No hay un día que sea igual en un festival. Aunque te montes a conciencia el itinerario, siempre hay un resquicio para la improvisación. Si bien, en esta jornada de viernes, en el primer tramo del día había curiosidad por comprobar cómo está la salud de la música catalana, con propuestas como las de Ferran Palau y Guillem Gisbert. Y la conclusión es que estos dos son caballos ganadores. Cada uno a su manera, con su espíritu y la seguridad de que nadie les ha regalado nada y que su voluntad es la de seguir al pie del cañón, instalados en esa complicada rueda que es ahora mismo la industria musical. Ellos son plenamente conscientes de que no todo empieza y acaba en los festivales y que su guerra está en otro sitio. Pero, como dice un conocido mío librero: “Yo las presentaciones no las monto para vender libros ese día, sino para que conozcan mi espacio”. Pues en este caso, el plan para ambos es el mismo: es bueno dejarse ver.
🟠 Nacimos para ver a Lana Del Rey actuar en el Primavera Sound
📷 El Primavera Sound Barcelona 2024 en fotos
Gisbert viaja sin sus compañeros en Manel. Un reto que no es menor, aunque en realidad él no se salga en exceso del guion, plasma con verdades el paso de la juventud a la madurez
Gisbert lo hace con un nuevo propósito: viaja sin sus compañeros en Manel. Un reto que no es menor, aunque en realidad él no se salga en exceso del guion, plasma con verdades el paso de la juventud a la madurez. Con lo cual, en estos primeros pasos camina con la seguridad de alguien que ya está muy bregado, pero que por si las moscas, va con pies de plomo. Sin embargo, con el material de Balla la masurca! tiene argumentos y las canciones con entidad mandan. Y su parroquia, amplia y muy entendida, le da el calor necesario. Así, en su paso por Primavera Sound no puso nada en riesgo, sonaron Waltzing Matilda y Estudiantina y abrió al piano con la simbólica Les dues Torres. Otro que tal baila es Ferran Palau, un músico que va completamente a la suya. No hay otro más singular e independiente que él en la escena catalana. Es más, choca verle en un festival como este y en un escenario tan grande. Más aún, viendo cómo se enfrentaba a algo tan extraño como que los fans de Lana del Rey, Troye Sivan o incluso los de la también tempranera Ethel Cain, se agolpen en las primeras filas para coger sitio. Algo que, por supuesto, no le importa ni a él ni a las canciones de Plora aquí (álbum en aras de dejar lo metafísico a un lado).
Ferran Palau, un músico que va completamente a la suya. No hay otro más singular e independiente que él en la escena catalana
Entre tanto, antes de llegar a la zona donde están los escenarios principales para ver a los dos grandes reclamos del día, Lana del Rey y The National, se puede hacer parada en el pop guitarrero a lo Weezer de los surcoreanos Silica Gel, o en el mainstream noventero de Dogstar con el atractivo de ver al actor Keanu Reeves al bajo. Sin el deseo de ser protagonista, sabe que las miradas están puestas en él. Esquiva algunas, pero no todas. Y en algún momento hasta sonríe, pero tímidamente. La sorpresa es en forma de versión, cae el Just like heaven de The Cure. Y otra de esas perlas con las que de vez en cuando nos obsequia el Auditori es Chelsea Wolfe, reina de la causa gótica que transita por el folk y el metal. De hecho, no sé por qué, me la imagino colaborando con Lana del Rey. Dos universos en un principio tan alejados y que, al mismo tiempo, parecen tan cerca.
La cadena de transmisión
Así pues, tras la desbandada generalizada después de la experiencia sobrenatural con Lana del Rey, la cita es con The National. Tan fiables sobre un escenario, como sumamente irregulares en los últimos tiempos cuando entran a un estudio. Ahora disfrutan tocando, sin la pretensión de crear nada nuevo. Sin ir más lejos, esta semana también actuaron en Razzmatazz. Es un grupo, y eso es algo que les honra, al que de vez en cuando le gusta volver a los orígenes, a cuando se movían por las arenas movedizas de lo independiente. Sin embargo, eso un día cambió y esa vida dejó de ser la misma. No obstante, algo que sí cambia a menudo es el rictus de Matt Berninger, con él nunca sabes si va o viene. Si se divierte o se aburre. Por cierto, ¿se habrá cruzado con Taylor Swift en algún punto entre Barcelona y Madrid? Recuerden que se devolvieron colaboración. Y esas son cosas que marcan.
En este viernes de reválida, la actitud de los miembros de The National vence a los obstáculos
Pero bueno, al grano, ¿qué ofrecen The National en 2024? ¿Todavía tienen cosas qué decir? ¿Su fórmula sobria y elegante es aún vigente? A pesar de que, durante las casi dos horas de concierto, da la sensación que hay demasiadas canciones que se parecen entre sí. Pero eso, sinceramente, da igual. En este viernes de reválida, la actitud de los miembros de The National vence a los obstáculos. Empezando por Matt Berninger, quien sale hipermotivado. Tardas una canción en detectarlo. Y ahí, claro, está la clave, él es la cadena de transmisión. En función de su estado de ánimo, The National se transforma en una u otra cosa. Y esta noche toca exuberancia, sacar a relucir el músculo. Quizá picados por el ruido y la expectación de Lana del Rey y el gran estado de forma que demostró Jarvis Cocker la noche antes. Contagiados por el ritmo inicial del Slippery people de Talking Heads, caen más de veinte canciones (entre ellas I need my girl, Fake empire o Light years) y un final excepcional (Terrible love con ese estribillo maravilloso y el temple de About today). Berninger habla sobre cuanto ama Nueva York, sobre si Santa Claus es real o no y, sobre todo, muestra su faceta más conciliadora. Esa que, como Nick Cave, se deja abrazar por cualquiera que le muestre un mínimo de afecto (aunque haya un momento en que casi pierde las gafas). En el fondo, los músicos son animales heridos. Matt se coge la cabeza con las dos manos, cruza los brazos como un niño arrepentido y, al son de esa trompeta y ese trombón que tan bien le sienta a la banda, The National se elevan. Bache superado.