Probablemente es el razonamiento más conocido de uno de los grandes pensadores y filósofos del siglo XX, un tal Groucho Marx: "Estos son mis principios. Si no os gustan, tengo otros". El autor de la sentencia señalaba aquel tipo de gente que acostumbra a alinearse al lado de los ganadores aunque signifique traicionar sus convicciones más profundas. Aquel tipo de gente que, para no despeinarse, se mueve según sopla el viento. Aquel tipo de gente capaz de venderse la familia y el alma para mantener intacta su posición social. Ante un conflicto que no deja de crecer como una imparable bola de nieve cuesta abajo, la protagonista de La profesora de literatura se encuentra con aquel tipo de gente que mira hacia otro lado, y con una directora de instituto que pasa de aliada tranquilizadora a enemiga peligrosa, no fuera que ser fiel a sí misma la arrastrara hacia el desastre. Qué peligro, qué asco, qué tipo de gente tan despreciable.
¿Las normas adecuadas?
Con las aulas, y la sala de profesores, de un centro educativo de secundaria húngaro como en tablero de la partida y campo de batalla, el conflicto de La profesora de literatura empieza cuando, al final de su clase sobre el Simbolismo y la figura de Arthur Rimbaud, Ana (magnífica Ágnes Krasznahorkai) recomienda a sus alumnos que pueden ganar contexto viendo una película sobre el poeta francés. "Salen actores famosos", dice, para tratar de alimentar la curiosidad de los adolescentes de 17 años que tiene en frente, y que la tienen en gran estima por su manera de enseñar la materia. El filme en cuestión es Vidas al límite, de Agnieszka Holland, con Leonardo Di Caprio y David Thewlis. Y resulta que el filme en cuestión también habla de la homosexualidad de Rimbaud, y de su relación con otro poeta, Paul Verlaine.
Enseguida sabremos que la vida de la maestra no pasa por su mejor momento, preocupada por la salud de su anciana madre, y por una relación a distancia con una pareja que trabaja en un hospital lejano y con quien se vincula a través de videoconferencias, tratando de convencerla para que lo abandone todo y se marche con él. En este contexto, a Ana le llega una denuncia: el padre de uno de sus alumnos lo sorprende viendo aquellas Vidas al límite y considera que dos hombres amándose es algo que se escapa de la normalidad. "¿Le parece una película apropiada? ¿El estilo de vida que representa? A Usted le pagan para enseñar valores, para establecer las normas adecuadas. No me importa esta gente mientras no me lo enseñen, no les quiero ver en las películas", le dice, refiriéndose, sin mencionarla, a la homosexualidad de los personajes.
De comité de ética en comité de ética, la cosa va tomando altura, y la profesora va quedándose cada vez más sola y acosada, viendo cómo los compañeros la aíslan y la directora del instituto, primero aliada, empieza a tocar el violín. "Tú enseña lo que hay en los libros de texto y no te meterás en problemas", aconseja, más preocupada por no perder la financiación pública y poder celebrar los 150 años de la escuela, que por defender la amenazada esencia misma de la educación, su verdadera responsabilidad. Aquello que decíamos de los principios, que Ana, por el contrario, mantiene inalterables, convencida del papel decisivo de los maestros en la formación de alumnos capaces de pensar por sí mismos para alcanzar una libertad real.
El debut en la dirección de la rumana Katalin Moldovai, ganadora del Premio de la Crítica de la Atlàntida Mallorca Film Festival 2024, ofrece una mirada a la ultraconservadora sociedad húngara que, de alguna manera, avisa sobre los peligros de esta extrema derecha que avanza con paso firme en todo el mundo
Un mensaje valiente y necesario
Con esta premisa, el debut en la dirección de la rumana Katalin Moldovai, ganadora del Premio de la Crítica del Atlàntida Mallorca Film Festival 2024, ofrece una mirada a la ultraconservadora sociedad húngara que, de alguna manera, avisa sobre los peligros de esta extrema derecha que avanza con paso firme en todo el mundo. Sabemos que la Hungría de Viktor Orbán luce orgullosa sus leyes contra el colectivo LGTBIQ+ y, en este sentido, La profesora de literatura decide levantar la voz con respecto a lo que tiene alrededor. Pero el conflicto de la película es perfectamente extrapolable a lo que vemos también en el Estado español, con las constantes injerencias en el sistema educativo que intentan, o consiguen, a algunos partidos políticos. La guerra cultural entre ideologías opuestas es un hecho, aquí y allí, y amenaza derechos fundamentales (ya sean referidos a la libertad sexual, a la lengua, a...) que tanto costó de conseguir.
De la misma manera, La profesora de literatura apunta otras problemáticas que cualquier maestro de instituto reconocerá. Más allá de la influencia de ideologías reaccionarias en la educación, se habla también de la sumisión de docentes y estudiantes. De la falta de solidaridad. De la lacra de los padres que creen saberlo todo y miran de meter baza constantemente. O de estas comisiones de ética que examinan la capacidad de una docente sin haber visto la película de los poetas homosexuales que ha soltado el conflicto.
Utilizando potentes simbolismos (aquel oso disecado, aquellos planos generales que empequeñecen a la acusada ante los tribunales que la juzgan), poniendo el foco en las motivaciones que llevan a alguien a dedicarse a la docencia y en (volvemos) defender o no los principios y convicciones con uñas y dientes, La profesora de literatura recuerda en algunos momentos la reciente Sala de profesores (Ilker Çatak, 2023) o, incluso, la icónica El Club de los Poetas Muertos (Peter Weir, 1989). Y si bien los personajes del filme están dibujados desde el estereotipo, también es cierto que la trama no se deja llevar por efectismos ni cede a tentaciones de trazo grueso, que la eficacia de la historia es absoluta y que su mensaje, más viniendo de un país tan profundamente ultraconservador, es valiente y necesario.