Cada vez cuesta más delimitar la frontera entre el cine de terror y el thriller psicológico. Que sí, se puede vender de ambas maneras, pues todo va muy ligado. A todo esto, Steven Soderbergh ha inventado un nuevo género al que todavía no se le ha puesto nombre. Porque, más allá de la temática y las cuestiones que plantea, está la forma. Los diferentes laberintos en los que entras para contar un relato. Y, en esta película, importa, y mucho, el movimiento, la lectura de los espacios. A esa casa a la que se muda una familia acomodada, desde el primer día se sospecha que hay un intruso, alguien a quien no se ve, pero que sí está. Unos lo creen, otros no. De ahí las tensiones, la confusión. 

Steven Soderbergh juega con tu mente

No en vano, la película también trata el comportamiento de cada miembro de la familia y cómo, entre ellos, existen nexos: los más cercanos, los distantes entre sí o los dispares. La madre que interpreta Lucy Liu adora a su hijo (Eddy Maday, aquí Tyler), un adolescente engreído que en el cabecero de su cama tiene un póster del nadador Michael Phelps. Es una señal: la soberbia y esa sensación de superioridad, física y moral. Cuando le explica cosas a su madre, esta le mira embobada. Aunque sea narrando cómo él y su pandilla han dejado en ridículo a una chica del instituto. Vamos, lo que vendría a ser un caso de bullying. En cambio, el padre, interpretado por un magistral Chris Sullivan, le exige: “A más tacos, menos efecto”. Luego, el elemento que sostiene la película y quien tiene la llave maestra de la misma, la actriz Callina Liang (Chloe), que apunta a grandes cosas. Mientras con su madre siempre hay un tira y afloja, con su padre sí tiene una buena conexión. Así que, con este mapa, y un externo, West Mulholland (amigo del joven y amante a escondidas de su hermana) que explota todo por los aires, la cinta viaja a través de los pasillos, de las escaleras, de las diferentes habitaciones (fascinante el brillo del parqué).

Presence, Steve Sorderbergh es un género en sí mismo / Foto: Archivo Daimond Films

En Presence, el truco, su magia, está en el uso de esa cámara subjetiva. Al contrario de otras películas de género, Soderbergh no abusa (y casi ni utiliza), el recurso de obnubilar, de cegar, de cerrar espacios. No estamos para nada ante una película claustrofóbica

En Presence, el truco, su magia, está en el uso de esa cámara subjetiva (los planos, los contraplanos, la proximidad, esa luz cegadora…). Al contrario de otras películas de género, Soderbergh no abusa (y casi ni utiliza), el recurso de obnubilar, de cegar, de cerrar espacios. No estamos para nada ante una película claustrofóbica. Más bien al contrario, esta se centra más en el debate psicológico (sí, incluso hay un libro de trigonometría que causa más pánico que cualquier fantasma). Desde luego, en Presence importa (y mucho) la estética, el cuidado de cada detalle. Tanto la elección de los cuadros, como el de los espejos (sí, ¡ese espejo!), una vajilla que se resiste a las motas de polvo o el color del vino. Y sí, en esa casa, en esas vidas, aquello que paraliza a todos: la muerte. Con un tratado inteligente (siendo Soderbergh, no podía ser menos) e inquietante (objetos que se mueven solos, sonidos extraños…). Ciertamente, no hay grandes sustos y sí mucho juego mental. Tal y como dice, en un momento dado, el personaje de Chris Sullivan: “Cuidado con las decisiones que tomas ahora, si no lo haces ya, luego tardarás años en subsanarlo”. Y, efectivamente, la decisión de mudarse a ese barrio residencial marcará su recorrido vital. Si bien, la mochila ya venía con algunas cuentas pendientes y muy determinantes. Luego, eso sí, que cada cual adivine (y descubra) dónde poner cada ficha. Ah, y la certeza de que el ser humano da más miedo que cualquier fantasma.