Catalunya no está preparada para dejar ir a Dagoll Dagom, y es que hay motivos de sobra para llorar por el último viaje de Mar i Cel. Yo he llorado al ver desplegar las velas del barco pirata en este principio del final. He llorado cuando han salido Saïd, Blanca, Idriss, Hassèn —Jordi Garreta, la Alexia Pascual, Berta Luna, Albert Gràcia— y compañía, porque son maravillosos. No era fácil provocar carne de gallina, tensión y nervios en una obra vista y escuchada por tanta gente, pero parecía que lo hubieran hecho toda la vida. Y sí, también he llorado porque me he sentido muy catalana y muy orgullosa de serlo, porque tenemos un musical en nuestra lengua que es patrimonio de nuestra humanidad y no nos lo creemos demasiado. Porque en Catalunya nos dividimos entre los que han visto Mar i Cel y los que son reñidos por los primeros. Entre peleas por liderazgos políticos caducos e independencias de 8 segundos, entre absurdas mesas de diálogo, desapariciones por arte de magia y Copas América desoladoras, siempre nos quedarán Bozzo, Cisquella y Periel como autoridades de país.
He llorado aguantándome las ganas de cantar el Himne dels Pirates a pleno pulmón y adoptándolo como un cántico de mi vida, o recordando todas las veces que he exagerado las voces de cada personaje para poder sentirme parte de esta panda de desgraciados. Pero también he llorado cuando he visto que el racismo y la desigualdad del siglo XVII se parece demasiado a la de ahora. Que donde antes había 200.000 moriscos ahora hay millones de refugiados intentando entrar en nuestra casa para huir de unos países donde los matan de hambre. Se ve que la inmigración ya es el principal problema de los españoles, según un barómetro del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), mientras que antes del verano estaba en la novena posición del sufrimiento ciudadano. La extrema derecha hace su trabajo y la hace bien. Y no me diréis que no hace llorar.
He llorado todavía más porque las mujeres seguimos siendo vistas como un trapo, ciudadanas de segunda. Cuando los piratas violan a las cristianas en la cubierta no me he quitado de la cabeza la cara de Gisèle Pelicot, la mujer que durante años fue drogada por su marido y ofrecida como un trozo de carne a decenas de hombres. Los mismos hechos, los mismos motivos: que ellos se creen superiores y con el derecho a hacernos cualquier cosa. También la creencia machista y patriarcal que una mujer en un barco es señal de mala suerte. Mari Carmen Fernández desapareció en alta mar porque los tripulantes la acosaban, porque ser mujer en un contexto masculino todavía nos pone en peligro de muerte. Llevamos en los hombros la herencia de nuestras antepasadas y sufrimos las mismas violencias mientras ellos viven con la misma impunidad. El teatro nos ayuda a poder mantener esta hiperconciencia y no callarnos.
He llorado por tener la suerte de ser testigo de un episodio cultural histórico, porque cada vez que se hable de esto yo diré que estuve ahí
Porque no hay buena obra sin reflexión, y este musical no hubiera aguantado el paso del tiempo si no diera que pensar. Mar i Cel es de una rabiosa actualidad, y da igual cuando leas esto. Habla de temas universales y prototípicos, como el amor, la lealtad, la incomprensión o el odio, y pone sobre la mesa las grandes problemáticas mundiales que se repiten cada siglo, incluso cada década. No podemos olvidar que mientras suena la inolvidable música de Albert Guinovart, banda sonora nacional, en Gaza, Ucrania u Honduras caen tiros y bombas. O que Occidente y Oriente se observan de reojo y con una pistola bajo la almohada. Mar i Cel también habla de todo esto que todavía nos pasa.
He llorado con la orquesta en directo dirigida sin fisuras por Sergi Cuenca, con la perfecta recreación del vestuario y los visuales, cuando de repente alguien del público animaba a los protagonistas gritando su nombre de pila. He llorado mirando a mi alrededor y viendo que allí no cabía ni una aguja. El musical llevaba ya más de 150.000 entradas vendidas antes de su estreno oficial, y está a punto de colgar el cartel de completo en todas las actuaciones que tienen hasta enero. La compañía se ha visto obligada a abrir nuevas fechas para poder responder a los nostálgicos que echan de menos las cosas antes que terminen. Hablamos de los millones de personas que han ido pasando por las cuatro versiones que se han realizado en casi cuarenta años, de los miles que han repetido dos, tres o hasta cuatro veces. Estoy segura de que si Mar i Cel fuera en inglés, sería la joya de Broadway.
He llorado con un final trágico que siempre te remueve, con los gritos y los vítores del público que han resonado entre escenas, cuando me he dado cuenta de que la chica de mi lado hacía gestos y movimientos corporales mientras cantaba las canciones. He llorado con los casi 10 minutos que ha durado el aplauso final, con las caras de felicidad y alivio de los actores en una noche que nunca podrán olvidar. He llorado cuando he vuelto a recordar que ya está, que ya no habrá más Saïds y Blanques, que el barco pirata ya no izará más las velas, que Dagoll Dagom se está despidiendo para siempre, que cambiaremos de era, que nunca volveremos a vivir nada igual, he llorado por tener la suerte de ser testigo de un episodio cultural histórico, porque cada vez que se hable de esto yo diré que estuve ahí. ¿Por qué he llorado, Mar i Cel? ¿Que por qué he llorado?