Moscú (Principado independiente de Moscovia); 12 de noviembre de 1473. Hace 548 años. El príncipe Iván III, viudo en primeras nupcias de Maria de Tver, se casaba con Sofía Paleóloga, sobrina carnal de Constantino XI, el último soberano del Imperio Romano de Oriente, muerto en la caída de Constantinopla a manos de los turcos (1453). Iván no era el primer soberano ruso que se casaba con una princesa de Constantinopla. Pero sí que sería el primero que pondría la base de una nueva ideología imperial: la que presentaba a Rusia como la sucesora del Imperio Romano de Oriente. Durante los siglos posteriores, Moscú se postularía como la tercera y definitiva Roma, capital de un imperio que se proyectaba hasta el Mediterráneo. Y los zares modernos se postularían como los sucesores de los Césares bizantinos que habían gobernado la mitad oriental de Europa durante mil años.
Vikingos y bizantinos
Durante los siglos centrales y finales de la Edad Media (IX al XV); el Imperio Romano de Oriente —el gigante de la región— había proyectado una gran influencia política, económica, cultural y religiosa sobre los diferentes principados que articulaban el rompecabezas ruso. Se puede decir que los bizantinos habían tenido un destacado papel en la fabricación de aquel mundo. Pero ni la raíz rusa se situaba en Constantinopla, ni Moscú era la génesis del mundo ruso. La primera idea de Rusia fue obra de los vikingos, durante la expansión del siglo IX; y el primer Estado ruso unificado surgió en Kyiv, en el siglo X. En este punto, es importante destacar que, en aquel contexto, el término "ruso" no era un gentilicio; sino que tenía un significado equivalente a "principado" (territorio gobernado por un "hombre principal"). El primer "ruso" conocido sería el de Novgorod, creado el año 862 cerca del mar Báltico.
Oleg el Profeta y Kyiv
Efectivamente, el origen de los actuales rusos y ucranianos, se sitúa en aquellos vikingos escandinavos que, navegando hasta los golfos|golf de Letonia y de Finlandia, se habían adentrado hacia el interior del continente hasta las fuentes de los ríos Dvina y Volkhov (Rusia central); y acto seguido hasta su desembocadura del río Dniéper (Crimea). Aquellos pioneros crearon una red de colonias que, de norte a sur, cubrían el trayecto entre los mares Báltico y Negro, y conectaban los mundos escandinavo, eslavo, y bizantino. Los varegos —como fueron conocidos aquellos pioneros— serían, también, los creadores de las primeras entidades políticas de aquel mundo: los "rusos" (principados); que hacia el 900 fueron unificados por el "príncipe" (hombre principal) Oleg el Profeta; y gobernados desde Kyiv. En aquel momento, Moscú todavía no existía, y no sería fundada hasta pasados tres siglos y medio.
El sueño del profeta y las amenazas externas
En el transcurso de los siglos siguientes (X a XIV), la unidad política y territorial de los "rusos" (los diversos principados que articulaban aquel mundo) se vio, a menudo, amenazada por la presencia de varios pueblos vecinos; como los curiosísimos jázaros, una etnia turca que, hacia el siglo VI, había abrazado el judaísmo; o como los búlgaros del Volga, otra etnia turca pero de confesión musulmana. O por otros pueblos que irrumpían de forma violenta en aquella región, como los cumanos o los pechenegos, originarios de las estepas centrales siberianas; o como los mongoles, que procedían del Extremo Oriente. Los cumanos y los pechenegos ocuparon buena parte del territorio de Ucrania a finales del siglo X; y, pasados dos siglos, cuando sus Estados sucumbían al esfuerzo constante de guerra, los mongoles de la Horda de Oro, comandados por el legendario Gengis Kan, los relevaban.
El desplazamiento del centro de gravedad
Esta sucesión de ocupaciones y dominaciones es muy importante para entender la posterior fragmentación del mundo ruso. Entre los siglos X y XIV Kyiv, la capital histórica, vivió permanentemente amenazada, cuando no estaba ocupada y destruida; y su poder se debilitó, hasta que los diversos principados subordinados al poder central se independizaron. También, esta sucesión de ocupaciones y dominaciones explicaría el progresivo desplazamiento del centro de gravedad hacia el norte. El año 1325, el Gran Príncipe (el máximo gobernante político y militar de los rusos) y el Metropolitano (la máxima autoridad de la Iglesia Ortodoxa rusa) abandonaron, definitivamente, Kyiv, y se establecieron en el emergente Moscú. Se consumaba la grieta, entre un mundo ocupado —la futura Ucrania— y un mundo no ocupado —la futura Rusia—.
Ucrania vuelve la mirada hacia Europa
A medida que avanzaba la Edad Media, y se avistaba el Renacimiento que transformaría a Europa, aparecerían nuevas amenazas que relevaban las anteriores: los polacos ocuparon Ucrania; y su dominación no hizo más que incrementar la brecha que distanciaba Kyiv y Moscú. Los polacos, animados por el Pontificado, introdujeron el catolicismo. Ucrania se mantuvo, mayoritariamente, ortodoxa; pero su cultura y su sociedad volvieron la mirada, progresivamente, hacia la Europa central y mediterránea (el mundo católico). Muy distinto de lo que pasaría en Moscú, donde se incubaba una cultura propia y singular, alejada de toda influencia externa, que resultaría extremadamente pintoresca para aquellos primeros armadores y comerciantes ingleses que, siguiendo los pasos de los legendarios vikingos, contactaron (siglo XVI).
El nacimiento del imperialismo ruso
También los otomanos, en pleno proceso expansivo, hicieron acto de presencia en la orilla norte del Mar Negro (siglos XV y XVI). Y su entrada en escena no tan solo contribuiría a ensanchar la brecha Kyiv-Moscú; sino que sería el revulsivo que impulsaría el nacimiento del imperialismo ruso. Iván III y Sofía Paleóloga (a partir de 1473) serían los iniciadores del proyecto de la Gran Rusia, que tenía un doble objetivo: reunir todos los territorios que había gobernado el mítico Oleg el Profeta a caballo entre el año 1000); y restaurar el viejo imperio bizantino, faro de la civilización en el Mediterráneo oriental, que había caído poco antes (1453) a manos de los otomanos. Aquella nueva Ucrania ya no era la cuna de la patria que había fundado el profeta; pero eso para aquellos zares no tenía ninguna importancia; porque Kyiv estaba justo en medio de la línea que proyectaba unir Moscú y la antigua Constantinopla.