El Pony Pisador no genera la misma sensación de exotismo que cuando uno escucha por primera vez hablar a Miquel Montoro; esa cosa tan de ciudad, tan de ombligos, que nos hace ridiculizar o sobrevalorar lo rural, la fiebre –sin desmerecer al peliculón– Alcarràs. Tampoco parece un experimento para la feria medieval de Besalú, aunque tenga todos los ingredientes para ello. El Pony Pisador es alegría sin cortapisas. El grupo de Barcelona ni siquiera parece de Barcelona. Y eso es un cumplido. Porque ahí reside su carácter pop e inclusivo: están fuera de lo puramente tradicional, pero tampoco se adueñan de un sonido. No es un garrotín cantado por C. Tangana. No están falseando nada. Y, lo más valioso, han hecho pasar el curro duro por algo natural: han aprendido a tocar para Ocells, acordeón, gaita y cavaquinho, ¡casi nada!
El guisote del tío Benito es una apertura maravillosa, refrescante. Un corrillo de bodas en una masía, entre amigos. A medio álbum se abre un misterio, digno del festival Càntut, de percusión y voces solapadas. Sonidos mediterráneos, celtas, armonías búlgaras incluso. Y uno se lo lleva todo por delante, sin ni siquiera saberlo. Por esa latente apertura de miras. El quinteto incorpora también acordeón, clarinete, flabiol y violín. Dicen que toman “como referencia a Germà Negre y las canciones de vino y taberna de Jaume Arnella”. Chitón.
Son algo más estándar los temas que intentan mezclar lo político con el humor (La guerra de l’Emú). Caen, ligeramente, en el saco roto de los vientos de Ebri Knight, una tradición muy pesante, muy nuestra, que nos lleva desde Brams hasta Obrint Pas y de la que parece que cuesta despojarse. Pero vamos, anecdótico en la totalidad del disco. El Pony Pisador recupera también ecos de Roger Mas (Espantaocells), ilustres cuentacuentos que los emparenta con compañeros de generación como los fantásticos –y más ortodoxos– La Ludwig Band. Además, han sumado en Abecedari al impresionante cantaor Jonatan Penalba. Saben de dónde picotear, porque también se han dejado guiar en Strelitzia, de inicio vaporoso, pero de raíz italiana o georgiana, por las Tarta Relena.
Es de otro nivel el divertidísimo Gran manual per identificar ocells. Una canción perfecta: bailable y usable en un aula de Educación Primaria. Qué más se le puede pedir al pop. Hay buenos álbumes de todo pelaje, pero es difícil encontrar uno que haga las delicias de una ahijada, de unas fiestas mayores, de un festival folk y, porqué no, de un viernes a las tantas en la oficina con ganas de plegar y alzar una jarra. Todo ello lo procuran esta banda de Barcelona que sobrepasa los diez años de trayectoria y entusiasmo.