Robledal de Gernika Zaharra (Gernika la vieja). Ermita de Santa María la Antigua, 30 de julio de 1476. Fernando de Aragón, rey consorte de la Corona castellanoleonesa, juraba el Fuero de Vizcaya en nombre de su esposa ausente, la reina Isabel I. Fernando el Católico sería el último rey que juraría, presencialmente, el Fuero. Sus sucesores, hasta la derogación impuesta justo cuatro siglos después por Alfonso XII (1876), lo harían por delegación. Pero aquella institución tenía una historia que se anticipaba cuatro siglos a Fernando. El año 1040, la Corona navarra segregaba la parte del litoral cantábrico del condado de Álava y creaba el condado de Vizcaya. Desde aquel preciso instante, la sociedad vizcaína, a través de los representantes de cada una de las comunidades que la formaban, crearía y desarrollaría un corpus de leyes propias y singulares que sería el origen remoto del Fuero.
Ahora bien, los interrogantes que se plantean son: ¿por qué, durante ocho siglos, los representantes políticos de la sociedad vizcaína se reunieron en aquel paraje y, más concretamente, en medio de aquel robledal? Y, ¿por qué durante ocho siglos, los señores de Vizcaya —bien sea los descendientes del primer conde navarro, o bien sea los reyes castellanoleoneses que, a mediados del siglo XIV, asumirían por herencia el título— juraron los Fueros vizcaínos bajo aquel roble? ¿Qué papel jugaban el robledal y la ermita en la cosmogonía religiosa y en el imaginario político de los vizcaínos, tan importantes para explicar la articulación de aquella sociedad y el singular diseño de sus mecanismos de representación y de gobierno? ¿El robledal de Gernika ha sido, siempre, el único y mítico paraje que ha reunido a los representantes de la sociedad vasca y los señores de Vizcaya?
¿Cuál era el origen de los fueros?
Vizcaya fue políticamente articulada a principios del siglo XI. Pero su sociedad ya se gobernaba con un corpus de leyes propias (la costumbre local o consuetud) desde, como mínimo, los inicios de la Edad Media. Vizcaya siempre había formado parte de aquel mundo vasco primigenio que, entre los siglos V e IX, se había resistido a los intentos de dominación visigóticos, árabes y francos —por este orden— y que había culminado con la constitución del primer estado medieval vasco: el reino de Pamplona, más adelante Corona navarra. Por lo tanto, el Fuero Viejo (Zaharra Forua), el cual juró Fernando el Católico y que en 1526 sería relevado por el Fuero Nuevo, era una recopilación o compilación de las leyes que, durante los siglos precedentes, habían creado, de común acuerdo, los representantes de las comunidades locales vizcaínas, para ser aplicadas de forma general en todo el territorio de Vizcaya.
¿Quiénes eran los representantes de las comunidades locales?
La representación que se reunía en aquellas Juntas estaba formada por los elementos más destacados de sus respectivas comunidades. Sus perfiles se correspondían a los hombres de paz (plebeyos que reunían y ejercían los cargos de juez y de alcalde en sus comunidades locales), mayorales (el peldaño intermedio entre la nobleza propietaria y el campesinado arrendatario o jornalero), y los Ahaide Nagusiak (aquella parte del estamento nobiliario a quién se había asignado la responsabilidad de la defensa y del orden público del territorio). Y representaban cada una de las 72 anteiglesias (unidad territorial formada por baserris dispersos) de la Tierra Plana (el tercio central de Vizcaya), de las villas del territorio (las pequeñas ciudades que se fundaban en la costa a medida que se consolidaba el comercio atlántico), y de las merindades (comarcas) de Enkarterri y Durango.
¿Por qué en Gernika?
No se tiene constancia del momento preciso en que los representantes políticos de la sociedad medieval vizcaína se empiezan a reunir en Gernika. Probablemente, fue antes del año 1000, en tiempo de la tradición oral, pero los primeros documentos son del siglo XII. En aquella época, Gernika no era más que una pequeña anteiglesia que no ejercía ninguna función de capitalidad. Ahora bien, el robledal de Gernika, y más concretamente la Ermita de Santa María de la Antigua (precedente de la actual Casa de Juntas), estaba situada en un estratégico cruce de caminos que unía —y que todavía une— la costa, la Tierra Plana y la montaña. Esta estratégica centralidad resultaría decisiva y Gernika, el bosque y la ermita pasarían a jugar un papel protagonista. Las fuentes documentales revelan que el pueblo se desarrolló en la sombra de las Juntas.
¿Cómo se convocaban las Juntas y con qué periodicidad?
Hasta bien entrada la Edad Moderna (siglo XVI), las Juntas se convocaban desde los Deiadar Mendiak (los montes Bocineros). Desde las cimas de los montes Gorbeia, Oiz, Ganekogorta, Kolitza y Sollube, se hacían sonar unos grandes cuernos y se encendían unas vistosas hogueras, convocando a los representantes a Juntas. Tradicionalmente, el monte Gorbeia (situado en el sur de Vizcaya y que tiene una amplia perspectiva de la Tierra Plana) era el primero a dar el aviso, y a continuación respondían el resto, estratégicamente situados para cubrir la totalidad del territorio. De esta forma, los representantes políticos de aquella primigenia sociedad sabían que se celebrarían Juntas Generales con el siguiente cambio de luna. Durante siglos se convocaron hasta cuatro veces el año, pero superada la Edad Media, la frecuencia habitual sería de dos juntas anuales.
¿Qué se juraba bajo el roble?
A finales del siglo XI había culminado la crisis de los estamentos monárquicos que había desembocado en la creación y consolidación del régimen feudal. En la Corona navarra (como la mayoría de países del continente europeo), la erosión del poder central se había traducido en la usurpación del bien público por parte de los barones territoriales periféricos. Y los Bizkaiko Jaunak (los señores de Vizcaya) convertirían aquel cargo, inicialmente funcionarial, en patrimonio familiar. No obstante, para aquellos Jaunak del siglo XI este paso no era fácil y para consolidar aquel nuevo estatus que perseguían les hacía falta el apoyo de la sociedad del territorio. De esta forma nacía el pacto entre el nuevo poder y la vieja sociedad, que implicaba que el Jaun juraría las leyes que legislaban los representantes de aquella sociedad y a cambio obtendría el reconocimiento a su autoridad.
El roble
El roble es el elemento protagonista de todo este entramado institucional. ¿Sin embargo, que simboliza aquel árbol y, más concretamente, el roble? Pues la respuesta está en la cosmogonía vasca, el relato que aquellos vascos primigenios del neolítico construyeron para explicar, cuando menos, intentar explicar, el origen del universo, de la Tierra y de la humanidad. Aquel relato —punto nuclear de la cosmogonía vasca— explicaría el pacto que aquellos vascos primigenios suscribieron con las fuerzas que gobernaban la naturaleza: Ama-lur —la madre Tierra—, Ilariga —la Luna—, Eguzki —el Sol—, e Itsasoa —el mar. Un pacto que suscribieron al abrigo de un gran bosque de robles que los protegía de los demonios de la tiniebla. Un pacto que garantizaría la luz, el calor y la proyección de la vida.