Josu Mezo es el autor de Malaprensa, el blog que primero expuso las falsedades, exageraciones e incongruencias de la historia publicada por el periodista Pedro Simón en El Mundo sobre Nadia Nerea, la niña afectada de tricotriodistrofia. Lo hizo el pasado martes en "Mal periodismo por una buena causa". Algunos lectores del blog se añadieron a la investigación con nuevas comprobaciones, que aparecen en los comentarios de la entrada. Si existe el llamado "periodismo ciudadano", esta es una buena muestra.

Después llegarían las informaciones de Manuel Ansede y Elena Sevillano en El País y de Ángela Bernardo en Hipertextual. Acto seguido, el diluvio.

Mezo es profesor de Estadística en la Universidad de Castilla La Mancha. Desde 2004 pone al descubierto "errores y chapuzas de la prensa española", según la descripción de su blog. Es el gran olvidado de esta historia.

Si tu madre...

Esta vez, la estadística no ha tenido nada que ver con la tarea de Mezo. Le bastó con aplicar otra capacidad: el sentido común. El profesor se sorprende, por ejemplo, de que el periodista dé por buena la historia de que Fernando Blanco, el padre, con la hija, fueran a buscar a uno de los grandes especialistas en esta enfermedad extraña (afecta a unas 200 personas en el mundo) a una cueva de Afganistán "en mitad de la guerra -bajo las bombas y las balas". El reportaje contiene mucha más épica lacrimógena y datos dudosos como este.

¿Por qué un periodista creería una cosa así? Todos conocen el dicho "si tu madre te dice que te quiere, tú compruébalo". También Simón, que el jueves pasado ya había escrito una columna para reprobar tácitamente a quienes lo criticaban por el reportaje, como Mezo. ¿Por qué, entonces, no aplicó la rutina profesional de verificar todo lo que le dicen y acreditarlo, si es posible, con papeles, por muy cruel que parezca esta actitud?

Simón se ha explicado este lunes en Disculpas y gracias. Cuando conoció a Nadia se conmovió: "ya no hubo manera de pasar de aquella cría: Nadia tiene la misma edad que mi hijo". Simple y crudo. Hacía cinco años que el periodista seguía esta historia. Estaba enganchado. Nadia era su hijo. "Nada de lo anteriormente escrito es excusa", añade, sin embargo. "Un periodista debe mantener cierta distancia, no bajar la guardia, verificar todo. Esta vez no lo hice".

Oficio fastidiado

El periodismo es un oficio fastidiado. Mucho. Exige una disciplina que ningún otro trabajo pide: separar las propias convicciones, valores y sentimientos de la realidad de la que se informa. No es sencillo. Porque los periodistas son gente como la gente. Tienen convicciones, valores, sentimientos. Son humanos.

Este tipo de ascetismo no se exige a ningún otro profesional. Da igual qué piensa un médico del enfermo al que opera o el arquitecto del edificio que proyecta. En el periodismo no es así. Es reconsagrado: exige acercarse a los hechos y a las personas tanto como sea posible, gusten o no, sin involucrarse, dejándolo todo como estaba cuando después se informa de ellos. Actuar de otra manera equivaldría a manipular, decir al público qué debe hacer, qué tiene que pensar. Influirlo, coaccionarlo, presionarlo. No sería profesional. Esta es una gran diferencia entre el activismo y el periodismo.

Es tan costoso mantener esta disciplina —separar profesión y vida—, quizás tan antinatural, que los periodistas, desde los orígenes de la cosa, se han dedicado a establecer rutinas y mecanismos que les permitan hacerlo de forma más o menos indolora y automática. Escribir en orden de importancia decreciente (en el argot se llama a eso "la pirámide invertida"). Determinar que lo más importante son las 5W (el qué, quién, dónde, cómo y cuándo de los hechos). Comprobar la información con dos (o más) fuentes independientes entre ellas. Etcétera.

Hay una docena de criterios como estos, algunos pensados inicialmente para resolver problemas técnicos ya superados (que llegue a la redacción la información más importante si se corta el cable del telégrafo a media transmisión) que se han transformado en rutinas de conducta profesional inatacables, intocables, incuestionables.

