvador Espriu si había sido muy dura la posguerra y él respondió que la posguerra no, pero si 1939, en 1940, en 1941 y así hasta que llegó en 1970, para que quedara claro cómo había estado de dura. Los cuarenta son los años del fascismo más vengativos y brutales, con ganas de sangre, donde la gente que no se ha marchado del exilio vive un auténtico calvario. Tenía ganas, además, de juntar dos dramas colectivos: el de los que vivían bajo las garras del peor franquismo y los de aquellos judíos que intentaban sobrevivir en una Europa en llamas que los perseguía como si fueran bestias. Juntar dos mundos que conviven en el dolor y el deseo de seguir viviendo era muy desgarrador.
Contrapone una Barcelona de champán y fiestas en el Ritz con una de miseria y fusilados en el Campo de la Bota. ¿Cómo convivían las dos ciudades?
En mis novelas siempre tiene una enorme presencia Barcelona, que para mí es un una ciudad que es auténtica literatura, paisaje literario. Aquella Barcelona es una ciudad partida por el medio, sólo hay vencedores y vencidos. Los vencedores tienen un poder absoluto y viven en un bienestar extraordinario en un país depauperado, herido, embrutecido. Los otros, los fusilados, los encarcelados, los que se esconden y viven en la pobreza, llegan a situaciones terribles. La mujer, por ejemplo, se ve sometida en el machismo más absoluto. Esta es una Barcelona de derrota, que contrasta con un mundo de champán, de abrigos de piel y de genuflexiones a Franco. Barcelona son las dos ciudades: La que se pelea para estar bien situada cerca del Dictador y la que muere en el Campo de la Bota. Esta dicotomía brutal estoy convencida de que era así. No había término medio.
Barcelona son las dos ciudades: La que se pelea para estar bien situada cerca de Franco y la que muere en el Campo de la Bota
Hay dos personajes secundarios que representan cada una de las dos caras de Barcelona burguesa: Albert Puig Palau y Miquel Mateu Pla.
Puig Palau nos rescata una parte de la burguesía que mantuvo la dignidad en un entorno de acomodo y complicidad con el franquismo. Él no fue nunca derrotado y mantuvo, con su apoyo a la cultura y a sus ideales liberales, la luz de una Barcelona que había existido. Al otro lado hay un personaje como Mateu, que era el alcalde favorito de Franco. Un personaje oscuro y terrible, responsable de centenares de depuraciones y encarcelamientos, que forma parte de los personajes negros de la historia, con responsabilidad directa en un régimen asesino.
La persecución hacia los judíos por parte de los nazis y la Segunda Guerra Mundial, en general, parecen episodios lejanos.
El relato oficial del franquismo nos quiso hacer creer que España se mantuvo neutral durante la Segunda Guerra Mundial y que aquí estuvimos totalmente aislados de lo que pasaba, y no tuvo ninguna influencia. El libro quiere destapar esta gran mentira: de 1940 en 1945 España es germanófila sin matices. La propaganda alemana, centralizada en la embajada nazi en Madrid, escribía la información de guerra para la prensa de toda España. La red creada por Lazar, enviado de Goebbels, controla a los corresponsales, controla las editoriales y, además, hay todos los vínculos entre el nazismo y el falangismo español, a través del entrenamiento de los jóvenes, del adoctrinamiento de los niños, etc. Todo eso está documentado por los papeles de la CIA.
¡En la novela recoge el dato que en todo Catalunya había a 500 agentes nazis, más un centenar más de colaboradores catalanes!
Barcelona, para estar tan bien situada, se convierte en un auténtico nido de espías. Como dices, hay una red muy cuidada y organizada de 500 agentes por todo Catalunya, que pasa por lugares como el Ritz. Pero, al mismo tiempo, hay otra red paralela de colaboradores –que podemos decir espías pero no son como los de las películas, sino que sean informadores– de los servicios aliados, especialmente del consulado británico y el consulado de la França Libre. Estas redes de evasión ayudaban a los judíos que llegaban por los Pirineos, pero no sólo judíos, sino también aviadores británicos que se caen a Francia, maquis y combatientes que quieren ir hacia el África o hacia Londres. Hay el mundo de los verdugos y el mundo de las víctimas, pero también el mundo de los perseguidores y los de los liberadores. En esta ciudad que decíamos que moría o mataba había toda una obra de solidaridad. Nosotros tenemos nuestra propia historia del Holocausto: tenemos redes de evasión que salvan miles de judíos que huyen de los nazis y personajes como Albert Puig Palau o Bernard Hilda, que forman parte de estas redes. Tenemos que poder decir que España fue germanófila, que hubo catalanes que fueron cómplices del fascismo y del nazismo, pero también hubo catalanes que se jugaron la piel para salvar vidas.
