Pasan los años, y todavía cuesta mentalizarse antes del reto. Imagino que, a otra escala mucho mayor, la sensación debe ser parecida a la de esos ciclistas que se preparan para afrontar esas tres semanas por las carreteras del Tour de Francia. Conscientes de que va a haber subidas, bajadas, sprints, caídas y desfallecimientos. Y a todo esto, algún que otro triunfo. Pues en el Primavera Sound, más o menos lo mismo. Quién está más en forma y dosifica el esfuerzo concretando la estrategia, es el que se lleva los premios.
Con otros tres días con jornadas intensas y maratonianas; la inauguración sirve para cogerle el pulso al festival, quitarse el miedo, apaciguar los nervios y verificar si el asfalto es el mismo de siempre
Con otros tres días con jornadas intensas y maratonianas; la inauguración sirve para cogerle el pulso al festival, quitarse el miedo, apaciguar los nervios y verificar si el asfalto es el mismo de siempre. Ese que llevará al público hasta los grandes nombres, PJ Harvey, Pulp, Vampire Weekend y The National, también para la alternativa de artistas que en otros espacios, son presa para asistentes atentos y curiosos. El reguero de propuestas es inmenso, diríamos que inasumible. Y en esa cuesta previa a la entrada al festival está la primera prueba. A partir de ahí, los puestos oficiales de merchandising y caras conocidas (menos que antaño, pues ahora el público extranjero copa el 70% del aforo).
Una rave apocalítica
Como aperitivo, cinco conciertos, con el arranque de la mallorquina Maria Jaume, que con su nuevo disco (el tercero en su cuenta) y el giro que ha hecho, ha captado la atención de una nueva audiencia. Quienes siguen inalterables son los australianos Tropical Fuck Storm, la escisión de The Drones, una banda inclasificable, caótica y eléctrica. Capaces de destripar el baile de Stayin' Alive de Bee Gees y dejar sin recursos a los que intentan ubicarles y clasificarlos. Y como detalle, la camiseta de la batería era la de Aitana Bonmatí, la heroína del Barça.
En cambio, Ratboys lo tienen más claro, pero no son tan excitantes. A ver, su indie entra bien y encaja en la filosofía primaria del festival (como unos Big Thief pero más tiernos). A su manera, podrían ser ahijados de Steve Albini, recordado durante estos días de festival tras su fallecimiento, pues uno de los escenarios llevará su nombre. Sin embargo, el morbo en esta apertura de festival estaba en comprobar qué hay de cierto o no, de real o de irreal, en la propuesta de Stella Maris. Conla idea de que, en principio, este sea el único concierto que den, esto era un ahora o nunca. Ya saben, la locura en forma de serie de La Mesías con los Javis, el papel en lo musical de Hidrogenesse y el del siempre omnipresente Raül Refree. Y luego, el coro, esas chicas que grababan videoclips caseros y que, atrapadas bajo el yugo de sus padres, soñaban en que un día cantarían y la gente, con más o menos asombro, las aplaudiría. Con estos antecedentes, la curiosidad era máxima: es el colmo de la extravagancia.
La curiosidad era máxima: es el colmo de la extravagancia
Stella Maris tienen claro el discurso: quieren salvar el mundo y limpiar la humanidad. Con lo cual, la locura está servida: chubasqueros amarillos, torres de castellers, una especie de rave apocalíptica, la escalera sorpresa de Hidrogenesse, y como punta de lanza del surrealismo, el maestro Albert Pla cantando con esa sonrisa irónica Una experiencia religiosa de Enrique Iglesias. Y en las pantallas: “Querido creyente, querido seguidor, hasta la próxima”. Pero no, no, quedaba Carmen Machi elevada como en un trono de paso de Semana Santa, una muerta que al llegar al escenario resucita. Lógicamente, tras esta representación, el playback y una escenografía tan bizarra, los extranjeros presentes se miran entre ellos sin entender nada. El delirio llega con la electronic dance music que anuncia Machi y el alboroto final, con los Javis y toda la troupe bailando como si no hubiera un mañana.
La medalla hoy es para Stella Maris, nunca antes, ni después, veremos algo así. Ni en el Primavera Sound ni en ningún otro lugar
Si Phoenix han visto ni que sea dos minutos de Stella Maris, han debido pensar que lo suyo es demasiado típico, demasiado normal. Y no lo es, aunque lleven media vida haciendo el mismo concierto. Pero da igual, la gente se lo pasa bien igual. Esos hits siempre funcionan. A pesar de que el espectáculo parece un poco monocorde y que, de alguna manera, van a piñón fijo, son los reyes del efectismo. Todo, las luces, la batería en alto, y un cantante, Thomas Mars, que se cree el papel. Los de Versalles tienen arsenal de sobras: Lisztomania, Entertainment, la más funk If I Feel Better y, saliéndose del renglón previsto, la presencia de Ezra Koening de Vampire Weekend, que más de uno se toma como un regalo. Si bien, todos esperaban 1901: sus 338 millones de escuchas en Spotify la avalan. Eso sí, la medalla hoy es para Stella Maris, nunca antes, ni después, veremos algo así. Ni en el Primavera Sound ni en ningún otro lugar.