Barcelona, 12 de septiembre de 1714. Hace 310 años. Las autoridades catalanas y el mando borbónico pactaban la capitulación de la ciudad. Con la caída de la capital catalana, el régimen borbónico iniciaría el derribo del edificio institucional catalán. No solo proscribió las instituciones políticas y de gobierno del país (Generalitat, Corts Permanents, consejos municipales), creadas en plena Edad Media —durante la época del edificio político catalanoaragonés—, sino que también finiquitó el histórico pacto fiscal bilateral entre Catalunya y el poder central, y lo sutituyó por una onerosa tributación de guerra (una especie de Tratado de Versalles con música de Alberoni), que los militares castellanos recaudaban casa por casa y a punta de bayoneta, y que sangraría la sociedad y la economía catalanas durante más de medio siglo (1714-1768).

Grabado de Bilbao (siglo XVIII). Fuente Eusla Museoa
Grabado de Bilbao (siglo XVIII). Fuente Eusla Museoa

La destrucción del régimen foral catalán y de su modelo tributario

Si bien Felipe V —el primer Borbón hispánico— (1701-1746) nunca se intituló "rey de España" (eso no pasaría hasta el reinado de Amadeo I, en 1870), sí que podemos afirmar que la construcción de la España moderna, como estado uniforme, centralizado y de fábrica castellana, se inicia a partir de la derrota y ocupación de Catalunya (1714) y de Mallorca (1715), los últimos reductos del régimen político foral que había presidido la monarquía hispánica de los Reyes Católicos (1479-1518) y de los Habsburgo (1518-1714). Durante y después de la guerra (1705-1714/15), el régimen borbónico implantó un régimen común, inspirado en el sistema tributario castellano, que afectaría a la práctica totalidad de los dominios peninsulares de Felipe V. Pero, sorprendentemente, mantuvo los históricos regímenes tributarios forales del País Vasco y de Navarra. ¿Por qué?

¿Qué peso económico tenía el País Vasco en la España del primer Borbón?

Concluida la guerra de Sucesión (1715/15), el País Vasco y Navarra tenían un peso económico muy limitado con respecto al conjunto de la España de Felipe V. El País Vasco, a diferencia de Catalunya, todavía no había iniciado el proceso de transformación hacia un modelo económico mercantil, umbral de la revolución industrial. Su economía estaba basada en el sector primario. El sector de fabricación estaba limitado a las herrerías locales y los pequeños astilleros de ribera. Y la actividad comercial se reducía a los escasos núcleos urbanos del territorio. Al principio del siglo XVIII, el País Vasco era un territorio poblado (250.000 habitantes, la mitad de la población catalana), pero con ausencia del fenómeno urbano (no había ninguna ciudad de más de 10.000 habitantes) y relativamente pobre (su sociedad generaba un fuerte corriente migratorio hacia América).

Gravat de Bilbao (segle XIX). Font Bilbo ko Udala
Grabado de Bilbao (siglo XIX). Fuente Bilbo ko Udala

¿Qué papel político tenía el País Vasco en la España del primer Borbón?

Durante la guerra de Sucesión hispánica (1705-1714/15), el País Vasco, a diferencia de los territorios de la Corona catalanoaragonesa, se posicionó a favor de la causa borbónica. Sus élites estaban muy vinculadas a la administración hispánica. Algunos historiadores afirman que los vascos habían monopolizado los cargos de esta esfera de poder durante toda la época Habsburgo (siglos XVI y XVII). Y, a partir de aquí, sus astilleros y sus armadores habían tenido un papel muy destacado en la empresa hispánica de conquista y explotación de América. En Catalunya, la revolución austriacista (1705) había tenido un componente económico protagonista (la prohibición de comercio con Inglaterra y los Países Bajos, principales socios comerciales de los catalanes), pero, en cambio, esta limitación no había afectado ni a la economía ni a la sociedad vasca.

El fuero vasco y el régimen borbónico español

La posición vasca en la guerra de Sucesión hispánica y el peso escaso de su economía en el conjunto del reino borbónico español, explica por qué el fuero vasco (que alojaba el sistema tributario propio) no fue desbaratado por los ministros de Felipe V. Durante todo el siglo XVIII, el aparato fiscal español estuvo presidido por tres realidades diferenciadas: el modelo común, el fuero vasco y el fuero navarro. Pero al principio del siglo XIX, con la propagación del jacobinismo revolucionario francés, que los liberales castellanos —por razones obvias— abrazaron entusiásticamente, el régimen foral fue puesto en cuestión. Y entre 1821 (trienio liberal de Riego) y 1841 (conclusión de la I Guerra Carlista, con victoria liberal), los gobiernos españoles emplearon todas las energías posibles en erosionar, derribar y liquidar los fueros.

