Hay subgéneros que han tenido tanta vida televisiva, y de tanta calidad, que te llega a parecer que ya está todo dicho e inventado. Miremos las series de prisiones, por ejemplo. Tienes desde clásicos modernos que nunca se reivindicarán lo suficiente, como la inmensa Oz, hasta filigranas pirotécnicas alargadas hasta la extenuación como Prison Break, pasando por miradas más íntimas como Orange is the new black o recreaciones de casos reales tan afortunadas como Black Bird. Pero no se puede menospreciar nunca la capacidad de determinados creadores para revalidar la forma de representar la vida en reclusión, y más en un tiempo en que se ha abierto el debate social sobre su eficiencia y sobre lo que pasa allí donde no podemos mirar. La danesa Prisoner es, en este y muchos otros sentidos, toda una revelación: una excepcional ventana a un mundo que tiene sus propias reglas y que no deja de simbolizar, en la forma y el fondo, nuestras disfunciones sociales. No es solo que sea una visión renovada y llena de matices de una narrativa clásica, es directamente una de las mejores serías de prisiones que se han hecho nunca.

Prisoner forma parte de la categoría de series que te va atrapando en un clima creciente de tensión y te acaba dejando sin uñas. Pero cuenta, que la cosa no solo va atacarnos los nervios. La serie es un ejemplo de cómo narrar un crescendo dramático, pero también trabaja con mucho cuidado|cura la puesta en escena, las singularidades de cada personaje y los rincones, físicos y morales, que habita. Al primer episodio hay una secuencia muy elocuente que lo ilustra. Cuando|Cuándo un nuevo guarda hace la visita al centro penitenciario, además de permitir a guionistas y director trazar el mapa en el que transcurrirán los acontecimientos, vas percibiendo que su mirada disruptiva, que no deja de ser la nuestra, crea una manifiesta incomodidad en la población reclusa. Es la chispa que acabará por definir los hechos y también la manera que tiene la serie de mostrarnos que entramos en otro mundo, tan próximo y lejano a la vez, que está a punto de hacer implosión.

No es solo que sea una visión renovada y llena de matices de una narrativa clásica, es directamente una de las mejores serías de prisiones que se han hecho nunca

El resto de sus seis episodios exploran, pues, la difícil, violenta y catártica relación entre vigilantes y vigilados, entre el mundo exterior y el interior, mientras vamos tomando conciencia de la fragilidad de los equilibrios de poder. En Prisoner se difuminan los clichés y el maniqueísmo para retratar una realidad claroscura y hablar de fracturas sociales, de racismo estructural, de problemas familiares y de zonas grises. Los personajes, muy bien interpretados, transmiten una credibilidad desarmante, porque en ningún momento pretenden caerte bien o ser aquel demiurgo que te lo pone más fácil. Son seres a la deriva, atrapados en un fuego cruzado de malas decisiones, tragedias irreversibles y falta de oportunidades. La serie es una inmersión a verdades incomodas rodada con tanta maestría que, mientras la miras y la sufres, llegas a olvidar que es una ficción.