Chrissie Hynde nunca lo ha puesto fácil, empezando por cómo debemos escribir su nombre. Aunque lo hayas tecleado cincuenta veces, siempre hay que acudir a Google para no errar el tiro. Incluso, el camino que siguió para llegar a la música, pasando primero por el terreno de la prensa, concretamente en el New Musical Express. Quizá por eso, no le gusta hacer entrevistas. Ha estado en el otro lado y sabe cómo se las gasta un periodista. Podríamos decir, que no se siente cómoda en esa situación. Es más, teniendo en cuenta que siempre ha ido un poco a contracorriente, con su biografía, A todo riesgo, consigue lo que otros ni se acercan: las primeras cincuenta páginas del libro, las dedicadas a la infancia, son tan o más interesantes que las siguientes. Normalmente, es lo contrario, esa parte te la puedes ahorrar, se repiten los tópicos. Pero en su caso no, los árboles, los caballos y hasta los Beatles están en el guion. Y el LSD también. “Debuté con el LSD sin darme cuenta. Alguien me pasó una pastilla y me la tragué aprovechando que mis padres habían salido para jugar al bridge. Me puse a andar dando vueltas a la casa y me pasé horas mirándome los zapatos, embebida por completo. Los zapatos son unos objetos verdaderamente dignos de atención, no lo había advertido hasta entonces. Ah, ya, cosas del ácido”, decía Hynde. El resto del libro es una colección de relatos por la que pasean, entre otros, los Sex Pistols o Lemmy de Motörhead

Un motor diesel

Con esto, Chrissie Hynde lleva unos años sin atender mucho al entorno. Va más a la suya que nunca. En cada momento hace lo que le apetece. Igual saca discos por su cuenta: Stockholm era un álbum extraordinario, con una portada que remitía al Horses de Patti Smith, con su chaleco-armilla y corbata; que revive a Pretenders. Y ya sea con una cosa u otra, lo disfruta. A estas alturas no va a hacer nada con el gesto torcido. Si bien, cuando camina por Londres prefiere pasar desapercibida, separa su vida pública de la privada. Y tampoco aprovecha su condición de estrella para sacar rédito en otras parcelas de su vida. Ni siquiera dando apoyo a PETA, una causa a favor de los animales en la que participa activamente. Ella es un ícono. En los ochenta, junto a Debbie Harry de Blondie, fue la imagen de una revolución que, con el punk ya en solfa, le puso colorido al rock y a esa new wave que había nacido con la idea de cambiarle el pulso a la música de entonces. Y si bien a Chrissie Hynde no le gusta demasiado que le doren la píldora, ella tiene sus fans, como Iggy Pop (fue uno de los invitados en un especial de homenaje en la cadena VH1) y por la otra un Neil Young que hizo de maestro de ceremonias en la inducción de Pretenders en el Rock & Roll Hall of Fame.

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Pretenders durante el concierto inaugural del festival Les Nits de Barcelona de este lunes en el Palau de Pedralbes / Foto: Quique García / EFE

Pretenders funcionan como un motor diesel, no hay acelerones, ni cambios bruscos, se mueven con solidez y, lejos de abarcar únicamente su catálogo más clásico, por su repertorio desfilan piezas de toda clase

Con un nuevo disco, Ralentless, que tiene brío y cierta aceptación mediática, Pretenders viven una época en que, tras superar en los ochenta las desapariciones de James Honeyman-Scott y Pete Farndon debido a sus adicciones, son conscientes de su condición actual y del momento que viven, van al grano y tocan igual en un recinto grande que en su local de ensayo. Es decir, Pretenders tocan con ritmo, precisión, entusiasmo, pero su pegada es seca y no atienden a virguerías. Aunque el guitarrista, James Walbourne, a veces se explaye. Pretenders funcionan como un motor diesel, no hay acelerones, ni cambios bruscos, se mueven con solidez y, lejos de abarcar únicamente su catálogo más clásico, por su repertorio desfilan piezas de toda clase. Es obvio que Chrissie Hynde no es amiga de la comunicación, confía en su voz (todavía en muy buen estado) y en la solvencia de un sonido que al principio se ha presentado muy plano y algo flojo de volumen, pero que luego ha encontrado su lugar correcto. Sin embargo, hasta Don´t get me wrong no ha habido la sensación de gran noche. Ha sido ese instante en que el público se ha levantado de sus butacas y se ha liberado. Pero Pretenders no estaban ahí para que la gente baile, ellos han seguido a lo suyo: han empalmado canciones sin respiro (el concierto ha durado una hora y media y ha pasado en un suspiro). Con I'll stand by you (preciosa canción) sí hay cierta calma, viendo a una Chrissie más relajada que se dedica solo a cantar. Y ya en los bises, una sorpresa, un Stop your sobbing de The Kinks (cabe recordar que ella estuvo casada con Ray Davies), en lo que es un gesto, un guiño, a una vida plagada de certezas e incongruencias. No en vano, no han tocado Brass in pocket. Una licencia que se permite alguien que siempre fue (y sigue yendo) a contracorriente.