Hay canciones que explican una época. We are from Barcelona es una. Escuchar en un grupo de gente de Jönköping (Suecia) cantando sobre su barcelonidad te transporta a un pasado remoto, el del Foro de las Culturas, el de las batucadas de Carlinhos Brown. Si un grupo de suecos podían decir que "eran de Barcelona" era porque todo el mundo podía serlo y porque serlo, en el fondo, no significaba nada. Barcelona, ciudad abierta. Catalunya, tierra de paso. Que aquello tenía que fallar era evidente y llegó un día en que miles de personas se despertaron en ciudades que les eran desconocidas, en barrios que ya no eran sedes, en escenarios ignotos, donde el único papel que podían ejercer era el de figurantes.

Había que buscar a un culpable y cada uno encontró el que más le convenía, ya fuera el inmigrante indocumentado -target ideal para la derecha– o el guiri de piel rojiza, que permitía a la izquierda canalizar el malestar de quien se siente extranjero en su casa sin atentar, sin embargo, contra la corrección política y la teoría de las opresiones interseccionales. Está en esta segunda categoría donde esperaba poder meter Estuve aquí y me acordé de nosotros (Anagrama, 2024), el último libro de Anna Pacheco. En sus páginas pensaba ver el tipo de consignas resistencialistas y pseudocarlistas que los enemigos del sector turístico se han dedicado a pregonar a través de eslóganes como el famoso Tourist go home y de otras consignas favorables a la expulsión de los habitantes más simpáticos de nuestra ciudad.

Más que un ensayo político, la nueva apuesta de Pacheco podría ser definida como una colección de postales

Postales siniestras

Pero me equivocaba, porque, más que un ensayo político, la nueva apuesta de Pacheco podría ser definida como una colección de postales. Hablo, claro está, de postales siniestras, pensadas para mostrarnos de qué manera funcionan los hoteles más lujosos de nuestra capital, escenarios dotados de todos los males del tardocapitalismo más decrépito. Es así como se nos presentan personajes como El Palas, execrable jefe de Recursos Humanos obsesionado con el Pádel; Nando, un cocinero autoexplotado adicto a los vídeos de autoayuda y a las apuestas en línea, y la Pila, una sindicalista sudamericana para quien la máxima reivindicación alcanzable parece ser que su hija pueda bañarse en la piscina del hotel una vez al año.

En ellos y en sus esmeradas descripciones es donde se encuentra la parte más interesante del libro, una forma inteligente de plantar cara a aquellos que defienden que la apuesta por el "turismo de calidad" podría ser una solución viable de cara al futuro de nuestro país, como si el turismo caro –o de lujo– fuera mejor que el de sol, playa y borrachera; como si no repitieran los mismos esquemas de precarización y desnacionalización –nadie, en ningún momento, habla catalán–, como si no generara, en resumen, el mismo malestar ambiental. Ahora bien, esta tesis, que cualquiera con dos dedos de frente podría compartir, no nos llega sola, sino que lo hace acompañada de una serie de reflexiones sobre el turismo que no alcanzan al mismo nivel de calidad.

El libro planta cara a aquellos que defienden que la apuesta por el "turismo de calidad" podría ser una solución viable de cara al futuro de nuestro país, como si fuera mejor que el de sol, playa y borrachera

Elucubraciones con encanto

A medida que se aleja de la fría descripción de la vida al hotel, el texto pierde gracia y se embarca en digresiones que, o no van a ningún sitio, o no parecen tener bastante espacio para desarrollarse adecuadamente. Temas como las motivaciones que impulsan a la autodenomida clase media a quemar sus ahorros visitando lugares perfectamente intercambiables o la construcción ideológica del supuesto "Derecho al descanso" como justificación de la actividad turística naufragan en anécdotas familiares, citas de ensayos sobre las cuales no se acaba de profundizar y reflexiones difusas sobre el supuesto impacto de la ficción televisiva Paraíso en las mentes del público español de los años del Aznarismo y el pelotazo urbanístico.

Portada de Estuve aquí y me acordé de nosotros de Anna Pacheco

Lo mismo podría decirse del momento en que la escritora decide ponerse a enumerar alternativas en el modelo turístico actual, mencionando el ejemplo de unos trabajadores que decidieron autogestionar un hotel de Buenos Aires durante los años del Corralito; de un alcalde comunista de un pueblo gallego que promociona casas comunales de alquiler vacacional gratuito o de un filósofo que nos explica las virtudes "de convertir en exótico aquello que nos es propio". Cosas como estas pueden quedar bonitas y convencerán a quien quiera ser convencido, pero atentan contra la seriedad del discurso de la autora, sobre todo cuando, en ningún momento, buscan responder el tipo de preguntas incómodas que tendría que hacerse cualquiera que quisiera afrontar la cuestión turística.

¿Con qué tipo de industria se tendría que sustituir los ingresos del turismo? ¿Qué destino esperaría a gente como la Pila en caso de que los hoteles que les pagan la comida se vieran obligados a cerrar?

¿Cómo se puede impedir el acceso a ciudadanos del Espacio Schengen a nuestro país? ¿Qué tipo de consecuencias tendría eso? ¿Con qué tipo de industria tendría que sustituir los ingresos del turismo? ¿Qué destino esperaría a gente como la Pila en caso de que los hoteles que les pagan la comida se vieran obligados a cerrar? Mientras estas preguntas no se planteen de una forma clara y sincera, cualquier libro sobre el sector turístico se verá limitado a ser una especie de elucubración poética sin incidencia en el mundo real. Se pueden hacer, mientras tanto, reportajes sobre la vida de los empleados de los hoteles de lujo de nuestra ciudad, tarea que Estuve aquí y me acordé de nosotros resuelve con innegable eficacia y con un cierto encanto.