Nos ha entrado una pájara, viene al pelo el término, con esto de que los personajes de género fantástico sean personas. La culpa de todo la tiene ese eterno Joker (2019) de Joaquin Phoenix. Un tipo perturbado, divertido y hasta con conciencia social. Pero para nada fantástico. Y hay algo que muere cuando una de superhéroes pierde totalmente el gusto por lo histriónico, lo surrealista. ¿Ya no podemos confiar ni en ellos para escapar de nuestros problemas mundanos?

Hay algo que muere cuando una de superhéroes pierde totalmente el gusto por lo histriónico, lo surrealista. ¿Ya no podemos confiar ni en ellos para escapar de nuestros problemas mundanos?

Batman y su versión más sombría y psico en The Batman (2022) ya salió a medias. Robert Pattinson tenía muchas ojeras pero tan poco empaque. Pues bien, este El Pingüino (2024) sigue la estela del film, una semana después exactamente, con una Gotham descabezada de poder y con un protagonista que ha perdido el monóculo y parece padecer fibromialgia o cansancio crónico. Cosas de humanos. Oswald Cobblepot ya no es bajo ni obeso, siquiera tiene la nariz demasiado puntiaguada. Es un grandullón lleno de cicatrices, con una pierna a la virulé y con ganas de ocupar el centro mafioso de la ciudad, vacante tras la muerte de Falcone. La trama de este spin-off de Lauren LeFranc es un bodrio, una historia de bandas, reyertas y noches interminables ocultando cuerpos. Una más de líos entre familias donde El Pingüino es un italoamericano más, muchísimo. ¡Más pepinillo al sandwich, per favore!’

Desconectando del universo Batman

Cierto es que esta producción de HBO en ningún momento necesita al Hombre Murciélago. Punto a favor. Desconecta del universo Batman desde el primer momento. El Pingüino no mata con uno de sus paraguas trucados, lo hace con pistola. Gotham no es el adalid de las hogueras en bidones, parece una Baltimore de género social (The Wire). Pese al tremendo presupuesto de la serie, precedida por un taquillazo además, hay una propuesta estética sombría y de plano corto, sin profundidad de campo. Sin escenas épicas. Se quiere al protagonista y no a la acción.

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Cuelen Farrell, un pingüino que se enternece con las salidas del sol

Hay una propuesta estética sombría y de plano corto, sin profundidad de campo. Sin escenas épicas. Se quiere al protagonista y no a la acción

Y ese es el único camino de éxito para esta ficción, elevar a su estrella: la única gracia que tiene la serie es la caracterización brutal de Colin Farrell, que retoma el trabajo que ya hizo en la película de 2022. Y, lejos de ser el delirante y extremado Danny de Vito (Batman returns, 1992, dirigido por Tim Burton, qué podía esperarse), es un personaje con recorrido. No para la saga DC. Pero sí para Los Soprano (1999). Este Pingüino ríe como el Joker de Phoenix, llorando. Es un loser que se enternece con las salidas del sol. Es infinitamente mejor que aquel pastel larguísimo de FOX, Gotham (2014-2019), pero se esperaba más de la todopoderosa HBO, que ya ha regalado luchas de ego históricas, dígase Boardwalk Empire (2010).

Si se renuncia a la fantasía, ya solo queda la vida real, el drama. Y ese drama hay que escribirlo bien, que vidas con penurias ya tenemos todos

Este James Gandolfini de Gotham tiene recorrido. Pero no tiene comparsa. No están la doctora Melfi, ni Carmela ni Anthony Jr. No sirve Sofia Falcone, el juego psicológico entre ambos no es tal; no, no es amor, lo que tu tienes, se llama obsesión, Pingüino. Tampoco cala Víctor, el secuaz improvisado que se crea Cobblepot que se acabará corrompiendo, menos sorprendente que la trama Gürtel. Al personaje de Farrell le falta un mundo por el que llorar y preocuparse. Le falta un entorno que acompañe las dudas, el pesar de la vida. Porque, si se renuncia a la fantasía, ya solo queda la vida real, el drama. Y ese drama hay que escribirlo bien, que vidas con penurias ya tenemos todos. Siete capítulos más tiene Max para hacer del villano de DC un referente o relegarlo al olvido de los nuevos villanos del cómic en el audiovisual.