Es una profesión experiencial como pocas, pero al tiempo está sometida a estos rigores casi inhumanos. Muchas veces, los periodistas las pasan canutas porque las ven de todos colores. Viven mil cosas más que otra gente y no pueden hacer lo que hace la gente: decir que les gustan o no, sea con la razón o con las tripas; juzgarlas, ponerlas a parir o echarles flores. Eso —un placer de la vida— no es parte de la profesión periodística. Al contrario. Es mala praxis. A todo hay que acercarse con esa disciplina. Es duro.

Estrellas mediáticas

El pasado lunes al mediodía, una conversación entre dos periodistas en la sección de televisión de El Món a RAC1 ponía al descubierto la lucha interior que muchas veces supone esta especie de ascetismo periodístico y lo fácil que es olvidarlo o dejarlo de lado.

El director del programa, Jordi Basté, hablaba del caso con Víctor M. Amela,  antiguo crítico de televisión de La Vanguardia. Basté comenta: "Hay cosas que cuando te las encuentras delante, verificarlas...", como diciendo qué difícil y cruel es hacerlo y lo fácil que es creérselas. Amela le corta: "Aquí todos [...] han utilizado este caso. Y digo utilizado porque, no nos engañemos, una niña frágil como esta, en la tele, da audiencia. Venga, digámoslo claro. Sí, somos muy buenos, ayudamos al padre y a la niña... Bien, al final todo es mentira [y] te tienes que hacer autocrítica: ¿por qué llevé [la niña a la tele]? Porque da audiencia, porque es frágil, porque enternece. [...] Este rollo de la ayuda a los otros [...] tiene mucha trampa". Basté interviene: "Pero tú vas a twitter y alguien te dice 'oye, puedes ayudarme, por favor', y yo es que [...]. Pero no hay mala fe". Amela: "No. ¿Por qué tenemos que seguir esta inercia del 'pobrecito, pobrecito está enfermo, pobrecito, pobrecito... Va, tráelo a la tele... ¿Es guapo, es joven? ¿Sí? Vale, tráelo'? Ya está bien, hombre. Seamos serios".

¿De quién hablaban Basté y Amela? De las estrellas mediáticas que se engancharon al relato de Pedro Simón, en algunos casos como sustancia de sus programas de radio y televisión, en otros para no perder un lugar bajo los focos. Quien más ha hecho aparecer a Nadia y a sus padres en pantalla es La Sexta, en su programa Más Vale Tarde.

La misma cadena que, este lunes sí, se ha dedicado a hacer lo que quizás tenían que hacer desde el principio: verificar y comprobar si la historia era buena, si era cierta. Si era una historia, vamos. Encima lo han hecho apoyándose en el trabajo de otros:

Una serie de famosos de los medios se añadió a la oleada de solidaridad (o solidaridad) desencadenada por el reportaje de Simón cuando arrancó el runrún que lo cuestionaba. Cuando se revelaron los trapicheos del padre de la niña, todo se les vino abajo y corrieron, deprisa, deprisa, a borrar los tuits en apoyo de la falsa historia y a disculparse ante el público, pero sin ninguna autocrítica:

Otros profesionales han aprovechado para recordarles que quizás hubiera sido más sencillo hacer el trabajo periodístico como es debido (por ejemplo en esta pieza de Antonio Villarreal) en lugar de dejarse llevarse por el sentimentalismo y subirse al carro del famoseo solidario (los siguientes tuits vienen de El Huffington Post).

De todo eso, en el fondo, hablaban Basté y Amela. Pedro Simón tenía un motivo y ha sabido explicarlo y disculparse. El resto de mediáticos y La Sexta seguramente también tenían algún motivo (y quizás un poco de caradura) pero tal vez es más difícil de explicar. Para mayor vergüenza del oficio, quien desveló el montaje no es periodista. Quizá valdría la pena dedicar más tiempo al periodismo y menos a la "solidaridad".