Caricatura que representa el carlismo vasco (1870). Fuente Wikimedia Commons
Caricatura que representa el carlismo vasco (1870). Fuente Wikimedia Commons

La supervivencia de la independencia tributaria

El gobierno de Espartero impulsó un proceso transitorio de adaptación que tenía la finalidad de diluir los territorios forales dentro del sistema común (1841). Este periodo transitorio se llamaba "concierto económico" y permitía a las Diputaciones Forales conservar su autonomía, siempre con la vista puesta sobre el horizonte de convergencia con el modelo común. En Navarra, un territorio con poco más de 200.000 habitantes y dominado por sus oligarquías agrarias, esta transformación se impuso con relativa facilidad (Ley Paccionada de 1841). Pero, en cambio, en el País Vasco, que ahora sí que ya había transitado hacia un modelo económico mercantil que anticipaba la revolución industrial, su aplicación fue más complicada. De hecho, treinta y cinco años después (1876), los vascos todavía estaban en un punto muy incipiente de aquel proceso.

Esquivando las amenazas

La transitoriedad fiscal vasca sobrevivió a todos los golpes de Estado y cambios de régimen que se produjeron en la asilvestrada España del segundo y parte del tercer tercio del siglo XIX (1833-1876). El concierto económico, entonces un sistema transitorio, se había perpetuado esquivando los efectos de dos guerras carlistas, una Revolución Gloriosa, un derrocamiento de la monarquía y una república. Pero con el retorno de los Borbones y el inicio del régimen de la Restauración (1876-1923) que tenía el objetivo de convertir España en una monarquía parlamentaria presentable, el presidente conservador Cánovas del Castillo, apretó el acelerador. Quería una solución inmediata, pero, al mismo tiempo, no se podía permitir el lujo de perder el apoyo de las élites burguesas vascas, partidarias de la independencia fiscal vasca, para consolidar el nuevo régimen de la Restauración.

Concentración foralista en Gernika (1877). Fuente Euskal Museoa
Concentración foralista en Gernika (1877). Fuente Euskal Museoa

Autonomía fiscal a cambio de la renuncia al autogobierno

Cánovas planteó la perpetuación del concierto económico eliminando el horizonte de la convergencia con el modelo común, a cambio de que las élites burguesas vascas renunciaran a la restauración de los fueros (1873). La burguesía vasca aceptaría y la reivindicación foral quedaría arrinconada en el residual mundo carlista vasco (que venía de perder tres guerras). Cánovas sacrificaba unos ingresos (que, probablemente, ya contaba que compensaría con un incremento de la presión fiscal sobre una Catalunya que ya se había industrializado), pero, en contrapartida, conseguía desactivar la reivindicación foral (el autogobierno vasco), que había sido la ideología mayoritaria de la sociedad vasca durante el siglo XIX. Esta ideología no recuperaría el terreno perdido hasta el cambio de paradigma producido por la creación y expansión del Partido Nacionalista Vasco (a partir de 1895).

El concierto económico, una nueva figura política

El concierto económico estuvo vigente hasta 1937 (ocupación franquista del País Vasco). Durante el régimen dictatorial (1939-1975), solo Álava (que había secundado el golpe de Estado militar de 1936), conservaría algunos elementos residuales de aquella autonomía fiscal. Y el 1976-1977, en el proceso de restauración del autogobierno vasco, los negociadores vascos reivindicarían, también, la recuperación del concierto económico, en virtud de la tradición histórica de esta figura. Bien sea por la extraordinaria capacidad negociadora de los dirigentes vascos, bien sea por la estrategia española de atraer a las élites vascas en la maniobra para desactivar la organización terrorista ETA y su entorno sociológico, bien sea porque Euskadi representaba un asumible 5% del PIB español, la autonomía política vino acompañada de la independencia fiscal.

Primer Alderdi Eguna (Día de la Patria vasca) después de la dictadura franquista. Aralar, 1977. Fuente Eusko Ikaskuntza
Primer Alderdi Eguna (Día de la Patria vasca) después de la dictadura franquista. Aralar, 1977. Fuente Eusko Ikaskuntza

… ¿y Catalunya?

Mientras los vascos defendieron su fuero, renunciaron a cambio de un concierto económico, y lo recuperaron después del túnel de la dictadura, Catalunya vivía una situación radicalmente diferente, producto de las derrotas de 1714 y de 1939 y de la larga represión borbónica y franquista de los siglos XVIII, XIX y XX. El concierto económico, hijo del histórico fuero, no se puede explicar en clave catalana. Y ¿ahora que se habla de importar este modelo alguien cree que Catalunya conseguirá arrancar un concierto económico con una clase dirigente que, a diferencia de la vasca, nunca ha entendido la arquitectura de la mente del poder español, con un paisaje sociológico ausente de fenómenos violentos que condicionan cualquier negociación, y con un aparato económico que genera el 20% del PIB español, cuatro veces el PIB vasco? ¿Alguien se lo cree?