Luz, fuego, destrucción. Y en medio del desorden un ser pequeñito cambiando los paradigmas clásicos de los shows multitudinarios firmados por cantantes masculinos. The Weeknd está demostrando en esta gira estar absolutamente desacomplejado y lo ratificó de nuevo en Barcelona con un concierto apoteósico digno de una gran estrella mundial. Con un Estadi Olímpic que cumplió en su objetivo del sold out, el canadiense ofreció una cita espectacular consiguiendo dominar el caos y los tropecientos estímulos de la arena con una magnífica nota, haciendo gala de un alias que a partir de 2020 se volvió mainstream y que le ha convertido en uno de los artistas musicales que más discos vende en todo el mundo, con más de 100 millones de escuchas mensuales en la plataforma por excelencia. Motivos postapocalípticos y unas estructuras de dimensiones titánicas se entremezclaron con la sincronicidad de un reloj suizo y con un baile de luces al estilo Coldplay que apostó por hacer partícipe al gentío con pulseras retornables en sus muñecas.

No era la primera vez que Abel Tesfaye venía a la ciudad, aunque sí se estrenó en lo de actuar delante de más de 50.000 personas en nuestra casa. Líder de masas, con la cara cubierta hasta media función y una horda de bailarines vestidos de riguroso blanco como él, The Weeknd dio el pistoletazo de salida con un cuarteto de temas de su último disco Dawn FM y demostró que sabe lo que quiere, y que no tiene miedo de empuñarlo. Después hizo un guiño al pasado con la popular Can’t feel my face y ya lo que siguió fue un hilo de grandes interpretaciones que recorrieron su década en la industria entre un imponente simulacro escénico: gobernaba la palestra una Metrópoli al puro estilo Nueva York, con rascacielos de metal en riguroso 4D, y acompañada de una luna llena vigilante. En medio, se imponía una figura femenina desnuda y robótica de 8 metros en posición de lanzarse al vacío, en una clara metáfora a la contradicción entre las fuerzas cósmicas del orden mundial que nos influencian y que no siempre funcionan.

Foto: Miquel Muñoz

Dos horas de concierto y 35 temas para que The Weeknd reforzara la idea de un mundo post-apocalíptico que asusta. Incluso se atrevió con fuego y llamas reales, parafraseando la destrucción masiva de la ciudad y sus ideales, harto de pertenecer a un mundo que duele. De ahí que se tomara tantas molestias en recrear una maqueta de tal magnitud, consciente que el tamaño a veces sí importa cuando se trata de tener consciencia. Sus bailarines bebieron de la desesperación y la contradicción a partes iguales, eufóricos y cabizbajos, como autómatas del destino obligados a obedecer. "Oh Barcelona, te he echado mucho de menos. Cada vez que vengo aquí me muestras mucho amor", dijo con voz invocadora. Tesfaye se dirigió al diverso público en varias ocasiones, pero no protagonizó grandes discursos, y no hizo falta para que el estadio lleno hasta los topes se rindiera al ritual de una denuncia encubierta ornamentada con toques pop y estética electrodisco.

El estadio lleno hasta los topes se rindió al ritual de una denuncia encubierta ornamentada con toques pop y estética electrodisco

The Hills, Starboy, Faith, After hours, el maravilloso baladote Die for you o I feel it coming, publicado con los míticos de la electrónica Daft Punk, se pasearon por el espacio con una afinación perfecta que hipnotizaba. The Weeknd ha conceptualizado de otro modo los espectáculos de los hombres cantantes: si las grandes performance eran cosa de las grandes divas, como Beyoncé o Madonna, el canadiense puso encima de la mesa que los solistas masculinos también pueden ser referentes transformativos. Más hierático que culo inquieto, por momentos quedó eclipsado por el magnánimo despliegue pirotécnico y lumínico que desplegó a sus pies —impresionante esas varas de luz largas hasta el cielo—, pero la misma condena fue su salvación: lo dominó todo con tanta sobriedad y elegancia, y con una pulcritud vocal tan finísima, que sería injusto retirarle el mérito.

Foto: Miquel Muñoz

El cierre fue de vicio, escogido con esmero. Tears in the rain, Creepin, In your eyes y, por supuesto Blinding lights, que dio rienda suelta a la locura masiva y al sinsentido con un estadio que saltó al unísono sin manías. El mundo está un poco loco pero suerte de estos momentos de desmelene colectivo para superarlo todo. Fue una noche que, aunque calurosa y pegajosa, de insoportables 27 grados, la hemeroteca de conciertos recordará en sus apuntes por haber sido testigo de la consolidación de uno de los grandes. Recuerden su nombre.