"Nos lo tenemos que jugar: no estoy necesariamente a favor de la provocación, pero sí que intento generar preguntas y confiar en que los espectadores me sigan", explicaba Carlos Marques-Marcet en la presentación de Polvo serán en el Festival de Valladolid. Y es que la nueva película del cineasta barcelonés tiene alguna cosa de provocadora, en el acercamiento que hace a un tema como la eutanasia y a las consecuencias emocionales de una oleada que pasa por encima de la pareja, los hijos y el entorno. También plantea cuestiones que todo espectador puede hacer suyas, y provoca con decisiones formales insólitas, y con una apuesta de alto riesgo, convirtiendo en un musical luminoso, delicado y, a ratos, barroco aquello que en males de otros podría ser un melodrama desmesurado y lacrimógeno.
Convierte en un musical luminoso, delicado y, a ratos, barroco aquello que en manos de otros podría ser un melodrama desmesurado y lacrimógeno
No deja de tener su gracia que, después de la estupenda Los días que vendrán (2019), Marques-Marcet pase de los orígenes de la vida a una poderosa reflexión sobre la muerte. Porque Polvo serán la mira de cara y a los ojos, sin miedo, de forma desinhibida y desacomplejada, con conmovedora tristeza, pero también con un enorme sentido del humor. Y con música, cuestión que todavía hace que la propuesta sea más especial y anómala. O quizás no tanto, comprobando esta cada vez menos extraña tendencia a rodar musicales "aguántame la cubata": de Joker: Folieu à deux en el esperadísimo narcomusical queer (así lo definen en las notas de prensa) Emilia Perez, o The End, que pone canciones al fin del mundo.
Marques-Marcet rompe la narrativa convencional con un puñado de poéticas y oníricas coreografías, obra y gracia de Marcos Morau y la compañía La Veronal, que dan profundidad al impacto emocional de la propuesta, expresando lo que las palabras, en este caso las de una enferma terminal, no consiguen
También parece tendencia hablar del acompañamiento y los cuidados en la recta final de la vida: en un año en el cual Pedro Almodóvar y Pilar Palomero acaban de tocar asuntos similares a La habitación de al lado y a Los destellos, respectivamente, el nuevo largometraje de Carlos Marques-Marcet se desmarca formalmente. Lo hace con una mirada que salpica de surrealismo la cotidianidad que tan bien ha mostrado en sus filmes anteriores. Marques-Marcet rompe la narrativa convencional con la música de Maria Arnal y un puñado de poéticas y oníricas coreografías, obra y gracia de Marcos Morau y la compañía La Veronal, que dan profundidad al impacto emocional de la propuesta, expresando lo que las palabras, en este caso las de una enferma terminal, no consiguen.
Un terremoto denominado Ángela Molina
Es ella, el personaje que una extraordinaria Ángela Molina convierte en inolvidable, quien se convierte en el eje en torno al cual gira todo, el epicentro del terremoto: en primer lugar, con su decisión de adelantarse a la enfermedad y morir para evitar sufrimientos. Pero también con el arrastre inconsciente que provoca en un marido quizás demasiado dependiente, que la ama, como decía la canción, con "la fuerza de los madres y el ímpetu del viento". O con el desconcierto de una hija que pasa a sentirse abandonada, sin voz ni voto: ¿quién es más egoísta, quién decide marcharse o a quién no quiere quedarse sola?
¿Quién es más egoísta, quién decide marcharse o a quién no quiere quedarse sola?
Dividida en tres actos, Polvo serán empieza con un brote psicótico de la protagonista, mientras escuchamos a Maria Callas cantando un aria de la ópera Sansón y Dalila, de Camille Saint-Saëns, y vemos la primera aparición de los bailarines de La Veronal, vestidos de sanitarios de emergencias, traduciendo en movimientos imposibles los pensamientos de alguien en pleno ataque. A partir de aquí conoceremos la realidad de un matrimonio (Molina y un Alfredo Castro también excelente) marcado por la enfermedad de ella y con una contundente decisión tomada sobre su futuro inmediato.
Es el momento de decir aquello que nunca se ha verbalizado, de ajustar las cuentas pendientes, de darse los abrazos nunca dadas
Sabremos que la hija de la pareja (qué magnífico debut en la pantalla, el de una Mònica Almirall que hace años que pica piedra en los escenarios) quiere dejar el trabajo y se instala con ellos para ayudar en lo que pueda. Y se abrirá la puerta a un segundo capítulo, en el que se suman dos hijos de matrimonios anteriores y sus respectivas parejas, asistentes a la boda de los padres, organizada para dar la noticia de su determinación. Es el momento de decir aquello que nunca se ha verbalizado, de ajustar las cuentas pendientes, de darse los abrazos nunca dados. Y encaminándonos hasta rematar (perdón por el verbo) el relato, de nuevo con la voz de la Callas marcando el paso, en un viaje sin retorno hasta Suiza.
Carlos Marques-Berkeley
Marques-Marcet y sus coguionistas, Coral Cruz y Clara Roquet, aciertan también al huir de la manipulación emocional, de la pornografía sentimental demasiado fácil, salpimentando de una sutil comicidad momentos como el ensayo que hacen los protagonistas de la necesaria entrevista con el psicólogo. O como el momento en el que Ángela Molina se pasea entre ataúdes y urnas, sin ninguna intención de escoger: "Dad las cenizas a mi hija si las quiere y si no, podéis tirarlas a la basura".
Marques-Marcet y sus coguionistas, Coral Cruz y Clara Roquet, aciertan también al huir de la manipulación emocional, de la pornografía sentimental demasiado fácil
Dicen las notas biográficas de la compañía La Veronal, que sus coreografías nacen de una distorsión de la danza clásica que se cruza con elementos del teatro y del cine mudo, eliminando los elementos superfluos para conseguir una danza desnuda. En Polvo serán, vete a saber si porque Carlos Marques-Marcet es fan, añaden la influencia de los primeros musicales cinematográficos, diseñando un momento Busby Berkeley de aceptación serena de la muerte inevitable. Se diría que el cineasta se lo ha pasado pipa rodando un número estilo La calle 42, con bailarines formando calidoscópicas formas geométricas.
Se diría que el cineasta se lo ha pasado pipa rodando un número estilo La calle 42, con bailarines formando calidoscópicas formas geométricas
En uno de los momentos más bellos de la película, madre e hija se despiden, estiradas en la cama y medio abrazadas. "¿Jugamos a las canciones?", proponen. Y suena El hijo de mis quereles, con la voz de Antonio Molina, el padre de una Ángela que no puede evitar unas lágrimas, pero también unas sonrisas, que son las nuestras.