¿El Ritz es el más parecido al Rick's Cafè de Casablanca que habremos tenido nunca?
Hay una escena, protagonizada por la hermana de Bernard Hilda, que estuvo enrolada con las tropas americanas, en la que evoco la película. No quería ser demasiado obvia, pero cuando escribo todo lo que pasa al Ritz pienso en Casablanca, porque no sólo el Ritz es Casablanca, sino toda la ciudad. No había una ciudad en España con más espías que Barcelona, donde cohabitaban, se conocían, se miraban de reojo. El Ritz es realmente el espacio donde se encuentran espías de los dos bandos, donde se observan, y parece que todo sea civilizado en un mundo que no lo tiene nada. El Ritz tiene una historia centenaria, se hospedó el presidente Macià, por ejemplo, pero también ocurre el alojamiento de Himmler y el preferido de las autoridades nazis y fascistas. Y, además, también está allí donde se puede escuchar el swing de Bernard Hilda, que es alguien que toca el violín y, de vez en cuando, hace fotos.
El Ritz era el lugar donde se encontraban espías de ambos bandos
¿Quién es Bernard Hilda?
Hilda es un judío que tiene en la piel el estigma de los perseguidos y que acababa siendo adoptado por los perseguidores. Acaba convirtiéndose en el músico de moda de la burguesía franquista, tanto en Barcelona como en Madrid. Y eso que tocaba jazz, que era una música considerada degenerada por los fascistas. Él escucha conversaciones, hace fotografías, y esta información, la paso a los aliados. Los nazis lo aplauden como un gran músico y los aliados encuentran a un cómplice.
¿Cómo lo descubrió?
La primera pista la da Joan de Sagarra, en unos artículos sobre Albert Puig Palau en El País, pero cuando descubro Hilda de verdad es cuando Jordi Finestres publica el reportaje en Sàpiens. Entonces pensé que tenía una novela o veinte. Para mí el personaje lo tenía todo: la Barcelona franquista, el judaísmo, la persecución nazi... Cuando escribía Rosa de ceniza sabía que aterrizaría a los cuarenta y hablaría. Porque Hilda es coprotagonista con la Merceneta, el personaje que viene de Rosa de ceniza.
¿Lo conoció?
No lo conocí, pero sí que hay una historia curiosa: Pasqual Maragall lo quiso conocer porque sus padres se habían conocido bailando canciones de la orquesta de Bernard Hilda. Es una historia preciosa. Como la canción de que le dedicó Joan Manuel Serrat a Albert Puig Palau, Tío Alberto.
Estos días ha aparecido otra novela sobre Bernard Hilda...
Que salga más de una novela sobre Bernard Hilda me parece fantástico, porque el personaje es muy literario. ¡Lo que no puede ser es que alguien se piense que se ha inventado que Bernard Hilda era espía! El año 2003 en La Contra de La Vanguardia lo entrevistaron y allí el mismo Hilda explicaba que había colaborado con la França Libre de De Gaulle.
A la presentación, el notario Ariel Sultán dijo que parecía una judía hablando de judíos.
Ariel es alguien muy reconocido en su campo que vive el judaísmo con mucha normalidad. Me interessava mucho como él se me llamara como veía el mundo judío que yo describo. Y me hizo mucha ilusión que me llamara que me había puesto en la piel de los judíos porque era justo lo que quería cuando empecé a escribir el libro. Escribiendo sobre Hilda, tenía que pensar en cómo sería rogar en un día de mucho miedo, como sería la añoranza y el estigma del perseguido –que ya le venía de familia, porque su padre había huido del pogromo de Kiev-, qué sería negar tu propia identidad y tu pasado para poder sobrevivir...
