Hace unos cuantos años ya, el activista tecnológico y crítico cultural Cory Doctorow pasó por el CCCB a hacer una charla sobre los problemas con la Internet y muchas otras cosas interesantes y, en aquel momento, extrañas. El tipo, poco pelo, gafas de pasta y lleno de chapas de bandas que le molaban, decía que "intentar vivir del Arte es como intentar vivir de la lotería. No es una cuestión económica, es aspiracional". Pero siempre hay excepciones: el actor Oriol Pla es una de ellas. O como mínimo es la rifa que todos los directores del audiovisual del Estado compran para que sus productos funcionen mejor. Póngame un Oriol Pla, por favor. El catalán protagoniza Yo, adicto (Javier Giner), la película Salve María (el retorno de Mar Coll!) y mientras tanto, por si un caso, prepara su obra de teatro Gola. Sin embargo, ¿qué hace que el actor sea una apuesta segura en un momento, este de los actores y las actrices donde la gran mayoría están en precario y donde, como diría Doctorow, triunfar es poco menos que un juego de azar?

Versatilidad a demanda

Para empezar, Pla es hijo de Quimet Pla, fundador de la compañía de teatro Comediants, y de Núria Solina, violinista y fundadora también de las compañías Picatrons y Circ Cric. No sería un nepobaby, no puedes ser un nepobaby de un producto casi deficitario como el circo de proximidad, las compañías pequeñas y las giras eternas. Evidentemente, lo ha tenido en casa. Y lo tiene en el cuerpo. Oriol Pla es un actor físico. De los ojos verdes y hundidos como la de una noche en Pont Aeri hasta los brazos estirados, moldeados, de escalador. Así lo demostraba a la escena inicial de Travy (2018), una performance larga y frapant de un payaso que no hace gracia. De un actor que da miedo. De una herencia familiar en discusión.

Oriol Pla es un actor físico. De los ojos verdes y hundidos como la de una noche en Pont Aeri hasta los brazos estirados, moldeados, de escalador

Travy fue el estreno como director de Oriol Pla. Una autoficción, un homenaje a la misma familia Pla-Solina (la familia Travy) y un encuentro entre dos corrientes teatrales: el clown, el teatro folclórico y popular de los padres y de la otra, las formas de vanguardia de los hijos, postdramáticos, metateatrales, la Diana y el mismo Oriol. Oriol Pla tiene una versatilidad que ha sido del gusto de directores tan variados como Jaime Rosales, Agustí Villaronga (Premio Gaudí por Incierta Glòria), Ventura Pons o Cesc Gay. Es un tio al que le pega La ruta (2022), el trash, y al mismo tiempo la normatividad; fue protagonista de Alex y Júlia, versión 2018 del anuncio de Estrella Damm, dirigido, nada más y nada menos, que por Dani de la Torre.

Entrevista Oriol Plan|Plano / Foto: Irene Vilà Capafons
Oriol Pla, el actor que quieren todas y todos los directores / Foto: Irene Vilà Capafons

Quizás dedicarse al arte es un tirar una moneda al aire y esperar que aterrice de canto. Pero con estas credenciales y un punto de obsesión, indispensable para vivir con angustia toda la puta vida y –parece– para ser actor, la cosa se pone más tangible. "Cuando no trabajo, no sé qué hacer con mi vida y me entra la depresión", declaraba hace pocos días a El Mundo el actor. Oriol Plano es un tipo con una educación sobre el escenario que lo hace coger reinos que otros no pudrían. "La educación emocional que comporta el camino de desintoxicación (en referencia al trabajo hecho a Yo, adicto) es superinteresante para todo el mundo. He afinado la visión sobre las drogas. Acostumbran a ser una vía de escape. Todo el mundo se droga, de maneras diferentes. Parece que la droga es la cocaína, pero hay muy adicto al trabajo. A mí también me pasa". Póngame un Oriol Pla, por favor, que no se me hunda.