Barcelona, primavera de 415. El Imperio romano de Occidente, gobernado por el emperador Flavius Augustus Honorius, se debatía entre la supervivencia y la desaparición. Después de cuatro siglos de dominación incontestable, los días de gloria de la loba capitolina tocaban a su fin. Y en aquel contexto caótico; el núcleo del pueblo visigodo, liderado por los reyes Ataúlfo y Gala Placidia, atravesaba los Pirineos y se establecía en Barcelona. Era la primera vez que la pequeña Barcino, se convertía en sede regia; se a decir, en capital de un dominio. Barcino, que los visigodos denominarían Barchinona (se pronuncia Barkinona); no era la ciudad más poblada del nordeste peninsular. Tampoco era la que tenía la mejor situación estratégica. Entonces, ¿Por qué la monarquía visigótica se inclinó por Barcino? ¿Por qué, por ejemplo, desestimó la opción de Tárraco, la gran ciudad del territorio?
La muralla de Barcelona
Uno de los elementos que más peso tuvieron en aquella decisión fue la muralla de Barcelona. Según las fuentes documentales de la época era uno de los mejores sistemas defensivos del mundo romano. Había sido construida durante el siglo anterior; al inicio de las grandes crisis económicas y sociales que anticipaban el fin de la loba capitolina. Y lo que es más relevante, es que no había sido promovida por el estado romano; sino que había sido financiada por la propia Barcino. Este detalle es muy importante, porque revela que aquella pequeña ciudad tenía una fuerza económica considerable, proporcionalmente muy superior a su fuerza demográfica, que provenía de su tradición industrial: durante los siglos I a III; Barcino fue un gran centro de producción y exportación de vino, de aceite, y de garum (una salsa elaborada con las vísceras del pescado, muy apreciada por las oligarquías romanas).
Las oligarquías hispano-romanas
Ataúlfo y Gala Placídia tenían el objetivo de establecer el pueblo visigodo sobre el territorio de las provincias romanas de la Narbonense y la Tarraconense (los actuales territorios del Languedoc, Catalunya, y Aragón). Pero, a diferencia de otros pueblos germánicos, lo querían hacer de una forma pactada. No obstante, en su primer intento (414), no tuvieron éxito; y la presión del estado romano y de las oligarquías galo-romanas de la Narbonense (el actual Languedoc) los obligó a desplazarse hacia el sur. Una vez atravesaron los Pirineos, prefirieron no provocar un nuevo conflicto; y renunciaron a viajar hasta Tárraco, la gran ciudad y el gran centro de poder político y militar del nordeste peninsular. Temían que sus oligarquías reaccionaran con la misma hostilidad, que, poco antes, lo habían hecho las de Narbo (el actual Narbona).
Una ciudad abierta
El paisaje social de aquella pequeña Barcino, fue otro de los elementos que influyeron en la decisión de Ataúlfo y Gala Placidia. Las oligarquías urbanas de Barcino, en aquel momento una pequeña ciudad de unos 2.000 habitantes, estaban formadas por perfiles claramente contrapuestos en los de Tárraco. Mientras que la "perla de Augusto" era, como Narbo, una ciudad totalmente gentrificada (una especie de ciudad-jardín habitada -casi exclusivamente- por altos funcionarios -civiles y militares-, por grandes latifundistas del territorio, y por las jerarquías eclesiásticas provinciales); el paisaje sociológico de Barcino tenía una composición más variada: una pequeña oligarquía formada, básicamente, por fabricantes, comerciantes y armadores; y una pequeña masa de población proletaria que ni siquiera era suficiente para ocupar la totalidad del espacio urbanizable en intramuros.
La Barcelona visigótica.
Ataúlfo y Gala Placidia establecieron su corte en Barcelona. Según la investigación historiográfica y arqueológica, el nuevo centro de poder político, militar y eclesiástico se desplazó del Forum (que se corresponde a la actual plaza de Sant Jaume) en el sector "episcopal", en el cuadrante nororiental de la zona amurallada (que actualmente ocupan la catedral y la plaza del Rey). También según la misma investigación, la convivencia entre la población hispano-romana (la mayoría autóctona) y la visigótica (la minoría que pasaba a ostentar el poder); fue relativamente buena: se separaron, claramente, los espacios de habitación y de culto. En este punto se importante recordar que los visigodos eran arrianos (una confesión cristiana que no estaba sujeta a la autoridad del pontificado romano); mientras que la mayoría autóctona profesaba el catolicismo.
Dos obispos, dos basílicas, un rabino y una sinagoga
Hasta la conversión al catolicismo del rey visigodo Leovigild (586) -que implicó el fin de la confesión arriana-, la pequeña ciudad de Barchinona tuvo dos obispos y un rabino; dos basílicas y una sinagoga. Durante aquel siglo largo de convivencia (415-586), la basílica sobre la cual más tarde se construiría la actual catedral fue el templo de los arrianos. La actual iglesia de los santos Just i Pastor fue la de los católicos. Y la sinagoga primigenia, fue el templo de la minoría judía local, que, de forma ininterrumpida, formaba parte del paisaje social, cultural y económico de la ciudad, como mínimo, desde el siglo II. Este paisaje de diversidad -del todo imposible de reproducir en Tárraco-, sería lo que facilitaría la transformación de Barchinona en sede regia; y, sobre todo, lo que proyectaría la ciudad cabe a un protagonismo futuro.
Los condes visigóticos de Barcelona.
Después del asesinato de Ataúlfo (415), sus sucesores trasladaron la capitalidad de la monarquía visigótica a Toletum (el actual Toledo). Pero alguna cosa quedó de todo aquello. Durante las centurias del 500 y del 600, Barchinona asumió progresivamente el papel de capital política y económica del distrito Conventus Tarraconense (el territorio del actual Catalunya y mitad norte del País Valencià). Las fuentes documentales revelan que los obispos de Barcelona (católicos y arrianos) convocaron varios concilios que reunían a sus homólogos de Tortosa, Lleida, Terrassa, Girona, Vic, Urgell, Empúries... y al arzobispo de Tarragona. Y que el Comites Civitates (el conde y máxima autoridad política y militar de la ciudad de Barcelona); tenía un ascendiente reconocido por parte de sus homólogos del territorio de la futura Catalunya.
Barcelona, primera capital de Catalunya.
Todo eso se lo que explica que el año 801 -después de unas décadas de dominación árabe; y cuándo Luís el Piadoso- hijo y heredero de Carlomagno- entró en Barchinona; nombrara a un conde (un delegado político y militar) que tenía un plus de autoridad sobre el resto de condes de la Marca de Gótia (la región carolingia que abarcaba los territorios de los actuales Languedoc y Catalunya vieja). El conde Berà y sus sucesores -los condes carolingios de Barcelona- siempre fueron, también, marqueses de Gótia; y la Barcelona carolingia (801-987) siempre fue la capital de la Marca de Gòtia. Mientras tanto, Tarracona, prácticamente abandonada durante la invasión árabe (717), dormía el sueño de los justos. No sería hasta 1116, cuando el estado medieval catalán ya estaba plenamente consolidado, que Ramon Berenguer III, conde independiente de Barcelona, recuperaría la ciudad y restauraría la suyo arzobispado.