En la novela, Hilda y su padre hablan sobre qué es ser judío.
El periodista Theodor Herlz, el padre del sionismo, era un judío totalmente asimilado a quien envían a la Francia del asunto Dreyffus. Allí se da cuenta de que creyente o no, un judío siempre será un judío. La prueba es que los judíos que habían ganado medallas defendiendo Alemania durante la Primera Guerra Mundial acabaron en los campos de exterminación. Para mí, que conozco lo bastante bien la identidad judía, me era fácil recrear una hipotética conversación entre Hilda y su padre, importando para quién no conozca este asunto. En más, quería que las canciones, las plegarias, la idea del Judío Errante, se entendieran, no sólo como escritas por alguien que tiene un conocimiento de la cultura judía, sino como lo haría un judío. Para mí, eso es importante, mucho más que la documentación. Como ponerse en la piel de una víctima del terror, que es un sentimiento que no he vivido nunca. Para mí lo más importante de la novela es describir con precisión los momentos emocionales clave. Como el amor entre dos derrotados.
En El espía del Ritz hay, ciertamente, una historia de amor y de pasión intensa.
Una historia muy intensa porque es una historia de liberación de dos personajes destruidos, el uno por los nazis y la otra, por los franquistas. ¡Reconstruir el hecho de amar sin sentimiento de culpa, sin remordimientos, sin pensar en que has perdido o perderás, me costó semanas hasta que no quedé convencida! Por mucho que intentes describir la realidad, nunca sabrás del todo como son las emociones en estas situaciones límite, dónde todos podemos estar o mucho héroes o muy mezquinos.
En situaciones límite, todos podemos ser o mucho héroes o muy mezquinos
Merceneta vive esta posguerra tan dura para las mujeres, pero es alguien que ha vivido los avances para las mujeres de los años de la República y de antes y todo.
En Mariona me centraba en la Revuelta de las Quintas, y en Rosa de ceniza, en la Semana Trágica. Me interesan mucho los momentos convulsos, pero siempre intento que tengan un punto de esperanza. Por eso a la anterior novela me cogía en la Merceneta, que es la chica que está descubriendo la liberación de las mujeres a través de la educación y la cultura y los ideales de la catalanidad, la libertad y la igualdad, y aquí vuelve a aparecer como una mujer casada con un personaje amoral que consigue enriquecerse dentro del franquismo gracias al estraperlo y los bajos instintos del cual se exacerban. El franquismo alimentaba estos bajos instintos machistas y dictatoriales y la Merceneta pasa de ser una mujer burguesa, moderna y cosmopolita que viaja y habla idiomas en una especie de esclava en una prisión de lujo. Quería reivindicar a estas mujeres a las cuales el franquismo les cambió la vida. Como las mujeres divorciadas que tienen que volver con el marido, porque los divorcios se anulan.
El atraso de la mujer con respecto a lo que había sido fue terrible.
Para las mujeres de la República –que habían podido ser ministras, diputadas, concejalas... – fue un retroceso terrible. Todo lo que se había conseguido desde el siglo XIX en adelante desaparece y se devuelve al discurso nacionalcatólico de la mujer como a ser inferior, un apéndice del hombre. A mí me recuerda al caso de las mujeres del Yemen del Norte prosoviético, dónde vivían con total igualdad y hacían de militares, juezas o escritoras, cuando se unifica el país con el Yemen del Sur, y pasan de un día al otro a estar sometida a la charía. O el caso de Irán, por ejemplo.
A pesar de toda la negrura, quería hacer una novela esperanzadora.
Es una historia de vida. La escribí con el mismo ánimo que visité Auschwitz la segunda vez, cuando participé en la Marcha por la Vida, rodeada de miles de judíos. Auschwitz era un lugar de muerte, donde había triunfado la vida, porque, a pesar de, todo los nazis no habían podido conseguir sus propósitos. La primera vez me afectó mucho y pensaba que no volvería nunca, pero cuando me invitaron a volver pude decir que había estado con miles de judíos vivos.
Me interesan mucho los momentos convulsos, pero siempre intento que tengan un punto de esperanza