Todo el mundo se acuerda de lo que estaba haciendo el 11 de marzo del 2004 y todo el mundo dice que se acuerda de lo que estaba haciendo el 11 de marzo del 2004 cada vez que se habla de lo que sucedió ese día. Es imposible olvidarlo: Madrid vivió un ataque terrorista que se saldó con 193 víctimas mortales y casi 2000 heridos después que 10 bombas explotaran en tres trenes de cercanías de Renfe. El recuerdo sobre los detalles de la tragedia han pasado mucho más inadvertidos en la esfera pública. Si pusiéramos en la tele una foto de los ejecutores del atentado, nadie les reconocería. Si preguntáramos cómo se desarrolló la desarticulación de la célula, cuántos murieron y cómo fraguaron su plan, la mayoría de la ciudadanía se encogería de hombros. Han pasado dieciocho años del peor atentado yihadista en suelo europeo y nadie recuerda el juicio ni sería capaz de pronunciar el nombre de todos los que, de un modo u otro, participaron en la masacre.

Además del duelo, se desarrolló una auténtica crisis política que acabó con la presidencia del Partido Popular y alzó al socialista José Luis Rodríguez Zapatero como nuevo jefe del Gobierno en un giro electoral inesperado precipitado por los atentados. Tres días después del 11-M, el domingo 14 de marzo, había elecciones generales pero fue casualidad, nada premeditado: aunque durante los juicios se tonteó con la idea que la intención de los yihadistas era desestabilizar las urnas, las investigaciones descubrieron que la fecha elegida para atacar la capital española se eligió mucho antes que el entonces presidente del Gobierno español, José María Aznar, convocara los comicios. Este es uno de los datos que aparecen en 11M, una película documental que Netflix estrenó la semana pasada en la que supervivientes, expertos, autoridades y periodistas hacen un análisis exhaustivo sobre los hechos, la situación política que se desencadenó y la búsqueda de los culpables durante los años siguientes a los atentados de AtochaChamartínEl Pozo y Santa Eugenia.

Los atentados acabaron con la vida de 193 personas y causaron más de 2000 heridos. / CC

¿Cómo es posible que haya tantos hechos de estos atentados que desconocemos por completo? Una de las respuestas tiene que ver con las diferentes versiones que, durante años, han ido alimentando los pilares de la tragedia. Otra, seguramente, con la voluntad de algunos de sembrar un relato partidista que continúe dividiendo a la sociedad. Pero también influye la cantidad de información que recibimos y que a menudo no sabemos cómo ordenar para crear una historia fidedigna a la realidad, de ahí que algunas plataformas se hayan interesado en contar, por fin, una historia completa que cale en el espectro social. Además de Netflix, hoy Amazon Prime estrena El desafío: 11M, una serie documental de cuatro capítulos que tiene la intención de hacer un análisis tranquilo y minucioso sobre la matanza que acabó con la vida de casi 200 personas. Un par de opciones que arrojan datos y ponen encima de la mesa muchas cuestiones que no son de dominio público.

Los intereses partidistas que enfadaron a toda la sociedad

Toda la estrategia comunicativa que se vivió durante las tres jornadas que separaban los atentados de las elecciones todavía se considera como una de las pesadillas informativas y mediáticas más perversas y graves de la democracia reciente. A nivel político, el gobierno de Aznar mantuvo que había sido cosa de ETA pese a que todos los indicios señalaban a otra banda organizada o que el CNI tenía constancia, como se supo más tarde, que un comando de Al Qaeda pretendía atacar en suelo español. Tanto fue su empeño en culpar a los etarras que el mismo presidente español llamó personalmente a los medios de comunicación más influyentes para confirmarles la noticia. Así fue como El País cambió su titular a último momento añadiendo la autoría de ETA, como cuenta el mismo Jesús Ceberio, el entonces director de la cabecera, en 11M.


El País cambió su portada tras la llamada de Aznar. / CC

Gabinetes de crisis que no contaron con las autoridades competentes, mentiras televisadas para tergiversar la historia, y todo con la intención de manipular a la ciudadanía con intereses partidistas cuya intención era beneficiar al Partido Popular. Mientras tanto, las calles de todo el Estado español y la sede de Génova se llenaban de manifestaciones hostiles que exigían saber quién había sido, quién había matado a sus muertos. Incluso hoy en día, algunos siguen alimentando las teorías conspiranoicas de la autoría de ETA pese a no haber nada en su contra. Un episodio con muchos matices y giros inesperados que no han calado suficiente en el conocimiento social y que son imperdibles para no olvidar y para evitar que esto vuelva a suceder.