Todo el mundo sabe que la lengua, en Catalunya, es mucho más que una simple herramienta de lenguaje, ya que es un símbolo de identidad, como bien defendió siempre Àngel Guimerà. La identidad, a su tiempo, es a menudo un motivo de conflicto, por eso el falso titular de este artículo que puede parecer de El Caso es evidentemente hiperbólico y ficcional, como Morir-ne disset (Proa, 2022), pero que haya leído la última novela ganadora del Sant Jordi y ahora tenga miedo de que su conflictivo protagonista me quite la vida es bien verdad. Mejor dicho, que "em mori", como dice él, ya que según Ernest Calvo, en catalán es más genuino decir que un asesino ha muerto alguien que no decir que lo ha matado. A mí, quizás como tú y evidentemente como él, me interesa la lengua y me interesa a la identidad que representa, pero el problema es que el autor del libro no es Ernest Calvo, sino Sergi Belbel, que se escuda tras la máscara y el nombre de un alter ego para escribir una novela donde desgrana con más poca maña que talento todas sus filias y fobias, por eso discutirle las tesis en esto que estás leyendo me hace tener miedo.
El motivo de este miedo es bien sencillo. Pasa que la novela es una ficción, pero ceñida a una autoficción peligrosamente real. Pasa que la venden como una comedia heredera del Grup de Sabadell, pero tiene un humor que lastimosamente no hace en ningún momento gracia. Y pasa que son las memorias póstumas de un asesino en serie ya muerto, pero escritas por un autor bien vivo y que pasado mañana te puedes encontrar por la calle. O en la butaca de al lado en el teatro. De hecho, el otro día fui al Versus a ver Potser somiar, con dramaturgia y traducción de Belbel, y estuve acojonado todo el rato. Sudor frío, paranoia persecutoria y temor de ir solo al lavabo por miedo a ser asesinado en silencio por el ganador del Sant Jordi mientras me desabrochara la bragueta. "No tengas miedo de ir a mear, es un libro de ficción y sus motivos debe tener por haberlo escrito, a pesar que leerlo provoque tan poco placer como recibir un puñetazo en el estómago", me dijo mi mujer. Tenía razón: exceptuando Dies de frontera de Vicenç Pagès Jordà, y quizás también aquello de Franco de Joan Lluís-Lluís, disfrutar de la lectura de un Premio Sant Jordi en la última década es más complicado que ir a mear y no poder parar de pensar que la autoficción se fundamenta siempre en la realidad. Y que, por lo tanto, en el urinario del lado quizás estará el autor de Después de la lluvia dispuesto a ser el Hanníbal Leckter catalán.
Fuera cachondeos, ¿por qué mata, Ernest Calvo? En las pelis de asesinos en serie, entre todos aquellos policías que nunca duermen y que se pasan el día fumando delante de una pared llena de fotografías con lugares de los crímenes y flechas entre sí, siempre hay alguien que en un momento dice alguna cosa tipo la clave es comprender lo incomprensible, es decir, por qué matan. El problema no es que en Morir-ne disset la muerte sea tratada con una frivolidad que asusta, sino que su protagonista afirme que mata por el solo hecho de vengarse de alguien que ha hecho "un agravio arbitrario o un abuso de poder" sobre él. ¿La clave de las muertes? La herida del resentimiento y de la no aceptación de uno mismo por parte del autor del manuscrito, un asco permanente delante del espejo que lo lleva a "morir" una mujer asfixiándola con hilo de pescar por el solo hecho de que encontraba demasiado pedante el título de la tesis doctoral de su víctima. Y es una lástima, ya que con un buen tratamiento del registro narrativo y el tono, quizás descuartizar a alguien por empollón y por haber querido comparar al narrador heterodiegético en las obras de Gustave Flaubert y Victor Català podría hacer cierta gracia, incluso permitiría jugar a imaginarse que aquella víctima ficticia tiene resonancias de cierta presidenta del Parlament, pero cuando se escribe un libro con los pies y los géneros se mezclan como ropa blanca y roba de color en una lavadora a 60º, el desastre está servido. No hace falta, pues, decir que es desagradable leer el secuestro de una señora en un callejón oscuro en pleno año 2022, y que todavía lo es más leer los párrafos de la tortura, sobre todo porque sabemos que día tras día existen situaciones reales que de ficción, desgraciadamente, no tienen nada.
La lucha del protagonista para sacarse el 'charneguismo' de encima y limpiarlo con catalanidad, como si ser hijo de andaluces fuera un motivo de suciedad, acaba siendo poco seria e hiperbólicamente mal construida
Quizás también tendría cierta gracia descubrir la obsesión de un hijo de inmigrantes del sur nacido en el área metropolitana en los años sesenta para convertirse en un catalán de cuajo, pero incluso este tipo de lucha a contrarreloj del protagonista del libro para sacarse el charneguismo de encima y limpiarlo con catalanidad, como si ser hijo de andaluces fuera un motivo de suciedad, acaba siendo poco seria. Según el libro, uno ya puede esconderse el primer apellido porque es demasiado castellano, ya puede estudiar Filología Catalana para ser más catalán que las Homilíes d'Organyà y ya puede esforzarse en no decir barbarismos ni cuando habla solo bajo la lluvia, que en Catalunya siempre habrá alguien que vendrá y te llamará 'charnego'. Bien, teniendo en cuenta que el 90% de los jóvenes actuales, nietos y bisnietos de la inmigración sureña, no saben qué quiere decir la palabra 'charnego', es bastante patético que uno de los pilares de la novela se base en eso, sobre todo porque es un pilar erigido encima de una hipérbole anacrónica, gastada y que parece más ocurrencia para dar pienso a los creadores de fake news unionistas que para nada más.
Como estás viendo, querido lector, mi miedo a ser muerto por el autor del libro no es nada gratuito, ya que resulta que tengo más de ocho apellidos catalanes (la mayoría de ellos, valencianos y roselloneses, ya que olas migratorias ha habido muchas), digo barbarismos a pesar de haber estudiado Filología Catalana y, además, estudié en un colegio de curas y no, no veo al 100% de los hombres con sotana como unos violadores infantiles en potencia. Digo eso porque, como la novela es una biografía llena de dramas y heridas abiertas, evidentemente también hay espacio para recordar un hermano que tenía erecciones ante niños de diez años. De la misma forma, hay espacio para una relación extraña con la homosexualidad y el sexo reprimido entre hombres. Por eso, más allá de las curiosas e interesantes reflexiones filológicas sobre lengua, es difícil disfrutar de la lectura de un libro que a menudo pide ventanas para airear. Es más, se hace complicado no acabar teniendo la sensación que si la novela no fuera un cajón de sastre con las manías enquistadas que alguien podría explicar al psicoanalista, este año tendríamos en las librerías un Premio Sant Jordi de mucha más valía literaria que este y con una faja que, como mínimo, no dijera mentiras: Morir-ne disset no es "el descubrimiento de un novelista", como dice la frase promocional del libro, sino más bien el descubrimiento que ser un gran dramaturgo no es siempre sinónimo de devenir un buen novelista.