Sí, Pink se ha ofrecido públicamente a pagar la multa que la Federación Europea de Balonmano impuso a las jugadoras noruegas por llevar pantalones cortos en lugar de la braguita del bikini. Lo hizo así, rápido, con un tuit en el que decía que se sentía muy orgullosa de que se hubieran quejado contra una regla tan sexista y que, sin duda, es la federación quien tendría que ser multada. "Estaré feliz de pagar las multas por vosotras. Seguid así", aclaraba al final.

La canción más importante de su vida

Quien piense que Pink se ha sumado al carro de la protesta con esta última polémica es que no conoce su trayectoria. Porque Pink no es de las que calla y ven la vida pasar. No: ella coge la guitarra o el micrófono y empieza a cantarle a las injusticias de la vida como quien tiene un puñal en la garganta. Si en Stupid Girls hacía una crítica a la exaltación del físico y a la falta de referentes femeninas en cargos laborales, en Family portrait se abría en canal para hablar de problemas familiares y con Raise your glass consiguió crear un himno para muchas personas que se se sentían fuera de cualquier grupo social. El empoderamiento femenino siempre ha estado allí, de cualquier manera, en forma de rechazo al amor tóxico o para borrar los estereotipos que sintamos desde fuera para poder ser nosotras mismas. Como ella, que nunca quiso ser la good girl de América.

Pink nunca ha tenido pelos en la lengua.

Y en 2006 lo dejó claro. Aquel año, ahora hace 15, escribió una de las canciones más importantes de su vida. Una canción polémica y cruenta, verdadera en abundancia, haciendo homenaje a su particular manía de chafar todo lo que merece ser chafado. Y Mr. President se hizo realidad en medio de un clima post 11S y con unos Estados Unidos totalmente paranoicos – y todavía más obsesionados con un eje del mal que ya les iba bien para invadir tierras lejanas y excusarse ante el pueblo.

Una carta abierta al presidente de los Estados Unidos

Un paseo. Eso es todo lo que Pink le pide a George Bush al principio de la canción. Una simple vuelta andando donde puedan charlar de todo, donde ella pueda intentar entender porque el okupa de la Casa Blanca hace lo que hace y decide lo que decide. Es elegante pero está fastidiada, dolida por las muertes, por la violencia, por la poca justificación de los actos de un presidente que ella no ha votado. Lo hace con respeto pero lo apalea con sintonías y palabras bien dichas, y le deshace las vergüenzas, y lo pone contra la pared cuándo le pregunta, en abierto y sin manías: ¿qué tipo de padre podría odiar a su propia hija si fuera gay? Un año antes, Bush había dicho que el ideal era que niños y niñas fueran educados por un padre y una madre.

Suena la guitarra y ella, sentada en un taburete, no se mueve. Lo dice todo con la voz, con la mirada. Incluso parece que llore porque llora por dentro y de verdad. ¿Es que quién no lloraría con el sueldo mínimo y un bebé en camino, construyendo una cama en una caja de cartón, reconstruyendo casas mientras las bombas caen cerca? El público se seca con las mangas de las camisas o con lo que tienen más cerca, las imágenes detrás muestran ataúdes llenos de soldados que no respiran. En la otra punta del mundo, caen bombas envueltas con banderas de estrellas.

Pensémoslo en perspectiva. Cuando Pink se sentaba encima del escenario para cantar la canción, el país estaba en plena guerra. Fue en 2003 cuando Bush fue con todas y entró en Iraq para hacer una "guerra preventiva" y derribar el régimen de Saddam Hussein. Primero, soltaron que este podría estar encubriendo Bin Laden, el pensador del atentado de las Torres Gemelas. Más tarde, la principal justificación de Bush para invadir el país fue que el régimen tenía armas de destrucción masiva y que Estados Unidos estaba en peligro. Nunca se demostró que fuera verdad. I Pink, mientras tanto, cantaba. Le decía al mundo entero que el Mr. Presidente no era de fiar, que era todo lo contrario a una buena persona. Y que, por supuesto, nunca iría a dar un paseo con ella.