Yo no sé si David Carabén pensaba en Gabriel Ferrater cuando escribió Menteix la primavera, posiblemente una de las mejores canciones de la discografía de Mishima, pero parece evidente que aquello de "cintura avall tot ens fa figa / ja no tenim trempera" guarda cierta relación con "Mira la torre como se inclina" del poema Primavera. ¿Verdad? Pues sí, pero no. Hasta hace poco, siempre había creído que el poeta de Reus había decidido empezar esta especie de antioda primaveral confesando sus problemas de erección, pero evidentemente en Ferrater nunca nada es lo que parece, por eso hoy, a las puertas de entrada al mes de abril y con la primavera recientemente estrenada, según el calendario, inicio con Primavera una serie de artículos para celebrar el Any Ferrater: pequeños comentarios de texto nada academicistas sobre poemas de Las mujeres y los días, obra traducido al castellano hace un par de años, y que a lo largo de estos meses iré publicando en esta columna cultural de ElNacional.cat. Porque Ferrater murió hace cincuenta años, sí, pero por suerte sigue bien vivo.
Empecemos por el principio. Sabemos que la poesía de Gabriel Ferrater siempre tiene varias capas de lectura, una primera más figurativa y una segunda de más difícil acceso, por eso lo más lógico es que cuando leemos este poema, lo primero que nos venga a la cabeza sea una pandilla de motoristas haciendo curvas por alguna carretera comarcal, pongamos del Vallès. ¿"Virajes encima de dos ruedas"? Ah, sí, claro, las curvas entre Sant Feliu de Codines y Centelles, puede pensar alguien. ¿Y una torre que se inclina? Joder, claro, si la moto se inclina, la torre o la casita con jardín de turno que se vea por el retrovisor, también. Todo encaja. Es primavera, hace buen tiempo, los moteros salen a hacer trompos y conducen silbando como pajarillos, con adrenalina, quemando goma mientras las pocas hojas que quedan en la carretera se van para siempre, como el invierno. El poema de Gabriel Ferrater que emociona a Marc Márquez, se podría titular este artículo. Pues no. No va de eso. Más bien, va del poema de Gabriel Ferrater que sólo puede entender a la primera un físico astrónomo. O un cantante de pop íntimo como David Carabén.
Volvamos a empezar por el principio, pues. El poema tiene dos imperativos claros, los dos con el verbo mirar. Si yo te digo "¡mira!" sin especificar qué es lo que tienes que mirar, seguramente lo primero que hagas sea mirar arriba. Hacia ningún sitio. Hacia el cielo. Hacia el universo. Pues pongámonos en esta dicotomía y ampliemos la mirada: si somos el universo, al estallar la primavera vemos que se inclinan todas las torres, ya que la Tierra no sólo hace el movimiento de rotación sobre sí mismo (un viraje) y el movimiento de translación en torno al sol (otro viraje), sino también el movimiento de nutación, en el cual el eje terrestre se inclina: el planeta sufre una oscilación periódica del eje de rotación en torno a su posición media en la esfera celeste. Por eso después de los dos virajes "viene otro", y por eso en el poema hay un enigmático eje inclinado que nos puede parecer a la vez un falo, un palacete modernista cerca de La Garriga o un elemento de la mecánica celeste. Un eje "falsificado", sin embargo, eso sí, porque los humanos percibimos el día y la noche, así como los cambios estacionales, pero sin embargo no percibimos la inclinación del planeta.
Decimos adiós al invierno creyendo que la primavera, por el solo hecho de ser primavera, nos arreglará solita la vida, regalándonos "un camino abierto". Pues no, dice Ferrater
Dejemos de hablar de cuerpos astrales y celestes para hablar de cuerpos terrenales y naturales, sin embargo. Todos saludamos la primavera con la sed de los náufragos, por eso ahora el "mira" ya no es arriba, sino abajo: "Míralos", dice Ferrater. Que quiere decir míranos, claro está. Míranos cómo decimos adiós al invierno como quien cierra la puerta de golpe y con rabia, creyendo que la primavera, por el solo hecho de ser primavera, nos arreglará solita la vida, regalándonos "un camino abierto" y lleno de narcisos amarillos, como en Big Fish. Pues nada, tampoco. Qué panda de idiotas estamos hechos si creemos que un cambio estacional nos renovará la vida, como si encontrar pareja, llegar a final de mes o evitar guerras en Ucrania fuera cosa del tiempo. Eso es lo que dice Ferrater, por eso nos insulta diciéndonos no sólo idiotas, sino idiotas naturales, que es todavía mucho peor: somos idiotas por naturaleza, llega abril y queremos ponernos las sandalias para ir a conciertos rodeados de gente sudada y cantar como pajaritos ―"ocelluts", dice en catalán nuestro poeta― libres. Queremos salir a hacer el vermú con camisas de flores ―no de hojas, o "follajes"― dignas de un programador del FIB. Y queremos repantingarnos en el balcón a tomar el sol para hacer stories en Instagram diciendo "aquí, sufriendo", buscando el sol como las abejas buscan la miel, "la apegalosa miel", sí. Pero ay, amigos, la primavera nos engaña un año tras otro abofeteándonos con lluvias, bajas temperaturas y el desencanto evidente que en el calendario astral quizás sí que ha empezado una época de alegría natural, pero nosotros, a pesar de eso, todavía arrastramos las sombras del pasado. La costra del invierno en el corazón y la herida eterna de no poder volver atrás.
Por eso yo no sé si David Carabén, como he dicho antes, pensó o no en Gabriel Ferrater cuando escribió Menteix la primavera, pero los dos dicen lo mismo: nunca más podremos volver a ser aquello que éramos. La canción de Mishima lo hace hablando de una pareja adulta que ahora, décadas después de aquel primer incendio de amor en plena juventud, se mira al espejo y se ve con pieles de ortiga, narices de patata y el humor inestable, acusando la primavera de haberles hecho creer que serían eternamente jóvenes, como aquellos dos jóvenes que se enamoraron una noche de abril "passejant els nostres reflexos / pels carrers molls de Barcelona". Lo que dice la canción de Mishima es lo mismo que pasa en el poema de Ferrater: el idiota natural ya tiene suficiente con lo que le ofrece la primavera y, por lo tanto, se conforma con "las minucias de té pasado". Al rememorar y recrear los tiempos pasados, siempre mejores, pero sin darse cuenta de que aquello son minucias de la vida que fue. Y están, además, pasadísimas. Por eso en Primavera el objeto de burla del poema no es el abril o la estación del año, como podría parecer, sino que somos nosotros. Los seres humanos. Los yonquis de la nostalgia que añoramos la primavera de la vida, que siempre es la juventud, e intentamos recuperar como sea su energía, su electricidad y su empuje relamiendo en el fondo del vaso aquello que conservamos de ella. Creyéndonos, a veces, aquello que ya no somos. Mintiéndonos a nosotros mismos delante del espejo. Mintiendo a la primavera, más que mintiéndonos ella a nosotros. Y encima, no aceptando nuestra impostura y comportándosenos auténticamente como idiotas. Eso sí, como idiotas naturales.